Rafael Nadal consuma en su despedida la ley no escrita más dolorosa para las leyendas del deporte
Apenas hay mitos que se retiraron por la puerta grande. Solo Pete Sampras, Michael Phelps y Toni Kroos parecen salvarse.
En septiembre de 2013, unas semanas después de colgarse otro triplete en los Mundiales de Moscú —oro en los 100, 200 y 4x100 metros lisos—,Usain Bolt anunció que se retiraría tras los Juegos Olímpicos de 2016. El astro jamaicano repitió gesta dos años más tarde, en los Mundiales de Pekín, y se presentó en Río de Janeiro dispuesto a despedirse por todo lo alto.
Bolt estuvo lejos de los estratosféricos registros de antaño, pero consiguió colgarse otros tres oros al cuello. Lo había logrado. Dejaba el atletismo en la cumbre, reinando en su disciplina durante unos Juegos Olímpicos, igual que Michael Phelps, quien también dijo adiós después de sumar cinco oros olímpicos en Brasil. Dos de las mayores leyendas del deporte marchándose de la mano y sin mostrar signo alguno de debilidad.
Phelps se mantuvo firme. Bolt, sin embargo, estiró un poco más su carrera. El jamaicano decidió escribir su epílogo en los Mundiales de Londres de 2017, pero nada salió como él esperaba. La leyenda de la velocidad renunció a los 200 metros para centrarse en los 100. Las piernas, no obstante, solo le alcanzaron para colgarse el bronce, mientras que en el relevo del 4x100, la última carrera de su vida, acabó en el suelo. Llorando. Lesionado.
El caso de Rafael Nadal
"Un Mundial no cambia lo que hice. He mostrado mis credenciales durante mi carrera, por lo que perder mi última carrera no va a cambiar lo que conseguí en el deporte", fue la reflexión del hombre más veloz de la historia, un deportista que revolucionó el atletismo con su zancada y su estilo. "Alguien vino y me dijo que Muhammad Ali también perdió su última pelea".
Lo cierto es que Bolt tiene razón en ambas cosas: aquel relevo no manchó de ningún modo una carrera que será difícilmente igualable y, sí, Ali también cayó en su última pelea. De hecho, el púgil perdió los dos últimos combates que disputó, allá por principios de los ochenta. Son dos ejemplos, pero hay muchos más, de lo difícil que es para las grandes leyendas decir adiós con un gran triunfo.
Rafael Nadal se asomaba a esa dolorosa ley no escrita esta semana en Málaga, donde España buscaba su séptimo título de Copa Davis. A sus 38 años, el manacorí ha consumido gran parte del año bajo una nube de interrogantes que ensombrecían, para algunos más que otros, la cuenta atrás hacia el final de su carrera.
Tras perderse todo el curso pasado por una lesión de cadera, Nadal reapareció en la élite a principios de 2024, pero pronto volvió a recaer para, acto seguido, encadenar sendas renuncias a Indian Wells y a la gira europea de tierra batida.
El esperado regreso se produjo en Barcelona, pero la aventura no prosperó, pues el campeón de 22 Grand Slams quedó apeado en segunda ronda tras caer estrepitosamente ante Alex de Miñaur. Una semana después, el balear debutó en Madrid, donde fue eliminado por Jiri Lehecka en octavos de final.
Así, tras ceder en segunda ronda en Roma y a las primeras de cambio en Roland Garros —donde el destino, caprichoso cuanto menos, le emparejó en el debut ante Alexander Zverev—, el manacorí alcanzó la final de Bastad, la última de su carrera. Allí perdió ante Nuno Borges, en el último partido antes de los Juegos Olímpicos de París, donde el fervor por la 'Nadalmanía' tapó una realidad bien distinta: Nadal llegaba a la capital francesa sin ganar un título desde junio de 2022. Es más, desde el último triunfo en un Grand Slam, el manacorí apenas había ganado 21 partidos, mientras que las derrotas ascendían a 15.
Phelps, Sampras y Kroos, las excepciones
En la historia del deporte existen muy pocas excepciones, por tanto, de leyendas que se hayan retirado en lo más alto. Phelps es una de ellas, y Pete Sampras, otra. El último partido del tenista estadounidense, el que más Grand Slams acumulaba hasta la aparición del 'Big Three', fue la final del US Open 2002, en la que se impuso a Andre Agassi.
"Sería bueno colgar la raqueta después de ganar a un rival como Andre en una final, pero todavía quiero competir. Me encanta jugar", dijo Pistol Pete. Sin embargo, ya no volvería a vestirse de corto: meses después de aquella final, Sampras anunciaría que ya había jugado su último partido como tenista profesional. "Ya no tenía nada que demostrarme y por ese lado fue fácil retirarse, pero a la vez es difícil decir adiós a algo que llevas haciendo tantos años. Estoy encantado por cómo lo hice. Era el momento", añadió años después el campeón de 14 grandes.
Ese momento es, con total seguridad, uno de los más complicados de elegir para un deportista, más aún cuando llevas años haciendo lo mismo y la ilusión prevalece sobre el físico. Nadie se quiere retirar perdiendo, pero la mayoría de las veces el cuerpo no acompaña a la cabeza. Por algo, los ejemplos se reducen a Sampras, Phelps, Kroos y poco más. Quizás Zinedine Zidane, que colgó las botas en la final de un Mundial, aunque expulsado tras aquel cabezazo a Marco Materazzi.
"En el tenis solo puede ganar uno, y menos Sampras, que ganó el US Open y se largó, todos hemos tenido que retirarnos perdiendo el partido", asegura a Relevo Feliciano López desde Málaga. "No he visto a nadie, salvo a Sampras, que gane su partido y diga, 'me voy de aquí'. Por ello, yo creo que es más triste aún".
Serena Williams estuvo cinco años sin ganar un Grand Slam antes de retirarse como la número 413 del ranking WTA, Jack Nicklaus conquistó el último de sus 18 'majors' veinte años antes de decir adiós, Diego Armando Maradona se vio envuelto en mil polémicas, Pelé se fue al Cosmos de Nueva York y Alfredo di Stéfano acabó sus días en el Espanyol. Ahora, Lionel Messi y Cristiano Ronaldo están jugando en la MLS y en la Liga Saudí, respectivamente.
También hubo casos de deportistas que se retiraron y después volvieron, pero nada volvió a ser como antes. Le ocurrió a Michael Jordan en su último regreso con los Washington Wizards, donde ni siquiera alcanzó los playoffs; Lance Armstrong reapareció cuando todavía no había saltado el escándalo de dopaje y lo máximo que logró fue un tercer puesto en el Tour de Francia de 2009; mientras que Michael Schumacher terminó convertido en uno más en la parrilla de la Fórmula 1, logrando un podio en sus tres temporadas con Mercedes.