OPINIÓN

La TV acabó con la estrella del tenis o por qué la Laver Cup resume todo lo que va mal en la ATP

Alcaraz y Zverev, en una sesión de entrenamiento previa a la Laver Cup/Getty Images
Alcaraz y Zverev, en una sesión de entrenamiento previa a la Laver Cup Getty Images

Carlos Alcaraz jugó en Arabia Saudí un 26 de diciembre contra Novak Djokovic y al día siguiente estaba en Murcia jugando la "Copa Alcaraz" contra Roberto Bautista. Justo antes de la gira norteamericana de primavera, se marchó a Las Vegas para jugar contra Nadal un partido patrocinado por Netflix. Al poco, anunció su participación en los Juegos Olímpicos de París -individuales y dobles-, en la Copa Davis -recién disputada su fase previa-, en la Laver Cup -a celebrarse este fin de semana- y en el Six Kings Slam, de nuevo en Arabia Saudí, durante el mes de octubre. Para acabar el año, disputará otra exhibición contra Ben Shelton en el Madison Square Garden el 4 de diciembre.

Si a mí me ha estresado escribir el párrafo anterior, imagínate lo que puede suponer para el murciano jugar todos esos partidos ajenos al circuito ATP de punta a punta del planeta, con viajes a Asia en medio para jugar el Masters 1000 de Shanghai. Empecemos por algo obvio: si pongo el ejemplo de Alcaraz no es para emitir ningún juicio moral sobre él. A mí me parece estupendo que la gente se gane la vida lo mejor que pueda y que vaya allí donde le paguen más. Si lo ha hecho Gabri Veiga, lo puede hacer el campeón más joven de cuatro grandes, solo faltaba.

El problema lo tengo como aficionado. Me siento algo huérfano, vaya. Alcaraz no se ha prodigado especialmente en el circuito ATP pese a su juventud: ha ganado Wimbledon y Roland Garros, que es una hazaña al alcance de un puñado de tenistas masculinos en la historia… pero fuera de esos dos torneos y el de Indian Wells, apenas ha sumado 1000 puntos durante el resto de la temporada. Eso quiere decir algo. Probablemente, que su cabeza no ha estado en dicho circuito en ningún momento.

Si tenemos en cuenta que Djokovic tampoco tiene más objetivos que las grandes citas y las correspondientes exhibiciones y que Nadal ya está con más de un pie en la retirada, el desamparo del aficionado es absoluto. Uno se ha acostumbrado a un cierto orden, a un cierto rigor competitivo. A mí no me gusta ver tenis solo por la estética -aunque la agradezco-, sino por la competición tal y como la he entendido siempre: cuarenta y cinco semanas de torneos, un mes y medio de descanso otoñal y vuelta a empezar con el inicio del nuevo año.

Cuando Arabia Saudí está por delante de París-Bercy

Todo eso se está acabando y no sé si lo está haciendo en el mejor momento. Mientras los mejores parece que están más pendientes de la siguiente invitación del siguiente promotor, la "clase media" del circuito no termina de dar el paso adelante y el aficionado no hace sino distanciarse. Las audiencias del pasado US Open en España fueron ridículas, pero eso no es lo peor: lo peor es que fueron muy malas también en Estados Unidos pese a que hubo dos tenistas estadounidenses en cada una de las finales individuales.

El tenis, en definitiva, no pasa por su mejor momento: se retiró Federer, pronto lo hará Nadal y Djokovic cada vez apura más su calendario. La Copa Davis se desangra entre gradas desiertas y un desinterés mediático, apresurando sus partidos para acabar antes del fin de semana. El circuito necesita ahora a sus mejores jugadores compitiendo entre sí por algo relevante: por Montecarlo, por Roma, por Miami, por París-Bercy. No bastan los grandes, desde luego no si acaban tan desangelados como el US Open, en el que Sinner prácticamente se paseó de cabo a rabo.

Necesita desesperadamente a Holger Rune, pero de Rune poco se sabe. Necesita desesperadamente a Carlos Alcaraz, pero Alcaraz está a otra cosa, sin que se entienda muy bien a qué. Acabó el último grande en segunda ronda, arrasado por un tenista mediocre y con una rueda de prensa en la que se flagelaba por no saber controlar sus emociones en la pista. Pero ¿cómo va a controlar nada si está todo el rato con la cabeza (y el cuerpo) en un sitio distinto? Lo milagroso, y lo que dice todo de su talento, es que a los 21 años tenga el palmarés que tiene.

En fin, que la ATP (y quien dice la ATP dice el tenis de competición) necesita estrellas carismáticas que deslumbren por su gran juego y lo que tiene es al Bublik de turno haciendo el ganso o a Rublev golpeándose la pierna con la raqueta. El propio Djokovic ha asegurado que prioriza el slam saudí sobre el torneo de París Bercy o incluso a las ATP Finals. Alguien dirá que el serbio se ha ganado priorizar lo que le dé la gana y yo estoy de acuerdo. La cosa no va con él: la cosa, de nuevo, va conmigo, que no le veo donde le quiero ver. Donde estoy acostumbrado, vaya.

El artificio de la Laver Cup

Y en medio de ese desasosiego, llega la Copa Laver, probablemente el resumen de todo lo que va mal en el tenis actual. De entrada, una rivalidad forzada que no ha existido nunca: Europa contra el mundo. Pues muy bien. Con el matiz de que Europa ha ganado -hablo de memoria- los últimos 60 grand slams, pero bueno. Miren, esto no es golf y no es la Ryder. El componente patriótico y emocional del tenis lo ha puesto siempre la Davis y si se han cargado la Davis no es culpa nuestra.

La Copa Laver pretende ser competitiva cuando no lo es. Los jugadores salen con unas declaraciones insólitas a afirmar la gran importancia que tiene para sus carreras ganarle un dobles a Frances Tiafoe, pero, no se engañen, no la tiene. Cada punto lo celebran como si estuvieran dos arriba en el hoyo 16, pero no lo están. La puntuación varía de jornada en jornada y todo resulta francamente difícil de seguir. Puede que la gente de Berlín se divierta y de algún lado saldrá el pastizal que se paga a los elegidos -supongo que del canal Discovery, que tiene los derechos televisivos-, pero después de seis ediciones, y ya sin Federer en la pista, a ver cómo se apañan para darle continuidad.

En definitiva, estamos ante un artificio. No sé qué otra cosa es el tenis moderno, al que le sobramos todos los aficionados de la vieja escuela. Hay algo impostado en las alegrías y las tristezas, algo exagerado en la comparación con el golf y algo significativo en que los capitanes de los dos equipos sean dos tenistas maravillosos que se cansaron del circuito a una edad impropia: Bjorn Borg y John McEnroe.

La Copa Laver, en sí, no es el gran problema y podría asumirse en otras circunstancias y otros contextos, pero explica en parte por qué cada vez es más difícil enganchar a la audiencia: del todo (la rivalidad del "Big 3" o el "Big 4" con Murray, peleándose por el codiciado número uno del mundo) corremos el riesgo de pasar a algo muy cercano a la nada. Y eso no lo va a arreglar Netflix. Lo arreglarán, si les parece bien y les ofrecen las condiciones necesarias, los tenistas. Ya pueden los que mandan ponerse a ello.