WIMBLEDON

Alcaraz arrasa a Djokovic en Wimbledon y afianza el cambio de guardia en el tenis mundial

Un partido sublime del español (6-2, 6-2 y 7-6) le da su segundo torneo en Londres y su cuarto Grand Slam con solo 21 años.

Carlos Alcaraz pega un revés en la final de Wimbledon./EFE
Carlos Alcaraz pega un revés en la final de Wimbledon. EFE
Gonzalo Cabeza

Gonzalo Cabeza

Londres.- Carlos Alcaraz tardó 14 minutos en romperle a Novak Djokovic el primer servicio del partido. Parecía que era el aperitivo de una batalla épica, un nuevo cantar de gesta, horas y horas de partido... esas cosas que el tenis agradece a pesar de estar en contra de la corriente mayoritaria que pide eventos más cortos, más rápidos, más de bolsillo. Pero no, nada de eso, resultó ser el prefacio de lo que iba a ser una victoria sencilla (6-2, 6-2 y 7-6) y un nuevo título de Carlos Alcaraz en Wimbledon, su cuarto grande. La constatación de un cambio de guardia más que un nuevo capítulo de una gran rivalidad. Un buen partido, pero por otros conceptos.

Resumen final Wimbledon. Reuters

Lo que toca recordar es quién estaba al otro lado. La víctima del brillante Alcaraz, es el mejor jugador de todos los tiempos. Un tenista tremendo, convincente, un ganador como muy pocos en la historia del deporte. Un caimán que nunca se da por perdido y que ha ido descartando rivales hasta desesperarlos a lo largo de una carrera de 20 años. Ese señor, Novak Djokovic, era el que veía como le silbaban las bolas alrededor, incapaz de responder a ninguna, confundido ante el huracán que se le había plantado a unos pocos metros.

Alcaraz rompió rápido en el primer y en el segundo set, los compitió con la calma de quien lleva toda la vida haciéndolo. Solo al final del tercero tuvo Nole un rapto de rabia y fue capaz de sobrevivir a tres bolas de campeonato dese el resto. Espectacular, sin duda, pero insuficiente. Solo unos minutos más tarde se vio derrotado en el tie-break.

Hay algo casi absurdo en todo esto, Alcaraz dice en ocasiones que siente nervios y que no los controla del todo, que quizá eso es algo que le gustaría que fuese de otra manera. Vamos a creerlo, porque lo dice él, y nadie más lo puede saber mejor pero ¿en serio? Jugando contra Novak Djokovic, con el trofeo de Wimbledon como premio, con 21 años, dio la sensación todo el rato de estar compitiendo como si estuviese en su club en El Palmar. Solo al final, cuando estaba ya el partido ganado, se confió de más y le otorgó a Nole el premio de parecer competitivo.

Las pocas bolas de break que tuvo en contra las resolvió con saques excepcionales y subiendo su nivel de juego, porque aparentemente todavía tiene una marcha más en su repertorio. Solo en el último set, cuando ya todo estaba decidido, fue Nole capaz de hacerle competir cerca de su pleno rendimiento. E incluso de hacerle fallar. No cambia demasiado el diagnóstico, en los momentos en los que cualquier ser humano normal estaría a punto de pedir que entrase su madre en la pista para ayudar a calmarle Alcaraz no agachó la cabeza. Se vio en el desempate del tercer set, donde retomó la tónica de todo el partido, de puntos tremendos y superioridad manifiesta.

Hay otro comentario sobre el que nos dedicamos con frecuencia a filosofar que asegura que el chico desconecta en ocasiones. Es el cliché periodístico imbatible, porque se le atribuye a un jovencito que no tiene problema en decir que le gusta mucho mirar el móvil. Ay, estos niños, que no saben concentrarse. El caso es que a veces baja el nivel y deja a sus rivales entrar en algún partido, pero eso no ocurre jamás cuando las cosas son importantes de verdad. Es decir, no es que tenga una desconexión mental por incapacidad, más bien parece algo natural, una sana autorregulación.

Palabras Alcaraz tras ganar su segundo Wimbledon. Reuters

Alcaraz, que además hace todo esto con una sonrisa de despreocupación, dio un festival de golpes y movimientos. Es muy fácil encontrarle las virtudes y casi imposible saber dónde están los defectos. Es una máquina perfecta de jugar al tenis, esta final de Wimbledon es probablemente el partido más difícil que ha jugado Djokovic, que se ha pasado varias décadas luchando contra gigantes.

Djokovic buscaba hacerle daño, pero simplemente no sabía cómo. Alcaraz sacaba mejor que él, restaba mejor que él y tiene un motor en las piernas que le permite llegar a bolas realmente imposibles, casi un poco locas. Es tan bueno que es capaz de sorprender incluso a los que conviven con él en el día a día. Cuando Djokvic se acercaba, cuando se arrimaba en su servicio, Alcaraz segaba cualquier intento de rebelión.

Medvedev contaba el otro día la sensación extrema a la que te lleva jugar contra Alcaraz. Como sabes de su capacidad, hay momentos del partido en los que te juegas golpes que no te jugarías en la vida. No puedes asegurar, porque todo lo que no sea hacer el golpe perfecto es sinónimo de perder el punto. Esa sensación que contaba el ruso se vio también en Djokovic este domingo. Había ratos en los que llegaba a forzar la máquina por el miedo de dejarse una pelota unos centímetros más cerca de Alcaraz. Jugar todo el rato a la ruleta rusa es un pasaporte seguro a la derrota, pero también parece ser la única opción contra el español. Si te las juegas todas tienes algún resquicio de opciones de sacarle del partido.

El público quiere marcha

Aunque el español es el ídolo de la afición en todas partes, también en Londres a mitad del tercer set la pista central se dedicó a arengar a su rival. Ya que se ha pagado la entrada, que no es barata, mejor cuanto más tiempo. No importa que durante estas semanas hayan recelado de él, que no sea el tipo más querido. La grada esperaba más del partido, pero ese anhelo de parte de la afición no tenía mucho futuro: esta no era una tarde en la que Alcaraz fuese a dudar. Si no fuese esta ocasión tan grande, si no fuese el rival una leyenda, se podría bromear incluso conque Alcaraz cogió la moto para poder ver a España.

Es verdad que el serbio viene en un año raro, que no ha jugado contra ningún top-10 en Wimbledon, que ha tenido problemas en la rodilla, que no ha ganado ningún torneo en 2024. Todo cierto, pero son cuestiones secundarias en la explicación de este partido. Ahora mismo hay un jugador que es mejor que él, considerablemente mejor de hecho. Se ha encontrado con un chico que es perfecto, y contra eso no puede batallar ni siquiera el más grande. Dicen entre risas que si crece un poco más es capaz de ganar sin perder ningún punto. Esa frase empieza a ser verosímil.

Lo más probable, además, es que esta historia se repita, que la distancia se agrande en el tiempo que viene. Alcaraz, por más que parezca increíble, todavía está en un punto de crecimiento en la curva de aprendizaje, mientras que los mejores días de Djokovic ya quedan a su espalda.

Es seguro que el serbio trabajará como un loco para ponerse a la altura, que hará todo lo que se puede llegar a hacer para competir contra Alcaraz. Es un híperprofesional, algo que todo el mundo que le conoce destaca y admira. Pero el tiempo no engaña, incluso los mayores héroes tienen un momento en el que empiezan a decaer. Les ha pasado a todos, Djokovic ha visto como Federer o Nadal perdían sus poderes que parecían eternos e imbatibles. A él le pasará, y en un futuro también a Carlos, pero lo normal es pensar que para eso queda mucho, mucho tiempo.

Esto es un cambio de guardia, por más que Djokovic pueda volver a ganar. No importa, esta final marca algo, es un punto de inflexión, las cosas no pueden volver a ser iguales, ya no se puede presuponer que el serbio ganará. Ese tiempo ha pasado y no es tanto porque Djokovic se haya desplomado como por la irrupción de un cometa de esos que se ven solo una vez cada mil años, Carlos Alcaraz. Es tan grande su juego, es tan brillante su luz, que solo se puede compadecer a aquellos a los que no les gusta el tenis porque no podrán disfrutarlo.