A Federer le dieron una fiesta y a Nadal un final que no se mereció
Rafael Nadal lloró con el himno español retumbando en el Martín Carpena, regaló un último baile en la que quedó claro por qué se retira -porque las piernas no le dan ya para más- y unas horas después volvió a quebrarse cuando le enseñaron un vídeo con palabras de rivales y amigos durante su homenaje de despedida. Nadal se emocionó viéndose de niño, escuchando a Roger Federer o Novak Djokovic y recordando sus grandes logros.
Templadas las pulsaciones de la noche del adiós definitivo, conviene analizar todo con perspectiva y calma. Y la sensación es que fue una despedida que Nadal no merecía. No estuvo a la altura de su figura. Y no hablo de una derrota contra Botic van de Zandschulp en tu último partido, porque eso era algo que entra dentro del terreno deportivo, algo incontrolable y quizás hasta previsible sabiendo cómo llegaba Nadal. Hasta el mismo lo dijo después de perder. "Podía pasar lo que ha pasado", dijo. "Ponerme era un riesgo".
Me refiero a todo lo demás. Al envoltorio del adiós. Yo llegué a Málaga el lunes con la piel de gallina. A cubrir la despedida del más grande. Aterricé en Málaga recordando la fiesta que organizó Roger Federer para colgar la raqueta en la Laver Cup de 2022. Aquellas lágrimas desconsoladas con Nadal que se nos clavaron a todos como un puñal. Ese gesto de los dos dándose la mano, con Djokovic de fondo, también roto. Me imaginaba un final así para Nadal. Qué menos, ¿no? Si además lo de Federer fue en una exhibición en Londres y lo de Nadal es en su país y en la Copa Davis. Me frotaba las manos.
Pero dos días después me invade la sensación opuesta. Fue emocionante, claro -¡se retiraba Nadal!-, pero ni por asomo se acercó a lo que se vivió en el O2 Arena de Londres en aquel septiembre de 2022. ¿Por qué? Creo que hay varias razones.
La primera es que Federer solo tuvo una fiesta, un adiós. El suizo anunció su retirada en un comunicado que publicó el 15 de septiembre, cuando llevaba más de un año parado, y apenas ocho días después disputó su último partido en la Laver. Lo hizo en un dobles con Nadal, el mayor que ha tenido en una pista de tenis. Con Nadal, en cambio, tengo la sensación de que su adiós es como el día de la marmota, que lleva ya retirándose muchas semanas, muchos meses. Quizás tengamos muy fresco el homenaje en Madrid, el baño de masas de Roma, la ovación con todo el público en pie en Roland Garros o ese momento mágico de él paseando la antorcha olímpica ante los ojos del mundo entero. Quizás nos hayamos anestesiado en los últimos meses: su despedida ha perdido el sabor de la sorpresa.
Tampoco ayudó, desde luego, el público de Málaga. Desde que Nadal dijo el 10 de octubre que se retiraría en la Davis, hemos visto cientos de noticias sobre la reventa de las entradas. He llegado a leer que había una entrada a la venta por 700.000 euros. Lo cierto es que el Martín Carpena no se llenó para el partido de Nadal -había unas decenas de butacas vacías- y que mucha gente abandonó el recinto cuando España perdió el primer set del dobles.
Para mis adentros pensaba en aquella final de la Copa Davis que Argentina ganó en Zagreb en 2016 con Maradona en las gradas haciendo de las suyas. Me tocó viajar a cubrir esa final y recuerdo a varios miles de hinchas argentinos que, armados con tambores, trompetas y todo tipo de instrumentos, se comieron a los croatas y llevaron en volandas a Del Potro y compañía a remontar una serie que tenían completamente perdida. Zagreb parecía Buenos Aires en aquel noviembre de 2016 y Málaga parecía por momentos La Haya este martes.
¿Cómo es posible que 2.000 holandeses hagan más ruido que 9.000 españoles? ¿Cómo es posible algo así en la despedida del más grande? Más allá de cuatro momentos puntuales, el público estuvo frío, como si fuera un partido más. Hasta Nadal tuvo que pedir a Alcaraz y a Granollers que hicieran gestos a la grada para ver si se caldeaba un poco el ambiente.
Y cuando se consumó el final, cuando España perdió el dobles y quedó eliminada, llegó el homenaje en pista a Nadal. Todavía había tiempo de arreglarlo. Todavía podían aparecer Federer y Djokovic por el túnel para darle el último abrazo. Nada de eso: el discurso de Nadal fue impecable, como también las palabras de David Ferrer, antes rival, ahora capitán, siempre amigo, pero cuando la organización dio al botón del play para mostrar por las pantallas el vídeo de homenaje, todo se volvió a torcer.
For your fighting spirit.
— Davis Cup (@DavisCup) November 19, 2024
For your humility and kindness.
For everything you’ve done for tennis.
Gracias, Rafa. pic.twitter.com/tDicj5KUI5
El vídeo, de cuatro minutos y 25 segundos exactamente, juntó a voces del tenis como Djokovic, Federer, Serena, Del Potro o Murray con otras del fútbol como Casillas, Rodri, Casillas, Iniesta o incluso Beckham. Llamó la atención la ausencia de Pau Gasol y Tiger Woods, dos de los grandes amigos que le ha dado el deporte a Nadal y que además comparten a Nike como firma deportiva. También se echó en falta algunas palabras de los que estaban allí presentes: los Moyà, Alcaraz, Ferrero y compañía. A Murray le grabaron por videollamada y al pobre se le veía pixelado. Daba la sensación de que el vídeo se grabó deprisa y corriendo, como si la ITF no supiera de la despedida de Nadal desde hacía semanas.
El adiós de Federer regaló al mundo una fotografía poderosa, que fue directa a la hemeroteca del tenis y del deporte. Pocas veces una imagen ha resumido mejor la brutalidad del deporte, la emoción de una rivalidad. Málaga nos deja una espina.