Lo peor de todo fue el final: ¿qué pinta el Atlético yendo al Fondo a aplaudir a los que tiraron los mecheros?
Se necesita una vida entera para hallarle el sentido a la vida; sólo basta un segundo para no encontrar sentido a nada. En tres días hemos asistido a cómo el ser humano puede convertir una fiesta en un bochorno sin rastro de arrepentimiento. Aunque quienes cometen tales fechorías tienen pocas trazas de humanidad. El jueves, los radicales del Athletic lanzaron una bengala hacia la grada de los aficionados de la Roma, de toda edad, nacionalidad y condición. Este domingo, en un derbi que estaba siendo ejemplar en el comportamiento, los mismos de siempre, esos que se escudan en los extremos para justificar cualquier barbarie, estropearon el espectáculo lanzando mecheros, botellas de agua y otros objetos no identificados hacia Courtois. Ocurrió después del gol de Militao y todo lo abrasó. Es muy fácil vivir haciendo el tonto, como escribió Dostoievski.
A partir de ese instante se activó el protocolo. Se hizo a instancias de un árbitro, Busquets Ferrer, que se presentó en el Metropolitano con sospechas entre sus colegas por su falta de experiencia en este tipo de enfrentamientos volcánicos, pero que demostró que no es necesario presumir de haber estado en Vietnam para saber actuar en situaciones de tensión, límite. Hasta en dos ocasiones la megafonía del estadio avisó de que se dejaran de arrojar elementos al campo, en un intento de hacer recapacitar a quien no sabe o no quiere. Todo fue en vano ya que todo depende de la educación. Busquets Ferrer, después de hablar con los dos entrenadores, tiró tanto de valentía como de cordura, detuvo el encuentro y, contundente, mandó a los equipos al vestuario.
En total fueron 20 minutos con el césped vacío, una imagen que enmarcó un bochorno. El césped despejado, sin un alma, mientras Simeone, Giménez y Koke negociaban con esa bancada sobrante en el fútbol, ese grupo de impresentables que mancha tanto a las letras del deporte como a su propio club y a esos jugadores que alientan. La conversación daba pena y el cuadro era nauseabundo.
𝐓𝐎𝐃𝐎𝐒 𝐒𝐀𝐁𝐄𝐌𝐎𝐒 𝐐𝐔𝐈𝐄́𝐍𝐄𝐒 𝐒𝐎𝐁𝐑𝐀𝐍.
— Relevo (@relevo) September 29, 2024
❌ Fuera los violentos del deporte y de cualquier lugar. pic.twitter.com/qsWIRWnSfX
Sobre todo porque el derbi estaba siendo amigable. Desde la llegada del autobús del Madrid hasta el minuto 22 de la segunda parte. Gallagher le dio la mano a Vinicius como respuesta a un caño del brasileño, el propio Vini se abrazó con Le Normand después de una falta, fortaleza en las piernas y nobleza en la atmósfera. Todos se enfocaron en la pelota y dejaron de lado el rumor del ruido. Sin embargo, cuando la carcoma está arraigada, en un pestañeo las patas de la mesa se vienen abajo, podridas.
Y en el Atlético, el problema está enraizado en uno de sus fondos. Para vergüenza del resto. El club debe meter mano en ese Frente, no parapetarse tras un "aquí no hay racistas ni antirracistas". Si hay tolerancia cero, como aseguró Enrique Cerezo antes del encuentro, debe aplicarse y dejarse de chascarrillos. Las palabras, como las promesas, se quedan flotando. En este asunto no hay que tener dudas, ni justificar, y mucho menos sembrar argumentos para el futuro. Como hizo un encendido Simeone, que patinó asegurando poco menos que el belga incitó a esa parte de la hinchada con el festejo del 0-1. "No ayudamos nosotros cuando cargamos a la gente, provocamos y la gente se enoja. La gente no tiene otra forma de hacerlo, de mala manera, sí, que no está bien, pero... (...) Puedes festejar, pero no a la tribuna", señaló primero para después llegar a sugerir un castigo: "Hay que sancionar al que provoca".
No, Cholo, sería otro error grosero poner el foco en el portero y no en los agresores. Ni se debe entrar en un juego absurdo de comparar el peso de los agravios ni pretender que un "me provocó" sea una defensa.
Hay que ser implacable con estos individuos. En hechos y en gestos. Por eso, dentro de infame, lo peor fue el final, el último fotograma del derbi, cuando toda la plantilla del Atlético, después de conseguir el empate, acudió a ese mismo fondo a aplaudir. ¿A aplaudir el qué? ¿A quién? Esa fotografía, la plantilla celebrando en comunión con los culpables, es indigna y así lo entendió parte de la afición colchonera, que se hartó y pitó. ¿Qué pintan yendo allí con los que dispararon los mecheros, con los radicales? La permisividad del club con esta gente es evidente. Si el Madrid y el Barça han desinfectado sus cloacas, habrá que mirar hacia los sillones de cuero del Metropolitano para pedir explicaciones. A los ultras hay que echarles sin pretextos ni miramientos.
Dicho esto, creo que el desierto en el que se convirtió el terreno de juego del Metropolitano durante 20 minutos tuvo un punto de alivio para la imagen de nuestro fútbol. Que en España se pare un espectáculo que pocas veces ha parado, por muchos insultos, ataques racistas o incidentes desagradables que haya sufrido, es un consuelo. Porque a veces el patetismo sirve para cambiar el rumbo. Sólo se necesita que todas las partes quieran. Y que en el próximo partido no haya enmascarados. Ni caretas.