Al tenis se le está poniendo cara de Festina y va camino de romper todas las raquetas
Que en tu deporte haya casos de dopaje no es en sí una mala señal. En principio, quiere decir que los sistemas funcionan y que hay una voluntad de descubrir a los tramposos aunque sean las caras más relevantes del negocio. Esto es algo de lo que el ciclismo ha presumido durante muchísimos años a la vez que se quejaba del estigma de deporte sucio: cuántos más Armstrongs, Ullrichs o Contadores caían, más claro estaba, según los equipos, que se estaba luchando activamente contra el dopaje. Mala señal que en deportes donde se mueven presupuestos monstruosos y la tentación de la trampa es en consecuencia mayor, nunca dé positivo nadie.
Ahora bien, de cara al aficionado no es tan fácil de aceptar que tu ídolo pueda haber hecho una trampa. Recuerden la que se montó aquí con Contador o Valverde o la negativa a repasar nada de los tiempos de Induráin pese a las confesiones de prácticamente todos sus rivales. Incluso en pleno Caso Festina del Tour de 1998, los equipos españoles se retiraron de la competición y la prensa patria, en vez de criticar la falta de transparencia, hizo lo propio, ante el aplauso y la comprensión del público.
La credibilidad de un deporte, por lo tanto, depende no solo de su capacidad para mantenerlo limpio, sino para vender ese mensaje con claridad a sus seguidores. En otras palabras, todo lo contrario de lo que ha hecho el tenis durante la última década, cuando se perdonó a Gasquet un positivo por cocaína dando por buena la excusa de que había besado a una chica que consumía esta droga, se medio perdonó a Sara Errani porque puso como excusa unos canelones de su madre y se permitió a Cilic retirarse en silencio de Wimbledon 2013 cuando en realidad había dado positivo por glucosa.
Por supuesto, todo esto queda en nada ante la repercusión mediática de los dos últimos positivos: el de Jannik Sinner durante la gira estadounidense de primavera y el de Iga Swiatek el pasado mes de septiembre y cuyo resultado final se ha conocido este jueves. Todo lo bueno que puede decir del tenis el hecho de que sus controles señalen al número uno de la ATP y a la número dos de la WTA queda en nada ante la sucesión de chapuzas que han rodeado a ambos casos y la sensación de impunidad que se sigue transmitiendo.
El perro se ha comido mis deberes
En torno al caso Sinner, ya se ha dicho todo. Mi opinión sigue siendo la misma: no se pueden juzgar intenciones. La lucha antidopaje no es una lucha contra "los malos" porque eso es un concepto moral. Hay sustancias que no pueden estar en tu cuerpo y que, si están en tu cuerpo, no te permiten competir contra los demás. Punto. Si te encuentran esa sustancia y además te la encuentran dos veces, te has ganado la sanción. Lo mismo eres un angelito inocente o un diablo malévolo. Me da absolutamente igual. La justicia deportiva no debería entrar en eso, sino en los hechos. Y los hechos son claros.
Algo parecido -o incluso peor- sucede en el caso de Swiatek. Después de su decepcionante US Open, la polaca decidió echar por sorpresa a su entrenador Tomasz Wiktorowski, con el que había conseguido todos sus éxitos. Empezó a bajarse de torneos de manera sospechosa hasta que dio como explicación que estaba buscando un nuevo equipo técnico y necesitaba acoplarse a sus métodos antes de volver a competir. No lo habíamos visto nunca en el circuito, pero la mayoría pensamos que se trataba de un asunto de salud mental y lo respetamos.
Lo que no podíamos imaginar era que Swiatek no competía porque estaba sancionada cautelarmente. Nadie nos dijo nada como nadie nos dijo nada sobre Sinner hasta agosto. Lo de Swiatek se ocultó durante dos meses y pico. Lo de Sinner, durante cinco meses. Al italiano directamente le exoneraron de cualquier culpa y a la polaca le ha caído una sanción ridícula: un mes sin poder competir, del que lleva cumplidos 22 días, desde que acabara su decepcionante participación en las WTA Finals. Una participación, por cierto, que también habrá que aclarar por qué tuvo lugar o si es que fue una exigencia de Arabia Saudí en su primer año como anfitriona del evento.
El positivo ha sido por trimetazidina, una sustancia que previene la angina de pecho y que mejora en general el bombeo cardíaco. La patinadora rusa Kamila Valieva ya dio positivo por esa sustancia en los Juegos Olímpicos de Invierno de Pekín 2022 y digamos que la reputación de los atletas rusos en materia de dopaje no es la mejor del mundo. Durante dos meses, la ITIA ha estado esperando que al equipo jurídico de Swiatek se le ocurriera algo que justificara la presencia de esa sustancia en la sangre de la polaca. Por fin encontraron un culpable: un medicamento (melatonina) que utiliza habitualmente para dormir y que, al parecer, estaba contaminado. Se entiende que lo han podido probar.
Después de un Virenque, siempre llega un Armstrong
Sea como fuere, la ITIA la ha creído. Solo faltaba. El dopaje convertido en cuestión de fe. Le ha puesto una sanción en pleno descanso entre temporadas porque algo había que hacer, pero ahí se queda la cosa. Recuerda a las épocas más oscuras del dopaje en el deporte, cuando las sanciones se cumplían en forma de lesión inoportuna o se reservaban para los períodos no competitivos. Así no pierde nadie… salvo los que van limpios y cuidan lo que toman sin necesidad de echar luego a su entrenador o a su fisioterapeuta.
A nadie se le escapa que el tenis, especialmente tras la retirada de Nadal y Federer en el circuito masculino, y de Serena Williams en el femenino, está en un momento delicado. Se necesitan referentes que atraigan al público y se conviertan en fenómenos mundiales que puedan competir con las estrellas de otros deportes. Sinner y Swiatek entran en esa categoría. Cargárselos resultaría un precio demasiado elevado para unos circuitos en franca decadencia y con una clase media que no acaba de dar el salto.
Ahora bien, lo cierto, como decía al principio, es que esta connivencia del tenis con el dopaje viene de lejos. Sí, ha habido sanciones, claro. A un puñado de argentinos que destacaron a la vez a mediados de los 2000 y a alguno más. Muy pocos, en cualquier caso. Todo esto a la vez que vemos atletas cada vez más potentes, golpes cada vez más demoledores y todos se quejan de lo difícil que es mantener el ritmo físico acusando a un calendario que, en realidad, no hace más que menguar. Es sospechoso, desde luego. Y supongo que tiene sentido que los circuitos intenten evitar un Caso Festina, pero no deberían olvidar lo que le vino después al ciclismo, es decir, que uno acaba mirando a otro lado con Virenque… y acaba dándose de bruces con Lance Armstrong.