Hay un problema con Nadal y es que todos se han cansado de llevar flores al cementerio
La palabra es "agotamiento" y en eso hemos contribuido todos: la prensa, los patrocinadores, los compañeros y compañeras del circuito, los torneos… Incluso David Ferrer, capitán de la Copa Davis, manifestaba después de la derrota ante Holanda que notaba a Rafa Nadal demasiado cansado. Abrumado, en parte, por la expectativa exterior. El problema, obviamente, no viene de esta semana ni viene de esta competición. El problema con Nadal es que la agonía se ha prolongado demasiado y que nosotros no estábamos acostumbrados a relacionar a Nadal tanto tiempo seguido con el dolor, sino con la alegría, la superación, el desafío constante a las limitaciones.
¿Se pudo hacer de otra manera? Es imposible saberlo. Supongo que Nadal podría haber sido menos críptico en sus declaraciones desde finales del año pasado… pero también supongo que cuando uno disfruta de su trabajo como Nadal disfrutaba del suyo, es difícil cerrarse puertas alegremente. Nadal empezó la temporada diciendo que "casi seguro" sería la última, recibió un homenaje ya en Madrid cuando perdió con Jiri Lehecka, y, de repente, sin razón más aparente que su alto nivel en los entrenamientos, prefirió cambiar de opinión.
Fuera por la intuición de una luz al final del túnel o fuera por lo esperpéntico del homenaje en la Caja Mágica, con esas banderas que no querían bajar, también con la noche muy entrada y el público claramente desconcertado, el caso es que Nadal y su entorno pidieron en Roma que no se repitiera la escena. Y Roma obedeció, aunque se moría de ganas de despedir por todo lo alto al diez veces ganador del torneo. Los primeros triunfos, en 2005 y 2006, tras protagonizar dos de los mejores partidos de su carrera ante Guillermo Coria y un tal Roger Federer.
Tampoco quiso que Roland Garros le rindiera el tributo que sí le rindió muy merecidamente la organización de los Juegos Olímpicos. Por entonces, aún no sabíamos con certeza si Rafa se retiraba o no. Luego llegó Djokovic y se lo dejó más o menos claro. A partir del anuncio, llegaron las lógicas muestras de condolencia, la eterna repetición de los mejores momentos, los libros póstumos y los documentales heroicos. Solo que la retirada de Nadal no era algo gozoso, algo a lo Toni Kroos, sino que el dolor se veía en cada declaración, en cada explicación: "Mi cuerpo no da, simplemente".
Más pena de la que podíamos soportar
Y es cierto que ya sabíamos que ese cuerpo se iba a romper. Lo sabíamos desde la gravísima lesión de 2005 y las muchísimas que llegaron después. Rafa Nadal llegó a declarar que no había pasado un día sin tomar un antiinflamatorio. Su lucha fue una lucha constante contra el dolor y, su historia, una superación permanente. Así, nos acostumbramos a ver a Rafa como un héroe de videojuego al que la energía le baja de repente, pero consigue subirla al poco tiempo. Una figura que no se agotaba nunca.
Solo que se agotó, claro, como se agotó Federer o se agotó Murray o se agotará en breve Djokovic. Y, más allá del fiasco de la ceremonia del martes, lo cierto es que todos estábamos ya un poco saturados de llevar flores al cementerio:estaba saturado Nadal, estaban saturados sus compañeros y su capitán, que habían ido a Málaga a ganar una Copa Davis, estaba saturado incluso el público, que sabía, de alguna manera, que el homenaje les privaba de más tardes-noches de esplendor, muchas de las cuales probablemente ya habían pagado.
Nadal apareció en nuestras vidas deportivas como un huracán de vitalidad. David Foster Wallace, en su famoso ensayo sobre la final de Wimbledon de 2006, lo definió como un "Dionisos" frente a "Apolo", que sería Federer. Para quien no sepa demasiado de mitología griega -solo faltaba-, Dionisos es la representación del placer, del hambre, del exceso. Apolo, de la racionalidad, la elegancia, la ciencia. Nadal, en resumen, era un competidor hambriento y excesivo. No sé hasta qué punto esa lectura de Foster Wallace ha llevado a muchos malentendidos posteriores, pero en ese momento puede que fuera acertada.
Y, en cualquier caso, es la que pervivió en nuestros corazones. El campeón desaforado, imposible. El que pierde los dos primeros sets con Medvedev, no se sabe cómo aguanta el tercero… y acaba llevándose el Open de Australia a los 35 años y medio en cinco mangas. Si hay algo que celebrar, es eso. Celebrar la pena y sobre todo una pena tan continuada acaba frustrando a cualquiera. El tiempo irá colocando las cosas en su sitio de manera natural, sin forzarlas. De momento, lo mejor es ir pasando a otra cosa. Al tenis competitivo, por ejemplo, que es lo que nos llevó aquí.