El Milan que sedujo al Flick jugador: "Gullit y Van Basten daban el aviso para forzar el fuera de juego"
El mítico portero Giovanni Galli explica a Relevo cómo funcionaba exactamente la defensa posicional de Sacchi, todo un maestro en la trampa del fuera de juego. El Madrid lo sufrió dos veces en Europa.
El relato comienza así: "Nuestros delanteros presionaban su salida de balón. Cuando partían, significaba que teníamos que arrancar nosotros, desde atrás, para que el adversario cayera en fuera de juego. La línea defensiva debía leer la pista dada por los de arriba. Forzar el offside era una herramienta para atacar rápido". Las palabras, al teléfono, son de Giovanni Galli, exportero del todopoderoso Milan que dominó el mundo a finales de los ochenta y principios de los noventa.
Fue precisamente el 18 de abril de 1990, cuando el Olympiastadion de Baviera acogió la vuelta de semifinales en Copa de Europa entre Bayern y Milan. Pasaron los italianos, que a la postre levantarían el cetro en la final contra el Benfica. Fue la segunda Orejona -consecutiva, además- para el conjunto dirigido, entonces, por Arrigo Sacchi.
Lo curioso es que entre los suplentes del trasatlántico de Múnich estaba Hansi Flick, sorprendido por cómo los rossoneri habían llegado hasta allí: asfixiando al Madrid en octavos, sometiéndolo a permanentes fueras de juego. Sí, justo un año después de haber hecho lo propio con goles corales, consecuencia de una perfecta función (5-0, semis Copa de Europa'89).
Visionario
La revolución táctica de Flick (99 fueras de juego y 13 goles anulados a los rivales en 15 partidos) alcanzó su punto álgido en el Bernabéu con una defensa sincronizada operando a 50 metros del área. Para traducir ese idioma hay que volver atrás en el tiempo. No al origen primigenio del pressing y la táctica del offside (obra de Rinus Michels), sino a su primera actualización moderna, con Arrigo al frente de un equipo que ya definían así desde las entrañas de Chamartín: "Atentos, estos que vienen no son italianos", advirtió el otrora entrenador, Leo Beenhakker. "Jamás vi dominar en el Bernabéu como lo han hecho ellos", explicó Butragueño tras el empate a uno de la ida, preludio de la manita en San Siro. Las declaraciones están recogidas en la biografía del gurú Sacchi, titulada Il realista visionario, donde explica perfectamente el método con precisión cartesiana. "Frente a una escuadra de solistas, venció el colectivo. Ganó quien dominó mejor las zonas, los espacios interconectados… Quien supo armonizar los movimientos y estaba dispuesto a sacrificarse, a presionar arriba. Teníamos superioridad numérica en todas las partes".
Lo volvió a hacer en la siguiente edición de la máxima competición europea, cuando en la ida doblegó al Madrid (2-0), ya dirigido por Toshack, y en la vuelta… En la vuelta lo que sucedió fue una revolución copernicana que terminó con los blancos en la hoguera. Si bien ganaron por un insuficiente 1-0, lo más clamoroso es que incurrieron 23 veces en fuera de juego. Fue el éxtasis de la defensa zonal pura, con Baresi marcando el ritmo, espoleando el movimiento -con la mano alzada- para que el acordeón sonara encogiéndose y ensanchándose. Esto llegó a decir el genio de Fusignano. "En Italia quemaron a Giordano Bruno, y yo al inicio fui visto como un hereje, porque cuestionaba un saber hacer antiguo".
Una premisa está clara. En aquella remota victoria estéril del 1 de noviembre de 1989 (1-0, Butragueño)… Sí, cuando Real Madrid y Milan dirimían sus fuerzas en el camino por ganar la Liga de Campeones'90, cuando el Flick jugador estaba atento a lo que se toparía después, no existía aún el fuera de juego pasivo como lo entendemos hoy, y eso era una ventaja para la tropa presidida por Berlusconi.
Pero era magia. La línea sacchiana se movía con una simultaneidad perfecta, con Baresi señalizando cuándo Costacurta, Maldini o Tassotti tenían que esprintar para neutralizar a los blancos, siempre en orsay. Esa trampa del fuera de juego -violentada hasta la extenuación en ese partido- obligaría la UEFA a eliminar el posicional, legitimando para siempre a quien no intervenga en la acción. Ese día se pintó, de alguna manera, una nueva Capilla Sixtina. "Franco mandaba, pero la lectura era de todos. Gullit, Van Basten o Massaro iban a imposibilitar la salida de balón adversaria. Nosotros atrás, en correlación con ellos, nos acercábamos casi hasta centro campo para ir a por el balón. Si éste rebasaba nuestra primera línea, lo normal era que cayeran en fuera de juego. Jugábamos cohesionados y unidos. Todo en 40 metros: ellos, entre el círculo central y el área rival; nuestra defensa casi pegada al círculo, pero sin rebasarle para poder ejecutar la maniobra", especifica Galli.
Amalgama de recursos rossonero
Ha pasado mucho tiempo, y aunque la historia jamás se repite idénticamente, el buen hacer de Flick en Can Barça ha desempolvado esta obra de arte defensiva que tuvo lugar en el mismo sitio -Santiago Bernabéu-, aunque con diferentes protagonistas, contexto y circunstancias. En definitiva, con distintos pinceles. Y es que si los fueras de juego de Mbappé (seis en el primer tiempo) o Vinicius se producían a más de 40 metros del área de Iñaki Peña gracias a la zaga culé adelantada en simbiosis recíproca con Lamine, Lewandowski y Raphinha... Al otro lado de la meridiana, la banda de Baresi no se movía siempre así, sobre todo porque no era del todo necesario al poder aprovecharse también del fuera de juego posicional.
Así pues, el jerarca italiano, desde la posición de líbero, daba el pistoletazo de salida a los suyos incluso defendiendo al borde del área propia. Entonces, cuando veían el conato del oponente por acercarse una vez pasada la medular, esprintaban quince metros para dejar -de forma exprés- el espacio que determinaría el fuera de juego. Era otro recurso utilizado, en este caso sin necesidad de involucrar ni siquiera al centro del campo. Ambas maniobras tenían algo común, que desquiciaban al rival.
Es curioso que Carlo Ancelotti, hombre clave en las gestas milanistas de Sacchi, no encontrara anticuerpos a una libreta que le sonaba familiar. Sobrepasado, no pudo aprovechar la velocidad de sus dos estrellas, que vieron cómo el radio de acción en el verde estaba menguado gracias al achique de espacios que marcaban Íñigo Martínez, Cubarsí, Balde y Koundé. Una táctica que les obligaba a arrancar casi desde su propio campo buscando el desmarque de ruptura. Tan similar y distinto a lo acontecido aquel día de 1989, cuando Flick veía una y otra vez cómo cuatro esbeltos y ágiles italianos se movían con celeridad en conexión con todo el andamiaje. La música sonaba, y ellos pasaban de compenetrarse con el cisne Van Basten, a jugar al lejos-cerca para con la portería de Galli. Eso obligaba al rival a tener rapidez física, pero sobre todo mental. A ser arquitectos e ingenieros del espacio y del dichoso tiempo. A dominar la mente para conducir el cuerpo.
Futbolísticamente hablando, los blancos -con rostro pusilánime- cayeron muertos ante una frustración agotadora, similar a la de hace dos jornadas en Chamartín. Entonces estaban Butragueño y Hugo Sánchez como puntas de lanza, y eso también lo vio Flick, ya un entrenador en potencia. "Cuando Baresi encendía la luz, todos íbamos detrás. Lo teníamos demasiado bien trabajado, interiorizado. También el portero, que era yo". El Espanyol, en Montjuic, fue el último en acusarlo. Ahora toca al Estrella Roja. Una oportunidad para seguir ganando y engordando los enormes réditos estadísticos. Para seguir pintando obras de arte.