RUGBY

Las tres jugadoras en ropa íntima que exponen la llegada del 'body shaming' al deporte: "Creen que jugar al rugby y ser femenina no es compatible"

Los cánones de belleza siguen dejando huella también entre las deportistas y sus cuerpos.

Las tres jugadoras de rugby posan con la lencería. /BLUEBELLA
Las tres jugadoras de rugby posan con la lencería. BLUEBELLA
Íñigo Corral

Íñigo Corral

Una campaña de publicidad realizada por una reputada firma de lencería y tres jugadoras de rugby. ¿Qué puede salir mal? Y es que aún cuesta enterrar ideas, muchas veces estereotipadas, sobre cuáles son, o deberían ser, los auténticos cánones de belleza femenina. Se imponen los cuerpos pequeños, delicados y curvilíneos porque los musculosos o con un pecho más pequeño se asocian irremediablemente a la masculinidad. La realidad es la que es. Sigue vigente el manido debate sobre la sexualización frente a la fuerza y la autonomía sexual. Cuesta, y mucho, normalizar la belleza de un cuerpo de mujer fuerte y poderoso que siempre ha sido ignorado por la industria de la moda y estigmatizado por la sociedad. Los anglosajones ya le han puesto nombre a estas críticas ácidas: body shaming.

La susodicha campaña para promocionar ropa interior femenina utilizó como modelos a tres jugadoras de rugby del Reino Unido que iban a participar con su selección en los Juegos Olímpicos de París. Los cuerpos de aquellas mujeres no se asemejaban a los que lucen palmito en las pasarelas internacionales. Y claro, arreciaron las críticas. Lo curioso es que muchas vinieron de personas relevantes en el mundo del deporte y de su mismo sexo como la exnúmero uno del tenis, Martina Navratilova, o de compatriotas como la maratoniana Mara Yamuchi o la medallista olímpica en Moscú, la nadadora Sharron Davies. En este punto resulta oportuno recordar el último informe del Instituto de las Mujeres, "Mujeres jóvenes y trastornos de conducta alimentaria. Impacto de los roles y estereotipo de género", que alertaba sobre cómo el estigma del peso se ha asociado a un descenso de la actividad física "para eludir una mayor estigmatización en el deporte".

El trio no puso objeción alguna a aquel posado con lencería de encaje cuidadosamente elegida. No esperaban que luego, casi obligadas, tuvieran que justificar aquellas fotografías. Su respuesta debería dar qué pensar a mucha gente que puso el grito en el cielo. Todas coincidieron en señalar en que, tanto el sexismo, como la falta de confianza que provocaban sus cuerpos en ellas mismas, casi consiguen frustrar su interés por el rugby. Tal vez algunos datos ayuden a comprender mejor la situación creada en torno a unas normas no escritas. Según la organización benéfica Women in Sport, el 64 por ciento de las niñas mayores de 13 años abandona cualquier tipo de actividad deportiva por problemas relacionados con su imagen corporal. La idea de un cuerpo fuerte o sobrado de peso choca con la definición académica de belleza. De ahí que prefieran el sedentarismo.

Jasmine Joyce, una galesa de 1,70 de altura y unos 60 kilos de peso, decidió a sus 28 años dar su visto bueno a la propuesta de exhibirse con sostenes, ropa de encaje y ligueros en vez de hacerlo con bresieres deportivos, leggings o pantalones cortos. A su manera, quería lanzar a las adolescentes un mansaje para que aceptaran su apariencia externa sin ningún tipo de rubor. Ellie Boatman, un año menor que Jasmine, fue de lo más elocuente a la hora de explicar los motivos que le llevaron a actuar como modelo de lencería. Recordó que cuando cogió el balón oval por primera vez se convirtió en la única chica en hacerlo en un equipo compuesto íntegramente por hombres, "algo que me resultó bastante duro". No se rindió, y eso que como ella misma recuerda, sus rivales siempre pensaban que su equipo era más débil porque tenían a una chica. Tampoco los padres de los jugadores contrarios ayudaron a subir su autoestima cuando les oía decir que fueran a por ella porque era el punto más débil de su oponente.

Las cosas nunca fueron fáciles para Boatman, la máxima anotadora en la actualidad de ensayos con el equipo del seven de Inglaterra. Cuando habla de los problemas de confianza que puede provocar su cuerpo en una adolescente, lo hace con conocimiento de causa. Durante su etapa universitaria sufrió trastornos alimentarios. "Es algo por lo que tuve que luchar y por eso ahora entreno duro", afirmaba en una reciente entrevista. La jugadora decía que ya no se machaca para mejorar su apariencia física. "Eso es algo que ya no me interesa". Lo hace por estar fuerte, en forma, y al mismo tiempo, más saludable.

La tercera en discordia, Celia Quansah, confesó haberse sentido avergonzada durante la pubertad por su musculado cuerpo. "Uno de los mayores desafíos para el rugby femenino es la percepción de que no se puede ser femenina y jugar a este deporte". Si hay algo que le fastidia de la gente a esta jugadora, que quedó séptima en los pasados Juegos Olímpicos, son comentarios tales como "eres demasiado bonita para jugar" o, simplemente, que "las mujeres no deberíamos jugar a rugby". Si se presta atención a sus palabras, es más fácil de entender su conducta. "Cuando era pequeña –asevera-, siempre me avergonzaba un poco de mis músculos y de mi cuerpo porque me decían cosas como pareces un hombre". Ahora, todo es distinto "porque a medida que creces, aprendes a amar tu cuerpo".

Navratilova entendió todo aquel reportaje gráfico como algo "regresivo y sexista". A su vez, Davies criticaba que las jugadoras aparecieran con ropa "pornográfica", al tiempo que se preguntaba quién era el responsable de aquella "estúpida" idea. Mientras, Yamuchi comentaba que retratar a mujeres como "objetos sexuales" no iba a animar a las adolescentes a practicar rugby. La prensa tampoco acababa de ver aquello muy claro. Laura Craik, en The Telegraph, se erigió en la portavoz autorizada de lo que entendía como una idea mayoritaria. "Ante una dura sesión física en el terreno de juego como preparación de los inminentes Juegos Olímpicos, lo último que los aficionados al deporte esperarían encontrar es a estas tres jugadoras entrenando con atrevidos sujetadores de encaje, braguitas, bodys y ligueras", escribió.

En el caso masculino nunca hay rechinar de dientes. Nadie cuestiona que puedan posar en paños menores futbolistas con cuerpos bien definidos como David Beckham o Cristiano Ronaldo. En otras ocasiones, los protagonistas hasta llegan a ser aplaudidos. Por ejemplo, durante un partido de la antigua Copa de la UEFA el exfutbolista del Athletic de Bilbao, Fran Yeste, se quedó en calzoncillos y se puso a corretear por el terreno de juego para celebrar un gol frente al Trabzonspor turco. Ni protestas ni silbidos. Al contrario, logró que se dispararan las ventas de slips con el estampado del escudo de su club. Más alucinante fue ver al surafricano Faf De Klerk recibir en gayumbos y cerveza en mano al príncipe Harry, el quinto miembro de la familia real británica en la línea de sucesión, cuando acudió al vestuario de los Springboks mientras celebraban su victoria en la Copa del Mundo de rugby celebrada en Japón en 2019. Como en el caso de Yeste, y salvando las diferencias, aquellos calzoncillos se vendieron como rosquillas.

Otra jugadora de rugby norteamericana, Ilona Maher, bronce en los últimos Juegos Olímpicos, acaba de ser portada de Sports Illustrated. Aparece en bañador y, por supuesto, los haters surgieron como lo hacen los champiñones por esta época del año. Nada va a hacer cambiar a esta mujer que a sus 27 años lleva tiempo relatando sus historias personales en su cuenta de TikTok, que a día de hoy es seguida por más de un millón de personas y acumula más de 86 millones de "me gusta". Nunca disimula su gusto por posar ante la cámara. Es más, se trata de algo que hace con relativa frecuencia. En un vídeo bastante reciente aparecía en pantalones cortos con la cámara haciendo un zoom a sus muslos. Quería normalizar el trauma que supone tener celulitis en algunas mujeres. La respuesta a sus odiadores ante tanta falta de respeto fue un zasca en toda regla: "Yo voy a los Juegos Olímpicos, y tú no".

El último ejemplo conocido que hemos tenido en España de body shaming lo ha protagonizado este verano la waterpolista Paula Leitón, poco después de obtener la medalla de oro en París. Ella resultó ser una persona valiente y lo suficientemente madura como parano entrar al trapo ante el aluvión de críticas por su cuerpo. En honor a la verdad, también tuvo infinidad de apoyos que de forma pública sirvieron para contrarrestar la falta de educación de personas que muchas veces se refugian en el anonimato. A otras mujeres les afecta más. Una encuesta de YouGov publicada hace cinco años reflejaba que el 36 por ciento de los europeos habían sido víctimas del body shaming en más de diez ocasiones, una cifra que en el caso española casi afectaba a la mitad de la población (45 por ciento).

No son nuevas este tipo de iniciativas en favor de la mujer con cuerpos para nada esculturales ni esculpidos a base de bisturí. En 2011, una conocida marca de champú puso en marcha una campaña con el sugerente slogan de "Strong is beautiful" (la fuerza es bella) que tuvo una excelente acogida. La idea de que el cuidado del cabello, en este caso femenino, puede simbolizar fortaleza como sinónimo de belleza parecía, a priori, un tanto arriesgada. Y es que lo que pretendían hacer era modificar la narrativa tradicional de los cánones establecidos basados en la superficialidad de una imagen muchas veces retocada dando apariencia de un cuerpo perfecto, para enfocarla en un mensaje más inclusivo que, al mismo tiempo, demostrara el empoderamiento de la mujer.

En aquella ocasión utilizaron como reclamo publicitario a la luchadora norteamericana del peso gallo y experta en artes marciales Ronda Rousey, que en 2008 había ganado la medalla de bronce en Pekín. Era la candidata ideal para plasmar un pensamiento hasta entonces un tanto contradictorio. Siempre se había proyectado la imagen de que una mujer fuerte, decidida y exitosa como algo opuesto a que pueda sugerir que su fuerza interior es lo que realmente define su belleza exterior. Fue tal el éxito de aquella iniciativa que la marca de champú fue adaptando poco a poco el eslogan a varias versiones para cultura diferentes.

Por ejemplo, en 2017 lanzó en Filipinas la campaña "Labels Against Women" (etiquetas contra las mujeres) que denunciaba los estereotipos de género y cómo eran etiquetadas injustamente en su lugar de trabajo. La iniciativa tuvo una gran aceptación por el enfoque inclusivo de las misma al presentar mujeres de diferentes etnias, estilos de vida y profesiones. La marca llegó incluso a incorporar temas de aceptación y diversidad en la que incluían algunas mujeres que permitían visualizar personas de la comunidad LGTBI.