RUGBY

¿Cómo llega un balón de rugby a un niño masái que vive a las faldas del Kilimanjaro?

Margarita Ortiz, directiva de la Federación Española de Rugby, relata a Relevo su viaje para dar a conocer el rugby al país africano.

Un niño juega al rugby en Tanzania. /FER
Un niño juega al rugby en Tanzania. FER
Íñigo Corral

Íñigo Corral

Desde muy joven, a Anisa siempre le ha atraído mucho todo lo relacionado con la cooperación en los países del Tercer Mundo. Este verano quiso tener su propia experiencia. La única pega era que al faltarle un año para cumplir la mayoría de edad, no podía viajar sola. Así que le preguntó a su madre si podía acompañarla. Sin dar tiempo a que su hija oyera el sí, Margarita Ortiz ya había empezado a meter cosas en la maleta. Ella ya había vivido de joven todo aquello y no dudó en echarle una mano. La actual responsable de la Real Federación Española de Rugby (RFER) en cuestiones de formación y captación de deportistas, no iba a dejar pasar la ocasión de evangelizar por tierras de África las bondades que despertó en ella el rugby cuando empezó a practicarlo a los 16 años en La Moraleja (Madrid). Por supuesto, nada de llevar a Tanzania material que no encajara con sus propósitos. De ahí, que entre los enseres para el viaje metiera una veintena de balones ovalados.

Madre e hija partieron el pasado 4 de julio en avión rumbo al aeropuerto internacional del Kilimanjaro, previa escala de 25 horas en Doha. Para su aventura africana portaban, entre otras muchas cosas, dos enormes maletones repletos de material deportivo. "Era una barbaridad lo que logré meter porque allí dentro estaba la vestimenta necesaria para dos equipos completos", espeta. Ropa, solo la justa para pasar un mes en Tanzania. A la hora de facturar en el aeropuerto Adolfo Suárez, a uno de los empleados de seguridad le llamó la atención un voluminoso bulto que pesaba 37 kilos. "Y, claro, me preguntó bastante sorprendido qué había dentro, después de decir: "¡ay mi madre", recuerda. Tras dar las pertinentes explicaciones, e invitarle a abrir aquella gigantesca maleta, el empleado desistió de hacerlo "y nos dejó pasar".

Sin embargo, tenía miedo de lo que le pudiera pasar a su llegada a Tanzania por si le requisaban todo o parte del material. Frente a esa hipotética coyuntura tenía un plan B. Entre su equipaje había metido ordenadores y móviles de segunda mano para ofrecérselos a quien fuera menester como regalo a cambio de dejarles pasar. No hizo falta, nadie quiso apropiarse de lo ajeno. Una vez en Tanzania, ya había que ponerse manos a la obra para cumplir con los objetivos del colegio beneficiario de la ONG española por África Directo. Su destino era un colegio de un pueblo llamado Mbuguni, situado en el distrito de Arumeru, en la región de Arusha . Esto es, iban a pasar sus vacaciones al norte del país, en un lugar muy próximo a la frontera con Kenia. Allí residen 2,5 millones de personas. Se trata de un área con una densidad de población de 62 habitantes por kilómetro cuadrado. Para hacerse una idea, cabe recordar que en España las dos provincias más despobladas son Soria y Teruel donde la tasa es inferior a los diez habitantes por kilómetro cuadrado.

El plan inicial era que la hija diera clases de francés y matemáticas. El entorno era el ideal. A los lejos emergía la enorme figura del Kilimanjaro, un volcán inactivo que, además, es la montaña más alta del continente. Mientras, la madre iba con la intención de montar en el colegio Pireabla de Mbuguni una especie de olimpiadas deportivas. Su trabajo también tenía su parte didáctica hacia unas "monjitas" a quienes se encargó de enseñar cuestiones tan necesarias para ellas como saber utilizar un ordenador, buscar proyectos para captar fondos o conseguir herramientas educativas gratuitas. Tal vez, gracias a esta directiva de la RFEF, sean de las pocas monjas en Tanzania con su perfil de Linkedin y capaces de manejar herramientas de Google como el Drive o el ChatGPT.

A los pocos días de llegar al poblado, Margarita Ortiz realizó un tour por varios colegios de la zona hasta que llegó al Orkeeswa School, a unas dos horas en coche de su destino inicial. "Me encontré que había muchas más facilidades que en otros para practicar cualquier deporte, y por eso decidí montar allí la escuela", afirma. Ayudaba, y mucho, que el director del centro fuera un californiano que había sido jugador de baloncesto. La suerte quiso que entre el profesorado hubiera algún keniata que ya había practicado el rugby, algo no tan extraño como pudiera parecer, "porque es un país donde se juega mucho en los colegios". Eso sí, antes de tomar la decisión de trasladarse de colegio, habló son sus "monjitas" para que no se enfadaran. No le pusieron ninguna pega, así que se mudó con su hija a su nuevo destino.

¿Cómo llega un balón de rugby a un niño masái que vive a las faldas del Kilimanjaro?

Tras despedirse de sus nuevas amigas, a las dos horas se plantó en el Orkeeswa School con todo el material deportivo que había traído desde España. "Aquellas instalaciones tenían un potencial enorme", enfatiza. Los niños solo jugaban a baloncesto o voelibol. Nada de rugby. Era un centro tan avanzado para el lugar de África donde estaban que hasta permitían que jugaran las niñas y que incluso compitieran a nivel nacional. La cuestión no es baladí, "y eso es algo brutal que la gente tiene que entender". Hay que tener en cuenta que, en la provincia de Arusha, la mayoría de la población pertenece a la tribu de los Masái "que tiene una cultura ancestral donde a las niñas solo se les permite trabajar o casarse por conveniencia desde los doce o trece años".

Los niños le miraron alucinados cuando sacó todo el material deportivo que había en la maleta. Tenían todo lo necesario para entrenar una modalidad de rugby sin contacto que en España ya se ha implantado con bastante éxito en más de 800 colegios gracias a la apuesta de Generali y su programa Get into the rugby. Basta que un contrario arranque una de las dos cintas que lleva colgadas a la cintura cada jugador para considerarle placado. Se trata, según la RFEF, de una actividad destinada también para que conozcan de primera mano "los valores fundamentales de este deporte como respeto, el esfuerzo, la integridad, el compromiso, la solidaridad o el compañerismo". En un país donde el deporte se limita al fútbol y al baloncesto, "el rugby cinta les divertía mucho a los niños". La proximidad con Uganda o Kenia, situadas en el puesto 36 y 37, respectivamente, del ranking de World Rugby, puede ayudar al desarrollo del rugby en la zona "porque si quieres que tenga éxito, tienes que buscar equipos con los que competir".

Pese a que la mayoría de la población habla en suajili, todos los niños se manejaban sin ninguna dificultad con el inglés. No hubo ningún tipo de rechazo porque una mzungu (mujer blanca en suajili) les explicara las normas de un deporte nuevo para la mayoría de ellos. "Al contrario, los blancos les gustamos muchos", dice Ortiz riéndose. También les motivó que el material deportivo fuera nuevo ante la escasez de medios que suelen tener en aquella zona del planeta. "Fue una manera muy facilona de engancharlos", admite. Lo que más les sorprendía, "incluso les hacía mucha gracia", es que una mujer de 50 años "que les parecía muy mayor" se pusiera a jugar con ellos.

¿Cómo llega un balón de rugby a un niño masái que vive a las faldas del Kilimanjaro?

En esta corta estancia en Tanzania ninguna niña se atrevió a acercarse al grupo donde algunos niños disfrutaban "de lo lindo". Sí practicaban, en cambio, otros deportes como el voleibol o el baloncesto. Solo una keniata que se llamaba Happy quiso hacer de monitora porque ya había jugado a rugby de niña en su país natal. Ortiz no se rinde. Aunque bien poco pueda hacer, le gustaría que cambiara una situación tan injusta para esas niñas. De hecho, tiene esperanzas en que "con el tiempo" se pueda unir alguna de ellas al grupo de niños. De momento, ya piensa en regresar allí en enero. Sin embargo, no será hasta julio cuando se desplace de nuevo con un grupo de jóvenes con la idea de montar "algo más en serio".

Pasados dos meses de su experiencia africana, Margarita Ortiz no se olvida de nada de lo vivido allí durante 25 días. Tras su regreso a España, aún mantiene el contacto con el director del centro, con algunas chicas y con los rectores de Pireabla School . La directiva de la RFER no deja de alabar el "milagro" conseguido por un colegio "metido en la montaña" de mayoría masái. No es para menos. De la mano de su director norteamericano ha creado un sistema educativo "totalmente innovador" donde los jóvenes tienen clases de ajedrez, de taekwondo y hasta de meditación, "cosas totalmente impensables en un país como Tanzania".

Lo peor de su estancia en África, sin duda alguna, fue la comida. "Era horrorosa", subraya. Ortiz se queja de que no comieron proteínas en todo el mes. El panorama no mejoraba cuando regresaban a casa. Dormían en una vivienda tradicional de ladrillos "donde se iba la luz casi todos los días". Menos mal que llevaron frontales para leer o realizar cualquier otra actividad cuando el sol desaparecía. Se duchaban como podían en letrinas con cubos de agua. Todo eran incomodidades. De noche, dormir se hacía una tarea casi imposible. "Al lado de nuestra casa pasaba un riachuelo donde había un montón de sapos que hacían un ruido tan brutal que casi llegué a pensar que eran leones", subraya. Ante tanta adversidad, madre e hija se hicieron fuertes. Se levantaban pronto e iban al colegio a dar clase. "Había que adaptarse a lo que había", añade.