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Duplantis vuela, rompe su récord del mundo y deja su marca mundial en 6.25

Armand Duplantis batió el récord del mundo en los Juegos Olímpicos y reafirmó que es uno de los mejores deportistas de su tiempo.

El récord de Duplantis./
El récord de Duplantis.
Jonás Pérez

Jonás Pérez

Armand Duplantis va cogiendo velocidad en cada apoyo. Sus pies retumban en el pasillo de salto. Casi todo en el deporte consiste en coger un ritmo que te ayude, aprovechar la inercia para lo que venga después, que en este caso es volar. Duplantis clava la pértiga en el cajón y esta se flexiona y le dispara hacia arriba. El listón estaba en 6,25 y lo superó. El público enloqueció. Postrados ante un deportista legendario, ambicioso, hambriento. Que luchó con todo su empeño por superar su propia plusmarca mundial, pese a que los Juegos Olímpicos no pagan en caso de batirlo como si hacen otros meetings. Él sabía que estaba ante la historia, ante una oportunidad única de recordar por siempre las imágenes que iba a protagonizar. Un mito siempre se crece en unos Juegos Olímpicos, como si el mundo se acabara segundos después.

En su primer intento, parecía lograrlo. Cuando sobrevolaba los cielos, todos lo daban por hecho. Pero se apoyó con las manos, pese a que todo su cuerpo superó holgadamente la altura planteada. Su gesta incluso contraprogramó al protocolo. Todos los ojos estaban puestos sobre él, como es lógico. Plantear ese 6,25 provocó que la ceremonia de entrega de medallas de los 100 metros lisos se demorase. Y eso que los 100 metros son los 100 metros, algo sagrado cada cuatro años. Los metales se entregaron antes de que procediera con su segundo intento, había que darle respiro, fuerza, una bocanada de oxígeno para que sucediera lo que todos queríamos que sucediera. La leyenda.

El segundo intento también fue erróneo. El sueco cambió el gesto. Pasó de su sonrisa perenne a bajar la mirada, como si no estuviese acompañando la ocasión, pero a ir sobrado el resto del concurso. De nuevo fueron los brazos, aunque también tocó con los pies, un salto bastante impreciso para lo que acostumbra. Unos segundos de descanso, se descalzó, se tumbó con un rodillo. Se reía. La gente le aclamaba. Minutos para ver imágenes que nos acompañarán por siempre.

Volvió a coger carrerilla. Lo logró. Esas milésimas de tensión, pero no había tocado. Se levantó y corrió hacia la grada donde le esperaba Renaud Lavillenie, ídolo de infancia, especialista en salto de pértiga y hombre récord en la disciplina antes de que el gran Duplantis apareciese en nuestras vidas. Por supuesto, también su familia. Su pareja, su padre Greg (un pertiguista americano) y su madre Helena (heptatleta sueca). La herencia de unos deportistas de élite la lleva en las venas, pero su impacto ya es claramente superior.

Karalis y Kendricks, sus compañeros de podio, le abrazaron, tras apoyar durante minutos su gesta. Incluso pidieron palmas al público para que llevaran en volandas a Duplantis a su hazaña. Un ganador para siempre.

Un oro holgado y un registro olímpico para la eternidad

La prueba, como siempre, se prolongó en exceso antes del baile. El 5.50, primera marca del listón, fue superada por todos e ignorada por Duplantis. En esta disciplina, los saltadores deciden voluntariamente cuándo lanzarse y cuándo no. La normativa marca que la eliminación se produce cuando firman tres nulos consecutivos y, por tanto, para no desgastarse, los favoritos renuncian a la distancia más sencilla, conscientes de que la siguiente la van a superar sin problema alguno. Como si fuera un calentamiento mientras los demás ponen al límite sus capacidades.

El primero en caer fue el letón Valters Kreiss, incapaz de superar el 5.70. Tampoco peleó las medallas el neerlandés Menno Vloon, con un 5.70 al límite. Los alemanes Zernikel y Lita Baehre no fueron capaces de superar el siguiente listón. Guttormsen se llevó el diploma olímpico en octava posición, al intentar incluso el 5.95, sin éxito. En 5.80 se quedó Bokai Huang y en 5.85, Marschall y Sasma. Obiena erró hasta en tres ocasiones el 5.95, quedándose la historia para los tres gallos del corral, si es que alguno hace frente a 'Mondo', un deportista que ya ha trascendido de su disciplina para ser recordado por siempre.

Karalis olvidó el 5.95 para lanzarse a por el 6.00 y no pudo con él. Sam Kendricks, norteamericano, acertó a la primera el 5.95 y cayó en el 6.00 para dejar a Duplantis solo ante el peligro. 'Mondo' sabía del riesgo de ir directamente a por el récord del mundo y, por ello, decidió probar primero con 6.10. Thiago Braz tenía la plusmarca olímpica en 6.03, lograda en Río 2016, pero el sueco sabía que eso era coser y cantar. Consciente de que en cuatro años sus marcas son una incógnita, quiso asegurar el registro de los Juegos. Y lo logró, como siempre lo hace él, como si nada.

Por supuesto, no era suficiente. Duplantis llegó a París para ser recordado, por si había alguna duda. Entonces, cogió su pértiga, su fiel compañera. Y voló sobre el cielo de París, solo por debajo de la Torre Eiffel. Un salto para siempre. El día que un sonriente sueco le hizo creer a todos los niños del planeta que volar era posible.