OPINIÓN

Lo que el telespectador no ve: en el Barça de los brazos el que de verdad vale es el de Olmo

Lamine Yamal dialoga con Dani Olmo en el estadio de Vallecas. /GETTY
Lamine Yamal dialoga con Dani Olmo en el estadio de Vallecas. GETTY

Canal Plus me marcó siendo un crío como a tantos otros. Muchas de mis mayores carcajadas y de las mejores sorpresas se las debo a Lo que el ojo no ve, aquel espacio insertado en El Día Después donde tenía cabida todo lo ocurrido en la jornada de LaLiga lejos del balón. Un maravilloso cajón de sastre donde sólo las intrépidas cámaras captaban joyas mientras los demás estábamos al juego. Por eso ahora, cada vez que acudo a un estadio -da igual el lugar y la condición- intento ampliar el foco con el objetivo de fijarme en los mínimos detalles para contarle al lector -lo mejor posible- aquello que no puede ver desde su salón. Vallecas, en medio de la preocupación por la lesión de Marc Bernal, fue un capítulo más que unir a un serial que empezó hace más de 20 años en el pueblo.

Que el Rayo dio por momentos un meneo al Barça y que luego se lo devolvió con creces, lo ve cualquiera. Como que la única jugada maestra blaugrana durante demasiado tiempo era dársela a Lamine, para que regateara hacia adentro e intentara encontrar rendijas donde se filtrara algo de vida en las murallas. En esta ocasión, lo que igual no pudo detectar cualquiera por la tele fueron algunos gestos bastante bonitos, como esos abonados que ya lucen la camiseta de James. Manidos, como los gritos del pueblo a la cara de Martín Presa para exigir su dimisión, pese a sus esfuerzo por parecer el Lobo de Wall Street en el mercado. Y hasta tiernos, como Bojan haciéndose fotos con la chavalería desde el palco, con su misma cara de niño, mientras Laporta sudaba en esta sauna y escuchaba las súplicas de recuperar cuanto antes a Messi.

Pero los pormenores más pequeños, molestos y al mismo tiempo importantes ocurrieron en el verde, con tintes blaugranas, y delatan un par de cosas a tener en cuenta más allá del pleno de victorias que desata la ilusión. Sobre todo porque antes eran dejes individuales que, por momentos, se convirtieron en colectivos y podrían extenderse: los quejíos de Lewandowski se han contagiado a toda mecha a la misma velocidad que su pegada y a las primeras de cambio, cuando aparecieron las curvas en el primer tiempo, cundió la frustración desmedida y a veces el desprecio. En la segunda mitad, con las urgencias y los goles, no hubo tiempo de lamentos. Pero durante una hora, el Barça parecía la continuidad de su sección de baloncesto: si por algo destacó en la barriada más molona, hasta el arranque de rabia, fue por su rebote.

Hasta que los cambios pusieron orden, ganas y pegada, era el Barça de los 'bracitos'. Los aspavientos de Flick eran más que comprensibles. No maneja el castellano y me da que el resto capta lo que yo con el inglés. Koundé también tuvo un pase, porque aunque le indica a menudo con el dedo de forma muy educada a Lamine cómo deben ser sus ayudas, más de uno igual le hubiera regalado ya una peineta. Y hasta se puede perdonar que Gerard Martín no cesara de levantar la mano para que alguien recordara que había sido alineado. Y hasta Balde, que no mata una mosca, se cansó de que despreciaran su banda cuando entró con un gesto lanzando los brazos al aire. Algo que en mi círculo se traduce con un "¡idos todos por ahí!". Lo de otros es más criticable. Siendo agosto, es demasiado pronto para que salten chispas.

Ter Stegen fue un ejemplo. Sacó más el brazo a pasear para pedir explicaciones que para desviar el disparo de Unai López en el 1-0. Íñigo Martínez es un habitual para reclamar la aparición de un mediocentro cuando se atasca en la salida, para decirle a Cubarsí que le cubra la espalda a toda costa cuando no había rayistas en la costa, quizás agobiado porque la quinta marcha ya no le funciona como su poderío de cabeza. Con Lewandowski no hay tanta sorpresa, porque es quien de verdad ha introducido en el equipo estas formas, por su excesivo amor propio, para pedir explicaciones a todo el que no se le da el balón envuelto en papel de regalo. Ya lo hacía Lionel con Jeffren o Tello. Pero lo más sorprendente en esta ocasión, fue ver a Lamine desatado en esta suerte de enfado. Sobre todo con Rapinha. Nada que no cure el 1-2.

Uno podría entender que el Lamine de ahora no es el de hace un año. Los galones le delatan. Y que por ese motivo se ha crecido y quiere tener peso en su equipo y en el partido más allá de lo que hace siempre con el balón. Pero no fue por eso. Ni porque en los barrios se empodera. El brasileño, al que ya mira de tú a tú, le tenía desesperado con sus interminables conducciones sin alzar la cabeza. Y en la distancia, a su manera, se lo hizo ver con formas desproporcionadas. Alguien debería corregirle. Si la sobreactuación del piedra, papel y tijera me abre un debate interno, esto es mucho peor. Si hay que elegir un modelo al que imitar, que le pongan vídeos de Iniesta.

Puestos a hablar de brazos empoderados, ahí están los de todo el Barça con el gol anulado a Lewy. Y no quiero ni imaginar cómo movió las aspas Ferran en el descanso tras ser destituido. O las de Fermín por no dejarle ir de vacaciones pese a tirar de él de forma testimonial. Pero es que Olmo es mucho Olmo. El debutante también levantó la mano, pero única y exclusivamente para pedirla y tirar del equipo como un genio. Él levantó el encuentro y lo sentenció con un golazo. En un estado de forma excepcional, no tiene mucha explicación llevar dos semanas removiendo el mundo para poder inscribirlo y que luego comenzara en el banquillo. Pero simplemente se entendió como una más. Lo importante es que el Barça ha recuperado el pulso, aunque necesita mejoras, y que al final le va a quedar un equipo majo para pelear por todas las cosas. No estaría mal que, después de tanto sufrimiento y levantamientos brazos para mandar a tantos a paseo, el culé lo haga pronto con el puño cerrado. Hay ganas y potencial.