Las claves de un gran Villarreal con ansias de Champions están en la nueva relación Marcelino-Roig, una limpia histórica y el 'Black Power'
El Villarreal cumplió con el técnico y le ha concedido lo que pidió para volver a casa. Ahora, sin competir en Europa, es segundo en Liga y busca resucitar como el 'coco' que incordia a los grandes.
El Villarreal vive en la aristocracia de LaLiga. Segundo clasificado después de que el Barça le apeara del liderato con su triunfo en Vallecas, su gran momento no es casualidad. El 13 de noviembre de 2023, día en el que Marcelino García Toral (Careñes, 1965) regresó a La Cerámica siete años más tarde -después de cuatro temporadas memorables y una salida por la gatera-, quedaron sentadas las bases de lo que hoy vería el mundo entero: un arranque de campeonato espectacular pese a su dureza (Atlético, Sevilla, Celta y ahora el Valencia) con un partidazo como guinda, el de ayer (4-3), para enmarcar. En esas manos estrechadas entre Fernando Roig Negueroles, director general, y el técnico había mucho más que un acuerdo para los próximos dos años y medio. En él estaba implícita una reconciliación inesperada y el pacto de repetir lo que funcionó entre ellos y reparar los cables que se habían pelado.
Una vez acabada la pasada temporada como se pudo, con una plantilla y vicios heredados, el resultado de esta nueva relación es una exhibición más en el mercado. La cercanía, la comprensión, la confianza, el debate sin egos y el consenso se han impuesto por encima de dos caracteres muy fuertes -y a veces vehementes- . Entrenador y director general colisionaron en el pasado por el final de Cani, los choques por Musacchio, la salida de Gerard Moreno al Espanyol o el fichaje de N'Diaye, pero su relación comenzó a coserse gracias a la figura del añorado José Manuel Llaneza, a raíz de un accidente de tráfico del técnico en la Navidad de 2017 por el que se desvivió el Submarino y hasta con guiños en mitad de esa guerra fría con Pamesa de por medio, la empresa de la que Roig es propietario. Marce, en esa inteligencia y humildad que también le caracterizan, tiró estratégicamente de su cerámica para poner guapa la nueva casa que se estaba haciendo en Gijón con vistas a la playa de San Lorenzo y a El Molinón.
Así, en este nuevo clima que se respira para retomar la luna de miel donde la habían dejado, el Villarreal ha dado salida este verano al 60% de los jugadores con los que había perdido el brillo y ha ingresado más de 70 millones de euros en un nuevo ejercicio de plusvalía que viene arrastrando desde que emergió del fútbol modesto para poner a Vila-real en el mapa futbolístico. Vender a Ben Brereton por 10 millones cuando llegó gratis y jugó varios ratos distribuidos en sólo 15 partidos, es una genialidad. Como lo es traspasar al Chelsea a un portero formado en casa (Filip Jörgensen) por 25. Además, ha vuelto a salir de compras como nadie con el ojo clínico de la dirección deportiva con Miguel Ángel Tena a la cabeza: nueve fichajes -de un talento desbordante, juventud insultante y una categoría contrastada- por valor de 62 millones de euros, respetando la vieja norma del presidente -Roig padre- de no gastar ni un céntimo más de lo que entra.
A Marcelino ni siquiera le ha importado eliminar la última huella que quedaba de su primer año en el club (estuvo de 2012-2016) y a uno de los pocos jugadores a los que ya dirigió junto a Bailly, Pedraza y Denis. Fue bastante sincero con su adorado Manu Trigueros, haciéndole ver que ya no era indiscutible y que venían de camino varios tráilers antes de que aceptara la oferta del Granada. Para el asturiano, la asertividad, la franqueza y la firmeza deben estar por encima de todo en la élite. Ir de cara. Valores y herramientas que ha venido trabajando en los últimos años de forma muy eficaz con el psicólogo deportivo José Carrascosa, un prestigioso profesional con el que ha logrado encontrar un mayor equilibrio emocional, ha mejorado sus habilidades comunicativas y ha pulido de alguna forma su toma de decisiones.
Después de varios años de muchas concesiones en el banquillo con una plantilla demasiado mimada, que acabó de resquebrajarse con las llegadas fallidas de Quique Setién y Pacheta, el nuevo mandamás quiso limpiar el vestuario de malos humos, resetear las cabezas y dotar a la plantilla del trabajo y, sobre todo, de la velocidad que le faltaba en todas las líneas. Las galopadas ante el Celta, en el mejor lunes de todos los tiempos, sólo es un aviso de lo que quiere. Ahora sólo le queda recuperar la solvencia y la consistencia en defensa. Con seis goles encajados en tres partidos, es su nuevo quebradero de cabeza.
Ojo, que se remanga
Y para lograr su propósito volverá a estar encima de todo y de todos desde que se levanta hasta que se acuesta. Eso no lo puede evitar porque fue, es y será la clave de su éxito. Que se lo digan a los jardineros del Racing, a los que freía con cariño la cabeza a diario para plantar y mimar a su modo en La Albericia las semillas que él mismo recomendaba. O a Giovani dos Santos, que desayunaba y comía en la ciudad deportiva de Miralcamp y se llevaba la cena (escueta) en tarteras para no coger ni un gramo ante la tortura continua de la báscula. La única vez que el míster no fue él y permitió que su voz no fuera la cantante, se la pegó. Fue en el Sevilla en la temporada 2011-2012 por temor a los capataces. Lo de Marsella (2023-24) no era un club sino un manicomio del que salió en cuanto pudo.
El resto de ocasiones ha volado como abanderado de los clubes en los que ha trabajado, estuvieran en Primera, en Segunda, en el extranjero, fueran históricos o modestos. Tras su etapa formativa en casa, en un Molinón con el que tiene una cuenta pendiente, ascendió al Recre y lo dejó a las puertas de Europa. Metió al Racing en la UEFA en una sola campaña, al que ayudó a sobrevivir con Ali Syed en una etapa posterior. Subió a un histórico como el Zaragoza. Metió al Villarreal siempre en puestos europeos y en una previa de Champions y le permitió disputar una par de semifinales en Europa League y la Copa. Y al Valencia y al Athletic los elevó hasta los altares: volvió a ganar títulos muchísimos años después.
Y en todos los sitios donde ha fichado siempre ha tenido una forma similar de trabajar que ya ha protocolarizado con Rubén Uría, su inseparable ayudante, y el preparador físico Ismael Fernández a su lado. Un staff de máxima confianza al que ha ido sumando profesionales -hasta tener a 28 personas trabajando alrededor de los jugadores-, entre los que están dos aprendices especiales: Bruno Uría, el hijo de su segundo y uno de los más reputados analistas de España, y Sergio, el propio hijo de Marce, que tras colgar las botas muy joven (jugó en el Rayo juvenil junto a Léo Baptistão y Lass Bangoura) ya es asistente con mando en plaza. Los nueve fichajes de este curso -Logan Costa, Thierno Barry, Luiz Júnior, Nicolas Pépé, Pape Gueye, Sergi Cardona, Diego Conde, Ayoze Pérez y Kambwala- pronto empezarán a comprobar cómo se las gasta su jefe para sacarles el máximo rendimiento. Danjuma, con un pie en el once y otro en el aeropuerto a escasos días del 30 de agosto, ya lo ha interiorizado. No corre, vuela.
No es una leyenda esta forma estricta de vivir la profesión. Es la realidad. Y, por eso, muchos presidentes repiten una frase cuando se disponen a fichar a un nuevo inquilino en sus banquillos: "Necesitamos un Marcelino". Hasta Cerezo lo deja caer para cuando Simeone se canse y se vaya del Atlético. Aldo Duscher, al que hizo perder nueve kilos en Santander pero reflotó su carrera después de haber sido el alma del Dépor hasta lograr que lo fichara el Sevilla en una segunda juventud, da fe de esta grandeza siempre que puede: "Es el mejor entrenador que he tenido", dijo al terminar la temporada 2008-2009 en la que coincidieron, e hicieron historia, en El Sardinero. Y añadió con sorna mezclada con afecto: "Eso sí, no quiero ver nunca más en mi vida a este hijo de...". Se puede ganar o perder, acertar o fallar, pero lo que no perdona el actual líder del Villarreal es el trabajo y la intensidad. Está obsesionado con el ritmo y los esfuerzos a máxima intensidad. Por eso, se ha aficionado a las nuevas tecnologías que aporta el progreso y, con ayudas de sus escuderos, lo mide todo. Y por eso también tiene muy claras sus preferencias a la hora de fichar.
Unos gustos muy claros
Siempre se declaró un entendido a la hora de catalogar el producto nacional, mercado del que es bastante experto por todo el fútbol que consume. De hecho, dicen de él que con un simple vistazo ya sabe si ese jugador le puede encajar o no. Pero en el mercado extranjero ha reconocido a lo largo de los años estar más pez. Un olfato que ha mejorado desde que ha salido a currar extramuros o desde el momento en el que ha tenido novias que le tentaban, sobre todo desde Italia (Milan, Inter...) y convenía prepararse a la carrera como el que se enfrenta a la Selectividad. De ahí que, por no ser un gurú, siempre delegaba esas tareas aunque luego la última palabra que valiera fuera la suya. Y esta vez ha repetido. Se fía mucho de sus intermediarios de confianza y del gusto de otros entrenadores. Su papel en esos fichajes ha quedado relegado a ver algunos vídeos y a hablar directamente con los afortunados. Con Kambwala llegó a hacer una videoconferencia para terminar de convencerle.
Esa mentalidad de adaptar el equipo a su librillo, y no al revés como tuvo que hacer el curso pasado por haber llegado mediada la temporada, tiene muchas ideas claras. Y algunas innegociables. El 4-4-2 no hay quien lo mueva. Ni a Albiol o Parejo habrá quien les tosa. Porque, si es un amante de la velocidad y a ellos ya no les sobra, son con mucha diferencia del resto los que mejor y antes piensan. Y, a partir de ahí, laterales como flechas y aguerridos en defensa; mediocentros complementarios que ganan duelos y rompen líneas; extremos que encaran y desbordan; y delanteros que, o viene a buscarla y se la quedan para descargar, o rompen al espacio como gacelas. Jesús Merino, secretario técnico del Racing hasta que el ahora entrenador del Submarino llegó a Cantabria, dio la clave. Antes de que el presidente, Francisco Pernía, prescindiera de sus servicios para confiar en el olfato para fichar del agente Eugenio Botas y del parabólico Pablo Longoria (ahora presidente del Marsella, pero rastreador internacional para Marcelino en sus inicios) vino a decir un día en una entrevista -con la máxima sinceridad y educación- que Marcelino tenía un plan que nadie discute y devoción por apostar por delanteros muy rápidos, fuertes y atletas. "A poder ser negros". La curiosidad de una sentencia que destilaba admiración vino cuando, desde el club, se llamó al día siguiente a este periodista para hacerle ver que igual quedaba feo expresarlo así de directo y que era mejor sustituir el adjetivo y poner "negritos"...
Sea como fuera, e independientemente del color de piel -siempre expresado con cariño aunque seguramente de la manera incorrecta- los datos demuestran que la apuesta de Marcelino por los rayos para salir a la contra, siempre que la economía lo ha permitido, ha sido una constante en su carrera. En Uche confió tanto en el Recre que luego se lo llevó al Zaragoza en Segunda pese a que le ofrecieron a Falcao y lo volvió a rescatar en La Cerámica. En el Racing hizo de Tchité un ariete interesante. En el Sevilla tenía a Kanouté. En el Villarreal resucitó a Gio dos Santos, Campbell y a Bakambu. En el Valencia a Rodrigo, pareja de hecho de Guedes. Y en el Athletic, a Iñaki Williams, y a su hermano Nico, al que hizo debutar. Ahora es el turno de nuevas caras como las Barry y Pépé para dejarles claros a los 20.000 abonados que han vuelto a renovar el carnet que, siendo ésta el noveno año de 25 en la élite en el que no se competirá en Europa, será el último que eso suceda. Y que hay veces que conviene dar un paso atrás y sentar las bases de nuevo para cargar como antaño la catapulta.