¿Es Sinner italiano?
Fotografía socio-cultural de un país joven con una fuerte crisis de identidad en cualquier ámbito. Con la polémica creada en torno al fenómeno altoatesino, la herida ha vuelto a abrirse.

Cuando Italia acudió a las trincheras para luchar en la Primera Guerra Mundial, el país apenas tenía cincuenta años de vida desde su unificación. Además, el 70% de la población era analfabeta, no sabía quién era su adversario en el frente y ni siquiera se entendían entre ellos. La cinta del director Mario Monicelli (La grande guerra, 1959) cuenta magníficamente bien esta retórica antibelicista en una nación huérfana aun de la televisión, y donde un romano tenía serias dificultades para entenderse con un milanés. Es necesario comprender esto para entender bien Italia, su cultura popular, su identidad sociológica y el porqué de la polémica creada en torno al nuevo fenómeno del tenis mundial y ya campeón de la Davis: Jannik Sinner, nacido en San Candido (corazón de Los Dolomitas), aunque criado en Sesto, diminuta localidad de la provincia autónoma de Bolzano, en el Alto- Adige. Un lugar donde se come crauti y salchicha, strudel de manzana y Vinschger Paarl (pan negro).
"Italia se impuso al Imperio Austro Húngaro en la Gran Guerra (1915-19). Pidió los territorios del Trentino y el Alto-Adige (sud Tirolo), donde la mayoría eran austriacos. El país necesitaba este enclave alpino para tener fronteras mucho más seguras en caso de una nueva batalla. En definitiva, necesitaba montañas… Por eso también se adjudicó territorios de Eslovenia (zona de Aidussina e Idria), donde la mayor parte de la gente era eslovena", explica Marino Micic, director del Archivo Museo di Fiume, en Roma.
Jannik Sinner, como el profesor Micic, son hijos de zonas fronterizas, otrora objeto de subasta en el tablero de ajedrez geopolítico. "La parte sur (Trento) estaba llena de italianos, pero en Bolzano eran austro-alemanes casi todos". Precisamente el alemán, además del inglés y el italiano, es un idioma que domina Sinner, quien con trece años soltó los esquíes para coger la raqueta.
Con residencia en Montecarlo por un tema de impuestos, y con unos padres (Hanspeter y Siglinde) cuya lengua nativa es el alemán, la joven Italia está aprendiendo a aceptar a su nueva estrella, la némesis de Alcaraz y Djokovic. No es fácil en una tierra dividida hasta 1860, que arrastra un lacerante campanilismo (apego ciego a la tradición propia), un débil currículum colonialista a nivel histórico, un frágil sentido de pertenencia (en Nápoles se sienten napolitanos), una guerra fratricida norte-sur y una desconfianza total del vecino: Pisa y Livorno, por ejemplo, se odian. No son fáciles de entender sus aristas, porque están llenas de cicatrices recientes. Incluso Dante, aún, genera controversias.
Nacidos en la frontera
Sinner es, probablemente, el último de una saga de italianos nacidos en lugares contendidos, sujetos a las diatribas de una guerra o las ilusiones utópicas de un tirano. El boxeador Nino Benvenuti, el marchador Abdon Pamich (sufrió las dictaduras del Duce y de Tito) o el lugista Armin Zöggeler (medallistas olímpicos por Italia) han sido algunos de ellos, en el mejor de los casos tildados como apátridas. "Las montañas y colinas, entonces, suponían una perfecta línea defensiva. Querían tenerlas para un futuro porque imaginaban guerras de posición. En cambio, se topan con Hitler o Mussolini, quienes en 1939 promueven estrategias de movimiento tierra-aire", prosigue Micic, perfecto conocedor de la desastrosa derrota militar italiana en Caporetto (1917, inspiró a Hemingway para escribir Adiós a las armas), precisamente por no tener dominio alpino. "Ya desde la Unificación, el país reivindicaba a Austria algunas tierras donde la mayoría eran italianos. Tras ganar el primer conflicto bélico, la petición se agrandó con la Dalmazia y el Alto-Adige, con minoría italiana salvo en el caso de la ciudad dálmata de Fiume", explica la historiadora y escritora Simona Colarizi, experta en geopolítica italiana del siglo XX.
Concretamente de eso trata la cuestión -nacional-antropológica- creada en torno a Sinner. Por otra parte, una costilla importante del país le equipara -quizás prematuramente- a otros mitos como Federica Pellegrini, Alberto Tomba o Valentino Rossi. Además de insuflarle el exagerado estatus del mejor tenista italiano de todos los tiempos, por delante de Paolo Bertolucci, Adriano Panatta o el mismísimo Nicola Pietrangeli, tres de los héroes de la única Davis que tiene Italia en sus vitrinas hasta el momento: lograda en Chile, en el 76, delante de Pinochet.
Tierra de excesos
Italia es un país de polaridades, de excesos y juicios, algo en lo que la tradición católica influyó. Tiene dificultad para ponerse de acuerdo, ni siquiera en lo obvio. Porque sí. No han sido todo elogios hacia Sinner, a quien en su día la Gazzetta dello Sport ya criticó la decisión de no jugar el 'round robin' de la Davis en septiembre poniendo en duda la italianidad, el patriotismo del tenista.
Aunque las aguas han vuelto a su cauce, especialmente con su presencia y victoria en Málaga liderando la squadra del capitán Volandri, el diario deportivo del Milán -en un artículo reciente del periodista Giancarlo Dotto- ha removido cimientos frágiles y sensibles del país, virgen aun en historia unida, sólida y bien arquitrabada. Y es que, pese a que Sinner tuvo una gran actuación en la Copa de Maestros en Turín y mucho feeling con su gente, el reportero lo edulcoró con pimienta interpretándolo como un plebiscito de la crítica, sometida ésta a una especie de referéndum sobre su identidad, su cultura y su etnia. "Entre un revés cruzado y una explosión de júbilo o un cántico… Con un tenis prepotente… Jannik descubrió la belleza de ser nuestro, de sentirse italiano sin serlo completamente. Lo amamos porque, en el fondo, no se nos parece ni nos pertenece, porque es diferente y distante de nuestra alma latina. Así: cuando (no) se alegra, cuando (quizás) se deprime, cuando (apenas) sonríe, cuando habla una lengua y piensa en otra". La autopsia del texto reporta resultados esclarecedores: un deseo prosaico de medir el amor por miedo a no ser correspondido, y viceversa.
Una cosa es indudable: entrenado por el australiano Darren Cahill, Jannik Sinner tiene solo 22 años y ya es uno de los mejores tenistas del mundo. En los maravillosos días de Turín aglutinó a todo un país, casi más pendiente de su magnífico revés que del porvenir futbolístico de la Nazionale, involucrada también esos días en partidos de vida o muerte para estar en la próxima Eurocopa. Italia es un país visceral con rasgos aun muy tribales que tienen que ver con la sangre, la etnia o el amor. También con el miedo y la inseguridad. Sinner no sólo ha venido a ganar, sino también para recordárselo. Ahora con la Davis, con más motivo.