TENIS

Aquel Rafael Nadal pletórico que rompía mandos de la PlayStation y del descubrimiento de la pasión argentina

El tenista balear tuvo una relación muy estrecha con el país sudamericano desde sus inicios en el circuito.

Nadal juega una partida de la PlayStation junto a Ferrer y Mónaco en 2011. /Youtube
Nadal juega una partida de la PlayStation junto a Ferrer y Mónaco en 2011. Youtube
Sebastián Fest

Sebastián Fest

Cuando Andy Murray, cadencia e ironía híper-británicas, recuerda que Rafael Nadal jamás rompió una raqueta, pero se dedicó a arrojar y destrozar mandos de PlayStation por todo el mundo, está trayendo del pasado al Nadal más atractivo: aquella combinación de fuerza arrolladora, pasión, juventud, ingenuidad y ganas de comerse al mundo que dejó los ojos como platos al "planeta tenis" en el inicio de su carrera.

El Nadal de los 17 y 18 años que irrumpió con un tenis nunca antes visto y que jamás se volverá a ver, era más bien tímido, observador, aún demasiado "isleño", un tanto abrumado por lo que el mundo le ofrecía, y también mirado con cierto recelo por algunos, que no entendían tanto desborde de adrenalina y testosterona en cada partido, en cada punto.

El de los 19 en adelante hizo coincidir a los dos Nadales: el de la pista, arrasador y abrumador, y el de fuera de ella, que ganó en confianza y se convirtió, como recuerda Murray, en el hombre más temido por los mandos de Play. En aquellos años, un grupo de jugadores de más edad fue fundamental para la "socialización" de Nadal en el circuito: dos españoles como Carlos Moyà y David Ferrer, sí, pero también argentinos como David Nalbandian, Juan Mónaco, Mariano Zabaleta o Juan Chela.

La argentinidad de Nadal

Ese costado de Nadal, el de la argentinidad adquirida, ha sido poco explorado, pero tiene influencia directa en su crecimiento como tenista y como joven adulto. Hay una fecha clave, febrero de 2005. Noche de viernes de verano infernal en Buenos Aires: era más sencillo impactar con la raqueta las nubes de mosquitos que las pelotas de tenis. Nadal, que en agosto del año previo había ganado en Sopot su primer título, se medía en cuartos de final a Gastón Gaudio, el vigente campeón de Roland Garros.

El sudamericano se impone en un partido extrañísimo, 0-6, 6-0 y 6-1, pero la historia más importante sucede después. O no. El argentino, conocido por su estilo sinuoso, dijo poco después de aquel partido que había visto a Nadal destrozando sus raquetas en el vestuario. "¿Qué le pasa a este pibe, está loco?", dijo Gaudio que pensó al ver aquello. "Rompió todas sus raquetas, las siete. Pensé que estaba loco. No perdió con cualquiera. Yo jugaba bien en polvo de ladrillo y había ganado Roland Garros, pero Rafa sintió la derrota como un fracaso, no lo podía soportar".

Nadal desmentiría aquello de forma un tanto alambicada. Aquel estilo, el argentino, hizo sentir incómodo al mallorquín en ese primer paso por Buenos Aires, si se atiende a las palabras de Toni Pastor, por entonces alcalde de Manacor, que habló con Nadal en aquellas semanas: "Me dijo que no se sintió cómodo, que no quería volver".

Pero Nadal volvería varias veces a Buenos Aires e incluso sería campeón del ATP de la capital argentina en 2015. Eran los años en los que decía que le gustaría "sentir alguna vez la sensación de ser argentino", fascinado con la afición albiceleste, que se le había hecho indigesta en 2005, pero a la que terminó apreciando e idolatrando en los años posteriores gracias a la pedagogía de Moyà, Mónaco y Nalbandian, que oficiaron de decodificadores de la a veces indescifrable pasión argentina.

La PlayStation y el fútbol fueron fundamentales, Nadal abrazó la argentinidad, divertido y fascinado con un estilo de hablar y relacionarse al que no estaba acostumbrado. En "Tennis Pro", un programa de televisión hecho por Zabaleta y Chela, se ve a un Nadal desatado, eufórico y feliz, que arroja mandos de PlayStation contra la pared en una habitación de hotel. "Yo te puedo asegurar, Nadal es bastante flojito", se escucha decir a Mónaco, uno de los mejores amigos que le dejó el tenis a Nadal.

"¡La tiré afuera, hijo de la gran puta!", grita un Nadal sudoroso y sin camiseta. Y estampa otra vez el mando contra la pared. Eran los años en los que los argentinos le regalaban a Moyá una camiseta de River Plate y Nadal se declaraba "hincha de Estudiantes de La Plata", el club de Mónaco.

Eran los años, también, de una espontaneidad sin límites, con toda la vida por delante. Lo refleja una frase de Nadal, que mira a cámara y larga, con cadencia argentina, un "las tías no me dan ni bola". Mónaco, veloz, encuentra la respuesta justa: "Venite a Buenos Aires, a ver si no te dan bola".