OPINIÓN

Lo último que esperábamos con Rafa Nadal era un homenaje clandestino para abonados

Nadal, durante su despedida en Málaga tras la eliminatoria de la Davis/Reuters
Nadal, durante su despedida en Málaga tras la eliminatoria de la Davis Reuters

Hay veces que todo sale mal y no pasa nada por decirlo. La despedida de Rafa Nadal de las pistas es un ejemplo palmario. De entrada, el contexto: una competición menor, desprestigiada por los cambios en su formato y con muy poco interés a nivel mundial. A continuación, por supuesto, el resultado: la derrota del manacorí ante Botic Van de Zandschulp, que ya se llevó por delante a Carlos Alcaraz en el US Open, pero que no deja de ser un jugador mediocre dentro del circuito.

Un anticlímax que no se limita a la derrota en sí, sino a cómo se produjo: en dos sets, claramente por detrás en el marcador en ambos y pese a una lucha innegable por parte del campeón español. El público se volcó lo que puede uno volcarse a ese horario imposible entre semana, el jugador lo puso todo de su parte… pero, simplemente, Rafa ya no está ni para ganar un set al holandés. Desde luego, no en pista cubierta. De hecho, por eso mismo abandona el circuito: si él se viera mínimamente competitivo, lo teníamos ahí como mínimo un año más.

Lo de los horarios es otro tema: seamos sinceros, el hecho de que esta fuera la última competición de Nadal era lo único que sacaba al torneo de la modorra. No puedes poner ese partido entre semana, abriendo eliminatoria y a una hora a la que mucha gente aún ni siquiera ha salido del trabajo. No ya porque las gradas del Carpena no fueran a estar llenas -a esos precios, cualquiera se lo pierde-, sino porque el aficionado medio está a otra cosa y el gran evento le pilla a desmano, entre otras mil actividades del día.

Está claro que nadie se esperaba que España cayera tan pronto, porque, si no, tampoco se entiende que el partido de dobles acabara pasadas las doce de la noche… y eso que todos los partidos de la eliminatoria se jugaron a dos sets. Este es un problema que arrastra la Davis en este formato desde su primera edición de 2019. No se puede tener a la gente hasta la madrugada esperando para despedir a su ídolo… y lo mismo se puede decir del espectador televisivo, que tiene después un miércoles muy rico por delante como para andarse con homenajes.

Mucho más que el mejor deportista español de la historia

En fin, que fue muy triste. Sampras no se despidió porque no quiso: ganó su último torneo -el US Open de 2002, ni más ni menos- y no volvió a competir más. Federer eligió su propia exhibición y se rodeó de los más grandes del momento, convirtiéndolo en un evento mundial. Nadal se despidió de madrugada, ante unos cuantos fieles… y en una retransmisión reservada para abonados a Movistar Plus +, algo que, sinceramente, debería haberse evitado porque Nadal ha sido en este país un auténtico icono durante dos décadas.

Decir del mallorquín que ha sido el mejor deportista español de todos los tiempos es quedarse corto. Rafael Nadal Parera ha sido uno de los grandes iconos culturales de la sociedad española durante todo este tiempo: un ejemplo de muchísimas cosas que no merece la pena enumerar de nuevo. Un hombre más allá del debate, una de esas figuras que opaca cualquier resistencia: primero, de chaval, con su entrega y su insolencia en la pista; más adelante, con la precisión de sus golpes y una técnica exquisita que le permitió alargar su carrera mucho más de lo que cualquiera hubiera imaginado en 2006 o 2007.

Nadal ha sido, por lo tanto, un referente nacional. Un patrimonio del país, un activo tanto dentro como fuera de España. Los aficionados nos hemos reunido delante del televisor para verle ganar sus 22 torneos del grand slam y numerosos otros torneos. Ha sido una compañía constante, un motivo de alegría y orgullo… todo eso es incompatible con una despedida para abonados en una plataforma digital. Y, por supuesto, la culpa no es de Movistar Plus +, que mira por lo suyo, pero cuesta que nadie, en ninguna cadena, especialmente la pública, pudiera llegar a un acuerdo para, al menos, permitir a Nadal despedirse de todos sus seguidores, incluso los menos privilegiados… y a estos despedirse de su ídolo.

Copa Davis clandestina

Esa clandestinidad ahonda en la tristeza. La sensación de que solo unos cuantos han tenido el privilegio de asistir al último partido de un ídolo de todos. Si recuerdan los Juegos Olímpicos de París, recordarán la enorme expectación que tenía cada partido de Nadal en Roland Garros, en previsión de que pudiera ser el último. No hace tanto que todos nos volcamos con el balear, tanto en individuales como en dobles, y lamentamos sus derrotas como algo común. Nadal nos ha unido sin necesidad siquiera de que fuera nuestro héroe (yo, ya lo siento, siempre fui de Federer), alguien debería haber previsto que el final estaba más cerca de lo esperado y haber pujado por su retransmisión en abierto.

Mucho más cuando la competición -la Copa Davis- ha ido, también durante décadas, de la mano de la televisión pública. Es como si nos hubieran matado dos pájaros de un tiro. La Davis era nuestro fin de semana de cada dos-tres meses, con sus pistas imposibles en países improbables y con su tierra batida al aire libre cada vez que tocaba jugar en casa. La Davis y Nadal, que ha conseguido la barbaridad de ganar todos sus partidos de individuales en esa competición… menos el primero y el último, son parte de nuestra educación deportiva y audiovisual. Verlo como algo ajeno cuesta un poco, la verdad.

Pero, en fin, supongo que es el signo de los tiempos y ya está. De nada sirve lamentarse. Todo lo demás funcionó tan rematadamente mal que lo mismo es una ventaja para la leyenda de Rafa que no hubiera demasiada gente mirando. Podrá usted quedarse con el recuerdo de París o con el que le venga en mano. Como si la eliminatoria contra Holanda nunca hubiera sucedido. Como si Botic Van de Zandschulp y compañía solo fueran un mal sueño.