JJOO

Lo que necesita España es... organizar otros JJOO: el efecto anfitrión catapulta a Francia

Impulsado por competir en casa, el deporte francés supera por primera vez las 60 medallas.

El nadador francés Léon Marchand, ganador de cinco medallas (cuatro oros) ha sido una de las grandes estrellas de los Juegos Olímpicos de París. /REUTERS/Abdul Saboor
El nadador francés Léon Marchand, ganador de cinco medallas (cuatro oros) ha sido una de las grandes estrellas de los Juegos Olímpicos de París. REUTERS/Abdul Saboor
Darío Ojeda

Darío Ojeda

En 2017, la ministra de Deportes francesa, Laura Flessel-Colovic, se lio la manta a la cabeza y fijó como objetivo llegar a 80 medallas en los Juegos Olímpicos de 2024. París acababa de ser elegida como organizadora y la antigua esgrimista, cinco veces medallista olímpica, quería doblar el botín logrado un año antes en Río de Janeiro. "Tenemos que ser ambiciosos", declaró.

Incluso los responsables deportivos nombrados por ella rebajaron las expectativas. "Laura ha olvidado la dificultad de ganar una medalla", dijo Claude Onesta, exentrenador de la selección francesa masculina de balonmano a quien Flessel-Colovic había elegido para dirigir la estrategia deportiva de cara a la París 2024.

Siete años después, la actuación francesa ha sido un éxito. Y una nueva demostración de que no hay nada como organizar unos Juegos Olímpicos para dar un salto en el medallero. Tras 25 años moviéndose entre las 35 y las 45 medallas, el deporte francés ha superado por primera vez las 60, más que todas las que ha ganado España en las tres últimas ediciones. No son las 80 que quería Flessel-Colovic, pero sí la mejor actuación de su historia si se dejan al margen los de 1900.

Organizar unos JJOO, el camino más rápido para cambiar tu deporte

Organizar unos Juegos Olímpicos no eleva por arte de magia el nivel de los deportistas ni crea campeones de la nada, aunque es evidente que competir en casa es un plus que se traduce en alguna medalla. Es algo que no se puede medir, pero que sucede. Cuando la competición está igualada, contar con el apoyo de miles de compatriotas en la grada da un extra que te puede llevar al podio.

Ese efecto es, en realidad, la consecuencia de una apuesta a medio y largo plazo. Cuando una ciudad es elegida para organizar unos Juegos Olímpicos, el deporte se convierte en una cuestión de Estado. Y cuando eso sucede, los resultados suelen llegar.

NADA COMO ORGANIZAR UNOS JJOO PARA GANAR MÁS MEDALLAS

Los países destinan mucho más dinero que antes a la alta competición, que es lo que de verdad marca la diferencia. Pero también planifican y ejecutan bien esos recursos, o al menos es lo que deberían hacer. Organizar unos Juegos no es la única receta, como demuestran Italia y Países Bajos, países que no acogen unos desde hace mucho tiempo y cuyo deporte goza de muy buena salud, pero sí es el camino más rápido. Triunfar en casa (o evitar fracasar) es un impulso enorme.

España lo hizo después de la elección de Barcelona en 1986. Un año después creó el Plan ADO, todavía activo sin muchos cambios. Por entonces, su techo en unos Juegos Olímpicos eran las seis medallas de Moscú 80, cita marcada por el boicot de decenas de países. En Los Ángeles 84, otros juegos boicoteados, ganó cinco. Y en Seúl 88, cuatro. El efecto anfitrión multiplicó por cinco esa cifra cuatro años después. En términos relativos, es el mayor crecimiento de un anfitrión en los últimos 40 años. Pero también un indicador de lo abajo que estaba el nivel deportivo español.

Organizar unos Juegos Olímpicos, si se aprovecha bien, sirve para elevar el nivel del deporte de un país, pero no es posible saltarse varios pasos. Barcelona sacó al deporte español del sótano del deporte internacional. Desde entonces, otros países han mejorado mucho más que España. El de 1992 fue el primer gran salto del deporte español, pero también el último.

Tres décadas con los mismos resultados

El éxito de Francia en París remite de nuevo a Barcelona. Los Juegos Olímpicos de 1992 seguirán siendo el techo del deporte olímpico español, al menos hasta Los Ángeles 2028. Tras el mejor ciclo olímpico que se recuerda, culpable de unas expectativas justificadas, España ha ganado 18 medallas, más o menos lo de siempre.

Desde 1992, el deporte español gana alrededor de 20 medallas (con la excepción de Sídney), entre tres y siete oros (con la excepción de Barcelona) y consigue entre 30 y 50 diplomas (que quizá no valgan para presumir, pero sí sirven para medir el nivel medio de una delegación).

Ese estancamiento, del que solo se libran los deportes de equipo, puede interpretarse también como un declive. Porque hay que tener en cuenta el contexto: cada vez se reparten más medallas, lo que significa que mantener el nivel es en realidad empeorar. Y además, en París 2024 no estaba Rusia (sí algunos deportistas rusos), una de las grandes potencias olímpicas.

Habrá quien esgrima que ha habido más cuartos y quintos puestos que nunca (29), pero podrían haber sido 24 o 25 medallas y el diagnóstico no debería cambiar. Otros dirán que la mejoría durante los últimos años fue real, que faltó rematar y que el nivel está por encima de lo mostrado en París. Pero el termómetro de los Juegos solo funciona cada cuatro años y España no ha estado a la altura. Solo unos resultados extraordinarios en Los Ángeles, mucho más que superar las 22 medallas de Barcelona, confirmarían que lo visto en París ha sido un accidente y que el deporte español de verdad ha dado un nuevo salto.

La interpretación más conservadora es que los números retratan un modelo anquilosado y deberían provocar un debate en el Consejo Superior de Deportes y Comité Olímpico Español. Que tres décadas después el deporte español sigue viviendo del legado del Barcelona 92. Y que si España quiere acercarse a países como Italia, Países Bajos o Australia, necesita darle un meneo a sus estructuras deportivas. Debe, al menos, estudiar lo que hacen otros y buscar nuevas fórmulas. Eso, o esperar a que le den los Juegos Olímpicos a Madrid.