ATLETISMO

Las persianas se bajaron para Gianmarco Tamberi: "Cada día intento ayudarle para soportar la presión"

Su entrenador Giulio Ciotti y el atleta Stefano Sottile (4º en los JJ.OO. de París con el salto de altura) desgranan para Relevo el inmenso y delicado universo de Gimbo.

Tamberi./CONI
Tamberi. CONI
Julio Ocampo

Julio Ocampo

"No me gusta el salto de altura; prefiero el baloncesto", "me dejo media barba para recordar mis dos partes: racional e irracional", "no tener relación con mi padre es el mayor fracaso de mi vida", "los atletas podemos ser superhéroes o muy vulnerables", "me gusta, me obsesiona la sensación de éxito en la victoria", "sí, rezo a veces porque mi gran miedo es no estar bien para poder ganar, para intentarlo al menos", "no soy el mejor del mundo", "tras París, he pensado 750 veces en la retirada"... Probablemente, la fortaleza, el talento, la inmensidad de Gianmarco Tamberi (Civitanova Marche, 1992) se esconde en estas frágiles y sinceras palabras, tiernas como un vaso fino de cristal, y a la vez potentes y vitales como un puma, la fiera en la que se ve, se proyecta. Todo esto lo confesó hace poco más de un mes en Belve, un programa -presentado por Francesca Fagnani- emitido en Italia por la televisión pública: RAI.

Gimbo Tamberi es todo y, además, todo lo contrario. Mientras los medios de comunicación aguardan con expectación la fecha en la que dará una rueda de prensa en Ancona para anunciar su futuro (no se descarta la retirada), es menester diseccionar su presente para entender la complejidad de su universo físico y psicológico. Un crisol de emociones y contradicciones, de saltos imposibles, de magia y zozobra, de éxito, show, críticas feroces y, sí, también infierno. "Entrenar a un deportista de esta magnitud supone una gran responsabilidad, aunque también un honor. Sé perfectamente la presión a la que se ve sometido permanentemente. Intento cada día ayudarle para poder combatirla, gestionarla. Dicho esto, para obtener grandes cosas es necesario gente como él. Tamberi es una suerte para sus entrenadores". Así de claro y contundente se muestra Giulio Ciotti, su técnico desde hace ya casi dos años. El hombre que moldea a una super estrella siempre en ebullición, constantemente descrita y relatada tanto por lo que le falta como por lo que le sobra. Una y otra vez.

Lo cierto es que Giulio no es un cualquiera. Gemelo del también saltador Nicola Ciotti, ganó dos medallas en pruebas internacionales, además de erigirse seis veces (tres indoor) campeón de Italia. Fue precisamente él quien tomó el testigo del padre: un Marco Tamberi que, con métodos quizás demasiado rígidos impuestos a edad muy temprana, le condujo al oro olímpico en Tokio'21 (marca de 2,37), metal que compartió con el catarí Mutaz Essa Barshim, definido por el propio Tamberi como el mejor saltador del mundo. Fue la epifanía del hoy ingobernable e insobornable Gimbo, admirador de Bolt y Rossi, capaz de hacer del salto de altura folclore nacional. Sí, algo así como sucedió con Alberto Tomba y la nieve, que sonaba a pop-rock.

Roma y París

El currículum de Gianmarco Tamberi está repleto de dolor y gloria. Sonrisas y sangre derramada. Tres Europeos, uno indoor, unos Juegos, tres Mundiales y otro cubierto. Todo después de sus maravillosos años de basket desde que era un niño. "Jugué hasta los 17 años. Lo amaba, pero me indujeron al salto de altura solo porque tenía talento", confesó a Belve, donde fue cuestionado también por la caterva de adjetivos calificativos que siempre le brindó la prensa. El periodista Claudio Savelli, por ejemplo, llenó una página del diario Libero con esto: "estupendo, creído, showman y adrenalina pura… Uno que puede ser molesto para alcanzar el éxito, impulsivo…". Lo dicho, siempre aglutinado todo y su correspondiente némesis. Como su doble cara. Sus yoes. Su lado genuino que se nutre de la mera apariencia, y al revés.

"Lo confirmo. Hablamos de un animal de victoria, aunque buen chico, respetuoso con amigos y compañeros. Sí, es divisivo para los tifosi, para la gente en las redes sociales… Es amado y odiado, pero para nosotros en Italia es un punto de referencia. Ha traído a mucha gente a este deporte, sí, pero solo porque gana. En mi caso, tras París, comencé a tener más seguidores gracias a mi performance. También te digo que, desgraciadamente, la resaca por la victoria en salto de altura dura pocos meses". Así se expresa Stefano Sottile, cuarto en la pasada cita olímpica de París. Además, amigo y compañero de Gimbo, líder de una maglia azzurra que también endosan otros importantes nombres: a destacar, Manuel Lando y Marco Fassinotti, escuderos de un mito que acaba de llegar, pero ya se está marchando.

Es curioso. Ha pasado tiempo, quizás demasiado. Un mundo desde el pasado 11 de junio, cuando en versión mezza barba hizo las delicias del Estadio Olímpico de Roma en los Campeonatos de Europa. Un oro refulgente con 2,37, la mejor marca del año, récord absoluto en estas citas continentales. Después, gritos, risa, llanto y un decorado teatral para el público: lesión fingida delante de las cámaras, que también se hicieron eco de los muelles que mostró de sus zapatillas. Sí, como si estos le hubieran propulsado a una gloria de la que se cayó dos meses después. Fue en París, donde llegó con diez kilos menos como portabanderas de Italia.

Lo sucedido fue gore. En los que a buen seguro serán sus últimos Juegos, primero perdió el anillo de bodas en el Sena, y después fue Cristo en la cruz. Y es que Tamberi estaba obsesionado con su segundo oro olímpico, de ahí que intentara superar cualquier límite, incluso el del dolor más violento. En su caso, el de unos cálculos renales que le obligaron a estar en el hospital a pocos días de la prueba. No pasó de los 2,22 (falló los tres intentos del 2,27) en esa noche de San Lorenzo con las estrellas cayendo del cielo. Fue -11º- su abdicación en favor de Hamish Kerr, quien se impuso en el jump off al estadounidense Shelby McEwen. Llegar había sido un milagro. Sí.

Su lado más íntimo

La necroscopia de esos días olímpicos no fue sencilla de asimilar. Mucho menos de comprender. Punto de mira de sus detractores por la sobreexposición mediática -redes sociales, excesivo eco de la prensa del 11 de agosto (fue portada de todos los diarios, no solo deportivos)-, Gianmarco Tamberi manifestó también su opinión al respecto en la RAI. "Lo vivido en Francia fue el momento más duro de mi vida, psicológica y físicamente. En la previa notaba mucha presión, de ahí que iba actualizando mi cuadro clínico para que mis seguidores comentaran. Sí, admito que necesitaba leer sus opiniones para reconfortarme. ¿Sabes? Rezo, rezo para optar a la victoria. No para ganar, sino para poder pelearla… Pero sí, acepto las críticas vertidas hacia mí. Medallas de oro que hayan tenido en París, quizás, menos repercusión que yo, que no logré nada". Sí, es probable que el sarcasmo afilado fuera dirigido al nadador Thomas Ceccon, quien en la cita parisina ya había compartido un post demoledor del cómico Andrea Pucci, presumiblemente dedicado al saltador. Un hachazo velado a Gimbo. "Un campeón se dedica a lo suyo. No hace escenitas de víctima ni nada para ser el protagonista. Gana y se va. Después nadie sabe qué narices hace, porque vive su vida sin necesidad de hacer de actor si no sabe".

Las persianas se bajaron, y es probable que no se vuelven a abrir. Era el fatídico 11 de diciembre cuando el Corriere dello Sport amaneció en portada con Gimbo a toda página y un titular que en realidad esconde un mundo: "Io capitano". En pequeño quedaron recogidas las tres medallas italianas cosechadas, precisamente, la inmensa noche de San Lorenzo. Es probable que todos, sin excepción, se estuvieran despidiendo ahí. "Yo también he cometido muchos errores. De pequeño era hiperactivo. Después, con mi padre, demasiada tensión, demasiados insultos. Cuando gané el oro, él ya no quería seguir entrenándome, pero le animé a seguir. Aguantamos nueve meses más. Evidentemente, tenía razón él", esgrimió delante de la periodista Fagnani.

Puede que esa primera página del diario romano fuera la piedra capital de la coraza nacional, joven e impreparada para sufrir la nostalgia del tiempo, el ir y venir de historias emblemáticas, que precisamente lo son porque contienen un final en el inicio. Como la palabra ciao. Ciao Tamberi!