Viaje al descubrimiento de Fede Valverde y a una imagen que lo cambió todo: "Fue un fotógrafo quien me dio la voz de alarma"
Néstor Gonçalves fue quien decidió llevar al uruguayo a Peñarol. Habla con Relevo sobre todo el proceso de 'fabricación' del mejor jugador del Real Madrid en ese inicio de temporada.
Hubo un tiempo en el que Federico Valverde no corría. No le gustaba. Tampoco abarcaba el campo con las piernas como quien abraza un cuerpo. Ni su físico era el de un aventajado. Se trataba más bien de un tipo flaco, pequeño, inmaduro aún anatómicamente pero con una cabeza privilegiada para el fútbol. Relevo viaja al alba del jugador uruguayo para conocer el proceso de fabricación del que hoy es el energético del Real Madrid.
Si hay personas con las que se necesita solo un minuto para notarlas especiales, con Valverde bastó un flashazo. Una imagen que lo cambió todo. "La voz de alarma me la dio un fotógrafo. Un día se lo encontró jugando en el baby fútbol, ese fútbol de los niños que en este país está muy organizado. Le hizo alguna foto y vino a hablarme de él. Le maravilló. Lo fui a ver, me encantó y lo llevé a Peñarol", dice a Relevo Néstor Gonçalves, director de Área del histórico club charrúa y reacio a que le cuelguen el cartel de descubridor o captador. Lo argumenta con una sencillez que convence: "No me gusta cuando me ponen como el único actor en el caso de Fede porque son muchas las personas involucradas. Luego, el jugador pasa por un proceso de formación, que es muy importante. Porque a muchos niños se les descubre un talento con 12 o 13 años y después entran en un proceso formativo que puede ser perjudicial a la hora de llegar a profesionales. Hay muchos factores. El 80% del scouting lo hace mi equipo, yo sólo tengo que tomar la decisión".
Su escritorio, casi a diario, recibe decenas de informes de supuestos cracks para el futuro. La suya, por tanto, es una labor de trilla, identificar el grano de la paja y meterlo en el bolsillo de Peñarol. En el caso de Valverde, Gonçalves no se esmeró demasiado en el análisis. Su intuición paró el crono cuando observó un par de toques de balón: "Me encuentro con un pibe que ya en las dos primeras pelotas que recibe y distribuye uno se da cuenta de que hay que seguir avanzando con él. Y lo fichamos para el baby fútbol de Peñarol. Ahí estuvo tres temporadas antes de pasar a ser federado, con 13 años aproximadamente".
"Valverde tenía una inteligencia espacial muy grande, dentro de su cerebro ya planificaba lo que iba a suceder, el tiempo y el espacio los manejaba perfectamente"
Si bien en esos primeros pasos el rigor táctico no existía con el fin de pensar antes en jugar a la pelota que en jugar al fútbol, los movimientos del pequeño Valverde sobre el campo pronosticaban a un profesional inteligente y casi matemático. La retina del director de Área aurinegra aún conserva aquel trote que le sedujo: "En ese baby fútbol prácticamente no hay posiciones. El que juega bien te juega en todos los lados, no tiene un orden en la cancha, aunque sí una organización dentro de su cabeza. Y en el caso de Federico era evidente. Tenía una inteligencia espacial muy grande, dentro de su cerebro ya planificaba lo que iba a suceder, el tiempo y el espacio los manejaba perfectamente. Unas capacidades tremendas".
Sucede que a veces en este tipo de procesos se dan escenas que bien podrían adornar un Biopic. Como aquella de don Alfredo Di Stéfano señalando desde la grada de Valdebebas a Dani Parejo. Siempre es muy cinematográfico mostrar a un viejo sabueso identificando a la trufa. También ocurrió en el caso de Fede Valverde. El padre de Néstor Gonçalves era Néstor Tito Gonçalvez, leyenda de Peñarol que capitaneó al equipo en su época dorada [años 60] y único uruguayo en jugar seis finales de la Copa Libertadores. Él trabajaba como intendente en Las Acacias, uno de los estadios de la entidad que, entre muchas funciones, se utiliza para la captación. Su despacho contaba con un ventanal que daba a una mitad de la cancha. Y entonces, acción: "El primer día que llega Fede lo observó desde su ventana. Sólo veía un trozo de campo. Cuando termina el entrenamiento me viene y me dice: 'Ché, Néstor, ¿te fijaste cómo juega ese flaquito? Bárbaro'. Sólo necesitó eso. Fede ya rompía los ojos", recuerda el hijo del mito.
Su desventaja física y un enfado en el que medió su madre
Cuando se da rienda suelta al talento infantil, el disfrute por el juego toca máximos. La carretera tiende a coger pendiente con el paso de los años, cuando se accede a la etapa formativa y las decisiones de los entrenadores, erradas o no, afectan al ánimo. Eso le ocurrió al hoy nominado al Balón de Oro 2024. Cuando pasó del Fútbol 7, donde aprovechaba su sentido espacial para tomar ventaja, al Fútbol 11 perdió cuerpos en lo físico y, de la mano, perdió posiciones. Mientras otros niños aceleraban su desarrollo, Valverde aún se mantenía entre los límites de la delgadez. Aquello le causó más de un berrinche en los que tuvieron que mediar su madre, Doris, y el propio Gonçalvez.
"En el caso de Federico tuvo desventaja en su estado madurativo. Cuando él entra en esa etapa, o sea, de los 13 para los 14 años, digamos que era un madurador tardío, ¿no? Era delgadito, en fin... Toda la desventaja de cualquier pibe que entra en la pubertad más tarde que los demás. Lo que pasó fue que se marchó a un torneo con el técnico que lo recibe en formativas y éste opta por otro jugador que tenía más fuerza que él, que estaba más desarrollado en esa posición. Federico se quedó fuera y quería volverse. La madre me llamó. Yo, por fortuna, tenía amistad con su entrenador. Lo telefoneé y le pedí por favor que lo estimulara, que lo pusiera, que no se fuera a venir porque no sé cuáles serían las consecuencias. Su mamá siempre fue muy respetuosa con Fede y con lo que sentía", rememora antes de desempolvar otro capítulo espinoso: "También pasó con la selección juvenil. Cuando ellos entran en una edad para ser citados a la Sub-15 a Fede no lo llaman. Convocan a siete jugadores de esa generación y no a él. Llamo al técnico [Alejandro Garay] y me dice que hablaron de él pero que lo ve muy endeble, muy flaquito. Le digo: 'Míralo bien'. Le propuse hacer un partido entre esa selección y el grupo de Peñarol. Recuerdo que ganamos 4-0 y, guau, Federico mostró lo que es. Ya no hay quien le baje de la Celeste".
El meticuloso trabajador del Manya siempre prefiere, a esas edades, relativizar el impacto del físico de un jugador en comparación con otro a la hora de pasar un filtro que puede acabar con el descartado bajando los brazos y abandonando un camino para el que estaba destinado: "Quien mira el rendimiento del presente de ese pibe, puede estar errando. Porque el presente puede ser muy bueno por un montón de cosas, sobre todo por el estado madurativo en que se encuentre, pero más adelante puede que no sea tan bueno. Es ese estado madurativo el que le permite tener ventaja desde lo físico. Sin embargo, cuando los demás le igualan, son otros aspectos los que se imponen. Por eso en esas edades hay que saber estimular. Luego ya vendrán otros escalones, las complejidades tácticas...".
La reconversión guiada por el Chueco Perdomo
En esos peldaños superiores surge el nombre de José 'Chueco' Perdomo. Antes de trabajar como técnico en Peñarol, perteneció a la admirada generación uruguaya que destacó a finales de los años 80 y comienzos de los 90 [conquistó la Libertadores en 1987]. Su desempeño como centrocampista le dio aptitudes, conocimientos y aún más argumentos para convencer a Fede de jugar como interior. Al principio pinchó en hueso. Aunque nadie pueda creerlo ahora, Valverde huía de ser un tragamillas. Prefería lucir como enganche. Tenía alrededor de 16 años. Si embargo, Perdomo no albergaba duda. En su sistema 1-4-3-3 el Pajarito era el indicado y debía adaptarse: "El Chueco lo fue llevando, lo fue estimulando haciéndole ver todas esas capacidades y condiciones que él tenía, le dijo que ahí una de las cosas principales que había que hacer era correr...".
En un primer momento, el razonamiento del entrenador le valió poco a Fede, que sólo miraba hacia adelante. La mano izquierda no dio resultados, así que el técnico tiró por el jarabe que ataja muchos males: el del banquillo. Perdomo le dejó fuera del once titular varios partidos y el toque surtió efecto. "Chueco, creo que lo entendí", reconoció Valverde. "Yo le veía condiciones espectaculares para esa posición en el centro del campo. Necesitaba convencerlo. Nunca entrenó mal ni contestó mal ni nada: solamente no quería correr", señala Perdomo.
El jugador del Real Madrid rebobinó a aquella etapa en una entrevista en Telenoche, medio uruguayo. "Con el Chueco aprendí a marcar al jugador, es más, en muchos partidos me dejó fuera por no correr porque yo era un niño que sólo le gustaba jugar para adelante. Eso me hizo aprender. Un jugador cuando quiere ser estrella tiene que trabajar todo, mejorar en todo, en defensa, en ataque, técnicamente, cambiar muchas cosas. Hoy por hoy tengo mucha energía y no paro. Ahora es al revés", bromeó.
Una vez asumió su reconversión, Valverde fue mutando casi en una fuerza de la naturaleza. Comenzó a consumir kilómetros, a explotar su zancada y a atornillarse en Peñarol hasta convertirse en un referente [tiene una cancha con su nombre]. Y apareció el Real Madrid, convencido de su potencial. Un salto con la dimensión de un océano que a Fede no le agarrotó a pesar de que la timidez marcó inicialmente su carácter.
A Néstor Gonçalves no le chocó. Ni su fichaje por el club blanco ni que sus espaldas toleren de tan buen grado las toneladas de presión: "Yo me acuerdo cuando debuta Federico en el primer equipo de Peñarol. Agarró una pelota por el sector derecho y entró a meter una diagonal para adentro, y dije ¡tá! No le pesó la camiseta, yo sabía que la Primera división se la iba a comer. Él tenía una característica: absorbía todo lo nuevo. Le dabas y crecía, le dabas y crecía. Cada vez que le venían más exigencias le hacían crecer".
"Fede tenía una característica: absorbía todo lo nuevo. Le dabas y crecía, le dabas y crecía. Cada vez que le venían más exigencias le hacían grande"
La empresa que tiene por delante no es más ligera que las que ha afrontado en su carrera. Heredar el 8 de Kroos y, a la vez, el compromiso de ser uno de los canalizadores del juego se le presenta como un Everest. No obstante, de momento no necesita sherpa. Con dos goles y una asistencia en cinco partidos, se ha convertido en uno de los mejores futbolistas blancos en este inicio de temporada. Su taconazo ante el Betis para que Mbappé marcara fue el último ejemplo de su crecimiento. "El pase que hizo el otro día, capaz que otro jugador hubiera buscado una resolución individual. Él lo resolvió con un taco. Esa velocidad, ese cálculo del espacio, de los tiempos y la técnica dibujan lo que es", subraya Gonçalves, que confiesa: "Yo tengo notas mías de hace años en las que decía que no sabía dónde iba a llegar Fede porque no tiene techo, créeme".