Llorar a Kroos no va a solucionar nada
Uno se cansa de despertar y no ver ya a Toni Kroos, de igual modo que uno se harta de abrir los ojos y no estar en Florencia. El adiós del alemán desplomó sobre los hombros del madridismo la tristeza que aquejan a las casas sin muebles y, de paso, volvió a dar sentido a una frase que solía decir un cura de mi pueblo cada vez que oficiaba un entierro, conociera o no al difunto: "Se fue pero qué manera de quedarse (suspiro)".
Es curioso el vacío que aparece cuando quien se va es una persona tan valiosa como discreta. Siempre vemos la exuberancia, salivamos con la fuerza y únicamente tenemos oídos para quien alborota. En ese caso, intuimos que cuando todo eso desaparezca el silencio nos taladrará la cabeza. En cambio, no le damos la suficiente importancia a quien se deshace del papeleo con naturalidad, abriendo caminos al resto como si el mundo le perteneciera, al trote. Entonces, cuando vemos el espacio libre, sobreviene el ahogo y sentimos que la vida está lejos. El peso de la realidad.
Todo este muro de las lamentaciones es para concluir que el luto del madridismo está más que justificado. Kroos llegó al Real Madrid para coger el relevo de Xabi Alonso, la transición fue la más dulce que pudo haber y durante una década movió al grupo con pases cortos, asistencias de largo alcance y esos cambios de banda a banda que deshilachaba las defensas cerradas. Los planos eran suyos. Cómo no se va a partir el Real Madrid si desaparece el hilo del medio y, a la vez, Mbappé estira aún más la manta hacia los pies. Cómo no va a caminar con dudas. Era evidente, desde el mismo día que el alemán echó abajo los corazones con el anuncio de su retirada, que el fútbol del equipo se iba a resentir. Pero tiene que llegar un instante en que los múltiples análisis que abundan a diario dejen de mencionar al alemán como un quejido, de llorarle, porque no se puede vivir en permanente estado de catástrofe. No va solucionar nada.
Ancelotti, hombre capaz de adaptarse al escenario más cruel, es de esa corriente y pasó página de inmediato. Como escribió Enrique Ortego, el técnico "no ha perdido ni un minuto en la ausencia". Directamente actuó en consecuencia y le dio las llaves del centro del campo a Fede Valverde. El uruguayo heredó el '8' como quien recibe un cáliz dorado y ha respondido con responsabilidad e intentos no premeditados de simulación (pelo rubio, botas blancas...). En un estado de forma deslumbrante ha abarcado campo, ha abortado ocasiones del rival, ha roto líneas con su zancada, ha marcado desde larga distancia y hasta ha asistido de tacón. Esa es la principal diferencia con el Madrid pasado. El anterior jugaba a lo que jugaba Kroos. Este (de momento) juega a lo que juega Valverde. Un cambio considerable que aún necesita mucho ajuste.
Opino que este acabará llegando. Tengo mis dudas con que la solución pase por Fede, pese a que indiscutiblemente será un pilar en esta temporada. Desde Peñarol no ha parado de absorber e incorporar nuevos conceptos a su juego y cuenta con muchas virtudes, pero ninguna de ellas es la canalización. Veo más la luz en Bellingham, ahora lesionado. El inglés está llamado a ser quien ocupe el terreno del jubilado Toni y eso le obligará a reformularse. Deberá presionar, recuperar, dar el pase de ruptura y mezclar con Mbappé, Vinicius y Rodrygo. Además, en sus oraciones Ancelotti tiene a Camavinga, jugador prometedor, ultra dinámico y de mejor regate que el uruguayo; la baza de Güler, jugón de vocación aunque necesitado de aún de tiempo; las revoluciones de Brahim; y, cuando se recupere, el clavo de Ceballos.
Lo obvio es que este Madrid actuará de otro modo porque sus acciones obedecen a otro cerebro. Es lógico inquietarse ante un arranque tan lejano de las expectativas. Lo ilógico es que, algún impetuoso, haya empezado a mirar al banquillo en la cuarta jornada. La hoja de servicios de Ancelotti, cuanto menos, sirve para confiar en que acabará encontrando la tecla. El fútbol también es mejor con paciencia. La misma que ayuda a dar carpetazo a cualquier luto.