OPINIÓN

Con Jesús Navas o mamá, malditas despedidas

Jesús Navas fue homenajeado por el Santiago Bernabéu en su último partido con el Sevilla. /GETTY
Jesús Navas fue homenajeado por el Santiago Bernabéu en su último partido con el Sevilla. GETTY

No culpo a estas fechas. Es una forma de ser que también brota en primavera. No sólo me cuesta horrores decir adiós, sea cuando sea en la faceta que proceda, sino que me espanta que me obliguen a verbalizarlo. Las despedidas no son lo mío. Ni las propias ni las ajenas.

Nunca niego nada al respecto, en esa máxima de Bunbury de que está prohibido prohibir. Salvo un par cosas de manual: acudir a la estación o al aeropuerto para separar dos caminos e iniciar sendos hipos. A ver si convenzo a mi madre, para rematar la trilogía de costumbres que me agitan, y logro que no se asome al balcón. Soy así. Desde pequeño me sobresalto con la idea de no volver a ver a ciertos familiares. He llegado a tardar cuatro meses en dejar a una novia con la que ya sabía que no habría relación desde el primer día. Y con el fútbol aún sigo penando pese a que el jugador que llevo dentro se secó el siglo pasado.

A todo el mundo, antes o después, le llega su hora. Y lo que realmente diferencia a cada uno de los mortales que habitamos este mundo es la manera de afrontar ese momento clave. Personalmente, y seguro que contra corriente, admiro a la gente que nunca acepta el fin. Por muchas consecuencias nocivas que eso tenga. Alimentan la fe y son mi motivación. Por eso aplaudí a Riquelme y a Robben, o al mismísimo Maradona. Por los motivos que fueran, se despidieron en su día del balón y a los pocos meses volvieron a acariciarlo de corto como solían. En ese ejercicio de supervivencia se encierra el verdadero amor por una profesión. Szczesny, ahora de nuevo con los guantes en el Barça, es mucho más que un fumador.

Me gustan las personas que se aferran a su pasión sin importarles el qué dirán. Normal que aún mantenga la esperanza de que Kroos, como hizo Michael Jordan, regrese un día al césped confirmando que los desenlaces perfectos no existen. Si el perdón es el motor de la humanidad, rectificar es el pilar de la sabiduría. De ahí que con jugadores como Neymar tenga justo la certeza opuesta. Cuando anuncien su marcha, y les llegue en la playa una pelota caída del cielo, la devolverán con la mano. O peor: sin dejar el botellín y el piti a un lado por respeto. Hace muchos años que ya se alejaron definitivamente de este deporte.

Jesús Navas, por su parte, pudo dejarlo en el Sánchez-Pizjuán hace una semana. El regusto de aquel precioso homenaje le durará toda la vida. Pero quién es capaz de negarse a una última pachanga en el campo más legendario de cuantos existen. El madridismo le regaló un tributo que sólo está al alcance de los grandes. Sus lágrimas me impiden imaginarle sin acudir más a un entrenamiento, despertando esta semana con el único plan de llevar y recoger a sus pequeños. Sé que si mañana le llaman por el telefonillo los colegas del barrio, como cuando empezaba en esto siendo un imberbe, y le susurran un legendario "¿te bajas a jugar?", volveríamos a ver regatear a este Correcaminos en el parque una vez más.

Navas ama el fútbol por encima de todas las cosas. Y en esa religión, la suya, es la única en la que me veo representado. Así, con ese lema interiorizado, simplemente acudí al Santiago Bernabéu para comprobar si su amenaza iba en serio o lo sigue meditando. Desde que un día vi a Míchel besar el césped de Chamartín en su retirada, intento captar cada instante similar en el que una leyenda decide mudarse para siempre. Y también, por qué no decirlo, para ver si capto detalles de estos sabios y reúno esa gallardía para abandonar de una vez los partidillos de recreo. Desde que escuché a Petón decir que "hay que jugar hasta que uno no pueda caminar", me acuerdo de sus muertos cada vez que llego a casa arrastrándome como Chiquito de la Calzada.

El fútbol es una droga. Y aunque tiene sus efectos secundarios como todas las demás, no la hay mejor, más consumida y que enganche de igual manera. Un ejemplo del pasado 14 de noviembre lo confirma. Esa noche, justo antes de que Relevo le entregara un premio en su gala anual, pude entrevistar a Navas por primera y última vez. En ese rato a solas me contó con pelos y señales el sufrimiento físico que le ha empujado a colgar las botas. El cuerpo le había dicho claramente basta. Cuando todavía le quedaba mecha en su Sevilla y cuando De la Fuente había asegurado públicamente que pensaba contar con él en la Selección hasta que él quisiera. Lo que de verdad me reconfortó, fue otra de sus rebeldías. Como cuando se fue a Mánchester para enfrentarse al miedo que le paralizaba y dejó de regatearlo.

Cuestionado en ese careo sobre si le veremos en un futuro jugar con Leyendas España o en esos bolos tan habituales de veteranos —donde se compara quién se ha abrazado ya a la buena vida con quién afrontará el resto de sus días con la misma rutina espartana—, fue bastante contundente. Con esa luz en los ojos que únicamente tiene el palaciego, reconoció que una vez que pase por el taller para poner en orden su cadera, y mientras sale en bici para imitar a su ídolo Pogacar, no descarta absolutamente nada. Su sonrisa, entre pícara y malvada, me puso los pelos de punta y estuve a punto de abrazarle.

Morir estrujado por el fútbol siempre es mejor hobbie, y más placentero, que hacerlo poco a poco con su ausencia.