Hansi Flick es un mago
Son días oscuros para la normalidad. Uno tiene que sentar y aparentar en una risa forzada, impostada, que no logra tapar lo que hay detrás, que es mucho y demasiado doloroso. Las imágenes de la tragedia en Valencia paralizan y te dejan mudo y cuesta, por no decir que es anti natural, acontecer ante la vida de la misma forma. Hay líneas que no deberían escribirse como partidos que, quizás, no deberían jugarse. Pero uno no elige lo que le llega, y el Barça de Flick ha demostrado que, incluso en un estado de alarma donde el fútbol importa todavía menos, siguen honrando lo que hacen con la pasión de quien no tiene miedo. El truco de Hansi es hacer que los partidos duren la mitad.
El Barça está en una luna de miel. Ahora todo es esa felicidad dulce, de caricias y besos robados, de desayunos en la cama y sueño sin ruptura. Una de pura y contagiosa por su enorme vivacidad, pero una que también te hace perder la noción de lo que había debajo hace no tanto. Que esta luna de miel no tape la anterior ruptura, porque solo percibiendo de dónde se viene el paso será firme. Ante Alavés, Sevilla, Young Boys, Bayern y Espanyol los azulgrana se han ido al descanso con tres goles anotados, en una forma de dominio apabullante, como si uno terminase su jornada laboral mientras desayuna, sin tiempo a que el reloj te ahogue. No es solo una superioridad visible, si no también invisible.
Lo es en la forma en la que Lamine Yamal juega a este deporte. Un chaval que empieza la partida de forma prematura, cuando no tendría que estar ahí, y ya desde el inicio es el octavo mejor futbolista del mundo en el Balón de Oro. Ese es su punto de partida y una cifra que nos sabe a poco, a muy poco, viendo la fluidez de cada gesto y cómo embellece un deporte que en sus pies es arte con cada finta y engaño, y con un exterior que tiene patentado de tal forma que a uno solo le queda atender a sus partidos con la seguridad de que ya se halla ante un acontecimiento, es decir, uno de esos jugadores que nacen cada cincuenta años. Solo con eso el Barça, desde un inicio, ya marca una distancia con el rival. Es un mensaje. "Yo tengo al mejor, y tú no".
En media hora al Barça le basta y le sobra para marcar y dejar ocasiones como balazos en el cuerpo del rival. Dani Olmo regresaba al once después de casi dos meses sin hacerlo y en pocos minutos anotó dos goles que pudieron ser tres o cuatro, en una prueba irrefutable de que si no existiese y a Flick le preguntasen qué jugador necesitaba para esa zona, elegiría lo que es Dani Olmo. Es la viva prueba de que lo hecho previamente no debe servir como elemento decisivo para analizar lo que se puede ver, porque Olmo está a punto de superar su mejor marca goleadora de siempre, sino que lo anterior es solo una pista. El trabajo del técnico es siempre impulsar el límite un poco más.
En unos días tan negros el fútbol es bonito, y necesario, porque de lo menos importante uno se da cuenta que sigue siendo todavía lo más importante. Que aunque solo sea un rato, unos minutos, unos segundos, habrá quien en medio de una profunda tristeza pueda sentir el precioso peso de una normalidad arrebatada. Y el fútbol, hoy más que nunca, es un canto a la rutina.