OPINIÓN

Gündogan o la última vergüenza del Barça de Laporta

Gündogan, en pretemporada ante el Real Madrid. /REUTERS
Gündogan, en pretemporada ante el Real Madrid. REUTERS

El 17 de julio del 2023, hace un año, un mes y dos días, Ilkay Gündogan fue presentado como jugador del FC Barcelona en el Auditorio 1899. Unos días antes llamó a Josep Guardiola, su entrenador y vecino en el Manchester City, para comunicarle su decisión de no renovar por los cityzens. Estuvo a punto de llorar durante la conversación, pero después de siete años en el Etihad y de mucho pensarlo, la posibilidad de fichar por el club que de niño había visto jugar el mejor fútbol del mundo, en el campo donde soñó siempre hacerlo, y teniendo una oferta espectacular, resultó demasiado irresistible. Además, se iba después de ser el primer capitán de los sky blues en levantar una Copa de Europa y además, de hacerlo en Estambul, en Turquía, en la tierra de sus padres.

"Te entiendo, vas a un gran club, serás feliz", le disculpó el de Santpedor. Acababa contrato y, como llegaba libre, el FC Barcelona pudo ofrecerle un documento económico acorde de quién es –sí, todavía hoy- Ilkay Gündogan: un futbolista grande. Un contrato que esta vez no es atribuible al legado recibido por la junta de Laporta. Este es suyo, una idea suya, firmado por él. Este, el que ahora quiere romper el Barça, no ha pedido romperlo el jugador alemán. Que no mientan. Bueno, que mientan si quieren, pero quien miente, miente a conciencia.

Tan pronto el club supo que el alemán tenía ofertas para irse -una de Arabia, mareante como todas las que llegan de aquel circo futbolístico- se emocionó. Pero Ilkay no irá a jugar sobre campos de petróleo. Quiere competir, quiere ganar y quería hacerlo en el Barça, estaba seguro de que este equipo tenía futuro y se veía capaz de liderar el proyecto desde el campo, a las órdenes de Flick.

Después de la decepción del año pasado y de caer eliminado con Alemania en la Eurocopa disputada en casa en el cruce contra España, nada le motivaba más que el proyecto del Baby Barça. Pero han vuelto a romperle el sueño. Ya se dio de bruces con la idea de jugar en el Camp Nou, pero bueno, al menos sabía que estrenaría un nuevo coliseo. Ni por esas. Sabe que se tiene que ir porque el club no le quiere, pero no pidió irse. Nunca. Y el club no le quiere porque tiene una ficha alta y, de ahorrársela, el conjunto azulgrana podría inscribir a otro jugador en su sitio. Porque el Barça sigue teniendo problemas para inscribir a sus futbolistas.

Lo hará, si lo hace, después de un año difícil. Su juego fue más valorado por analistas de la UEFA que por mediáticos periodistas catalanes, al punto de que al acabar uno de los primeros partidos europeos, en Porto, fue escogido MVP por la UEFA, por una terna de analistas liderada por Robert Martínez, seleccionador de Portugal; esa noche, en algunos medios catalanes, algún enviado especial, algún listo, suspendió su aportación al juego. Por entonces no tenía ni casa, vivía en un hotel, dejado a su suerte por el club. Poco después alquiló un apartamento en la zona de la Via Augusta, por encima de la Diagonal, junto al Passeig de Gràcia, hasta que encontró un lugar donde instalarse con su esposa y su bebé. Le tuvieron que ayudar desde Manchester.

El alemán fue el jugador que más partidos disputó la pasada campaña, 51, y más minutos, 4.180. Marcó 5 goles y generó 14. Lideró en el campo y jugó donde se le pidió. Y como hombre de palabra que es, cumplió con lo que dijo el día que llegó: "Vengo a aportar experiencia y calidad en medio del campo, además de ayudar a los jugadores jóvenes a llegar a su siguiente nivel". Juraría que lo ha hecho.

Como lo hizo en Mánchester. No será casual que fuera escogido como capitán del equipo en una votación en la que no solo participaron sus compañeros. Votaron miembros del cuerpo técnico, del departamento médico, fisios, responsables de seguridad, la gente que se encarga de que a los futbolistas no les falte de na, miembros del área de limpieza, cocineros, camareros... en fin, todos aquellos que viven el día a día de la CFA mancunian, todos los que celebraron el día que Gündogan levantó en Estambul la primera Copa de Europa de la entidad. Le escogieron a él, a un tipo de lo más nocivo, que vivió seis años de vecino de Guardiola y no le pidió ni sal, por no molestar.

Por eso, tiene las puertas abiertas para volver. Gratis, claro, como se fue después de siete años de servicio al club. Pep no le dejará tirado, pero el Manchester City no pagará por él, como no lo hizo el Barça en su día. A ver si Laporta, para solucionar sus problemas, para tapar sus vergüenzas, se va a creer que los demás son tontos.

Gündogan, si se va, se irá harto de que le maltraten. Sabe, porque su entorno, su tío, su primo y sus amigos no son bobos, que el club está diciendo que ha sido él quien ha pedido marcharse. Simplemente ha llegado a la conclusión de que siempre será mejor en un club normal que en uno que era un sueño y ha sido una decepción; uno que se pensó que era más que un club y es un desastre, que escupe informaciones realmente duras e injustas. Por ejemplo, que es un tipo conflictivo para el vestuario, que el entrenador no le quiere, que sabe que no jugará y por eso busca una solución o que su mujer no se ha adaptado a la ciudad. Y alguna mentira más. Mentira sobre mentira para mayor vergüenza de la entidad. Vergüenzas que algún día se volverán en contra del club.

(Por cierto, Flick le quiere en el equipo y empieza a saber dónde se ha metido, en un club donde da las ruedas de prensa en inglés porque no tiene ni traductor de catalán para hablar con futbolistas que no hablan inglés).

La última de las vergüenzas del Barça de Laporta lleva, pase lo que pase finalmente, el nombre de Gündogan. Bien, es probable, muy probable, que lamentablemente no sea la última de las vergüenzas que acompañaran a este club, porque visto lo visto, vendrán más ridículos que se sumarán a una extensa lista. Una lista que por lo menos a mí ya no me cabe en la puerta de la nevera. Y si se va, que al final ya saben cómo es el verano de mercadeo, se acaba cuando se acaba y a veces el fax, a última hora, no llega -que se lo pregunten a Florentino-, se irá gratis y a donde él quiera. Con la carta de libertad en el bolsillo. Tal vez al Galatasaray, que le quiere. De hecho, nunca le hizo asco a jugar algún día en la tierra de su familia turca. Una familia que, en buena parte, nunca ha negado que son seguidores del equipo de Estambul. O tal vez no, tal vez vuelva a Manchester. O a Alemania.

Por cierto, también dicen que la decisión depende de su mujer. Pues otra vez, va a ser que no. La decisión, todavía ahora, va a ser deportiva. Y la tomará él, claro. Y principalmente pasa por no volver a cometer el error de fichar por un club como el Barça de las vergüenzas de Laporta.