Muy en contra de la BMV y los desprecios
A mediados de esta semana, a colación de la brillante victoria del Real Madrid en la Supercopa de Europa, leí desde casa un titular en Relevo que ensalzaba a un nuevo tridente formado por Bellingham, Mbappé y Vinicius. La BMV se hacía llamar. Ya me pareció haberlo visto antes por ahí en otro medio, cosa que celebro, pero eso en aquel momento y en lo que intento expresar ahora es lo de menos. No había por el camino un intento de plagio por el término ni maldad por la elección. Sin embargo, aunque hay siglas que luego son tendencia como la BBC (Bale, Benzema y Cristiano; también utilizada para reconocer a los fotógrafos que hacen bodas, bautizos y comuniones), me preocupaba mucho más las involuntarias faltas de respeto a los ausentes. El nuevo término acuñado se olvidaba de Rodrygo.
Y eso son palabras mayores. En primer lugar, porque el nuevo trío inventado, en esas prisas por patentar términos como sólo pueden hacer los elegidos, me parece algo manido, fácil y hasta forzado. Por eso será una moda que nos hartaremos de leer. Bellingham, Mbappé y Vinicius seguramente sean los mejores, pero no pertenecen ni al mismo departamento de su empresa. El inglés está en la sección más creativa, con el material de construcción, y los otros dos comparten responsabilidades en las labores de fusilamiento y están rodeados de la dinamita. Puestos a coger a los mejores, aunque sean de aquí y de allá para tener un buen y pegadizo titular y no sean ni de la misma línea en el sistema táctico, podríamos haber tirado de la C. Courtois vale tanto como el máximo goleador del mundo o un Balón de Oro.
Pero sobre todo las triquiñuelas por sacar a Rodrygo de la ecuación, y hasta de las fotos para obtener una cucada de portada como sucedió tras la victoria ante el Atalanta, es tan loable como injusto. No hay delantero ahora mismo en el Real Madrid, y si me apuran en el panorama futbolístico, con la elegancia del brasileño, la inteligencia en los metros finales y una eficacia tan alta y bella. No hace goles sino golazos. Arrinconar a Higuaín de los altares de los ataques del Madrid, con todo lo que dio, tuvo un pase más o menos debatible, pero intentar hacer algo similar con un talento de tal calibre ya es de cárcel. Rodrygo podría circular por el metro en hora punta sin que nadie se la robase.
Si el señor Goes es precisamente el ojito derecho de Florentino Pérez (y esto, como dicen ahora los sabiondos, es información y no opinión) es por algo. Cuando por aquí intentamos explicar que la llegada de Kylian este verano no supondría la salida de ninguna estrella en el mercado -Rodrygo incluido-, pocos se lo creían. Y cuando detallamos que los cuatro fantásticos (otro lugar común copiado) iban a coincidir en el once, más de uno hacía cuentas y no le salían. Pero ahí están los hechos. Quien tenga prisas por colar a Brahim o Güler en la alineación tendrá que esperar a los minutos finales, a la estación de las rotaciones más tediosas o a la Copa. Marco Asensio, que era tan frío como inteligente, lo entendió perfectamente e hizo las maletas.
Quizás el problema de Rodrygo es que con él no van las estridencias, las celebraciones llamativas, los titulares gruesos, las campañas publicitarias llamativas o los careos con los adversarios. Rodrygo, como todas las personas con mesura y silenciosas, estuvo, está y estará siempre en entredicho. Haga lo que haga. Y eso le costará el peaje de no ser lo protagonista que merece. Ya le pasó a Vicente del Bosque, que como no era un torbellino ni se salía del carril le quisieron hacer ver que era un simple alineador con trazas de bizcocho.
Pero Rodrygo sigue a lo suyo. Con un dorsal (11) de leyenda a la espalda, le recuerda al mundo que, aunque aún no ha logrado fidelizar a algunos tras dos Champions y tres Ligas conseguidas como indudablemente protagonista, a sus 23 años aún tiene una década por delante para lograrlo. No tiene ninguna prisa. Su misión comenzó en Mallorca con un gol de muchos quilates que todos alguna vez hemos soñado. Quien aún hoy crea que va a ser un actor secundario no conoce sus poderes (en la isla fueron sustituidos Vini y Bellingham pero no él), ni la capacidad de influencia del presidente en cada cosa que ocurre en su casa ni la sabiduría de un entrenador que le ha mimado como nadie.