FÚTBOL

Cuando los árbitros necesitaban otro oficio para comer: "Dormíamos en carretera y nuestros hijos sólo nos veían el pelo por la tele"

Urizar, Soriano Aladrén, García Aranda y Prados Jr. recuerdan cómo era el arbitraje antes del profesionalismo. "No volvería a ser colegiado, sufrí demasiado", reconoce el conserje Rafa Guerrero.

Rafa Guerrero, mítico linier de los años 90 y conserje desde hace 34 años del Colegio Trepalio de León.  /
Rafa Guerrero, mítico linier de los años 90 y conserje desde hace 34 años del Colegio Trepalio de León.
Alfredo Matilla

Alfredo Matilla

No sabemos si ha sido para mejor o si todo ha ido a peor. Cada uno defiende una opinión, normalmente con vehemencia, y ellos simplemente la soportan. Pero hay algo incontestable donde reina el consenso: el arbitraje español ha cambiado de arriba abajo a la velocidad de la luz, aunque mucho más en la práctica de los que portan el silbato que en su clase dirigente. Más allá de que aún pocos tratan a los colegiados como los deportistas que realmente son, han pasado de ser jueces en sus ratos libres a hacerlo a tiempo completo de manera profesional, un rendimiento que por fin computa en la Seguridad Social. Y esa metamorfosis, consolidada desde 2020 por ley y en la que lo único que no ha mutado es la polémica que siempre les rodea, ha transformado su manera de comportarse dentro y fuera de los terrenos de juego.

Los colegiados, que antes se preparaban en la más absoluta soledad y con el apoyo justo, cuentan hoy con el mimo de preparadores físicos, un médico, nutricionistas, fisioterapeutas personales y hasta psicólogos deportivos, aunque alguna vez se camuflen como dudosos coaches al estilo del hijo de Negreira. Por cambiar, han abandonado el obligatorio negro que les diferenciaba y lo han sustituido por el rojo, el amarillo o el gris, como si hubieran dejado atrás el luto para evidenciar, cargados con su espray y los auriculares, que ellos también han evolucionado. Tanto es así que Paco González, director de Tiempo de Juego en la Cope, aseguró hace nada en antena que muchos de ellos ya se visten y comportan "como los futbolistas" y que algunos se creen "estrellas". Buena culpa de ello la tiene el hecho de haber pasado de compaginar el fútbol con otro trabajo —como antaño— a dedicarse en cuerpo y alma a lo que veían en la infancia como un entretenimiento por el que ingresan entre 150.000 y 180.000 euros.

Así viven los árbitros de hoy en día una Supercopa de España. EFE

Los árbitros son reconocidos como profesionales dentro de la Federación desde hace sólo cinco años. Y el camino para lograrlo no ha sido precisamente sencillo. En parte se ha logrado gracias a los que hoy están jubilados y tanto lucharon en activo (que no fueron todos). Los trencillas firman desde esta era moderna un contrato temporada a temporada con una retribución anual bruta de 114.121 euros que se va actualizando y que perciben en 12 pagas más las variables, de lo que hay que deducir una cotización que antes no existía. Y, además, perciben unos 3.500 euros por encuentro que contabilizan aparte. La jornada de trabajo, hasta que la ministra Yolanda Díaz diga lo contrario, se estima en 1.800 horas anuales y 40 horas semanales, distribuidas entre el arbitraje propiamente dicho y su participación en el VAR, con 12 de ellas de preparación, cuatro de autoanálisis y a las que hay que sumar los desplazamientos cada pocos días. Este avance fue una de las promesas de Luis Rubiales para asegurarse los votos de este importante estamento y llegar a la presidencia en 2018.

Hasta este momento, y por muchos intentos que hubo de unirse desde el siglo pasado, los colegiados no tenían la fuerza que pedían y necesitaban para dejar de ser trabajadores por cuenta ajena. Por eso, más allá de la ira, los descensos (muchas veces a dedo, práctica que nunca desapareció) y el ruido que generaban sus decisiones, tenían que soportar cómo se les ninguneaba mientras había clubes que les recusaban con éxito. Esa indefensión calaba y algunos se aprovechaban. Juan Andújar Oliver fue uno de ellos. O Urizar Azpitarte, al que recusaron en su día Barcelona, Real Madrid, Atlético y Valencia. Emilio Soriano Aladrén (Zaragoza, 1945), uno de los que más peleó por la independencia del colectivo, recuerda aquellas carencias y cómo tenían que currar. Con algunas anécdotas se le escapa la risa floja: "Hay cosas que hoy chocan. Al día siguiente de una mala actuación, como tenías que ir al trabajo y no podías quedarte en casa como ahora, nos decían por la calle 'la cagaste' o 'estás ciego'. Aparecía el hooliganismo. Una vez, en un semáforo, un guardia me recriminó el partido del día anterior. '¿Para que tienes a los líneas?', me dijo. Y le contesté: 'Es que me confunden sus banderas [antes eran blancas, como las tarjetas] con los espectadores'. Y no exageraba: la gente iba al fútbol con traje y corbata, como a misa de 12".

Emilio Soriano Aladrén, en el centro, antes de comenzar un derbi vasco.  AGENCIAS
Emilio Soriano Aladrén, en el centro, antes de comenzar un derbi vasco. AGENCIAS

El testimonio de Soriano Aladrén demuestra la transformación del arbitraje. Empezó a pitar a los 18 años y fue un referente en los 80' y los 90', permaneciendo en Primera 17 años y siendo internacional 15 temporadas, con el Mundial de Italia y dos Eurocopas en su currículum. Pero, aunque hoy parezca mentira, al mismo tiempo era agente de ventas en una empresa textil. "Como jugador era malo, así que me dijeron que lo mío podía ser el arbitraje. Primero hice de juez de línea, que fue un gran aprendizaje; y en paralelo, cuando aún no estaba casado, trabajaba en el área de ventas. Una experiencia, la de tratar con tanta gente, que me valió después en la relación con los futbolistas. Cuando ascendí a Tercera, donde estuve seis años, era más joven que muchos jugadores. Ahí me hice árbitro y lo compaginaba con la representación".

Y añade: "La exigencia era muy grande y como los partidos eran los domingos había que volver cuanto antes, por carretera, para llegar a trabajar al día siguiente. Yo tenía la suerte de que nos ponían un chófer y podía dormir en el viaje. Recuerdo que me entrenaba a mediodía en la Ciudad Universitaria de Zaragoza. Solo. Hasta que me ofrecieron en la empresa un puesto en Madrid, en la Sociedad Anónima Francisco Torredemar, y me trasladé, inscribiéndome en el Colegio Castellano, hoy Madrileño [ahí se autoimpuso por ética y honradez no dirigir a su Zaragoza pese a poder hacerlo]. En el 73, estaba en Segunda. Y claro, trabajando. Cuando ascendí a Primera era un calvario el hecho de tener que compaginar todo con tres hijas...".

"La exigencia era muy grande con fútbol y trabajo y en Primera, un calvario. Tenía tres hijas. Tenía chofer y al menos podía dormir durante los viajes"

Emilio Soriano Aladrén Exárbitro internacional de Primera en los 80' y 90'

El progreso

En aquella época, los árbitros eran dianas y casi bultos sospechosos que, además, peleaban por sus derechos desunidos y sin una estrategia clara entre los que no tenían reparos en plantarse ante el poder y los que disimulaban. De hecho, no ha sido hasta febrero de 2024 cuando una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Madrid reconoció para los árbitros la calificación de "deportista profesional" después de cientos de trabas por el camino: el Consejo Superior de Deportes, la Inspección de Trabajo, una resolución del Ministerio de Hacienda bien reciente y hasta una sentencia del Juzgado de lo Social número 3 de Madrid llegó a cuestionar esa fórmula llevada a cabo en Las Rozas. Por eso, sorteadas todas esas piedras en el camino, nuestros árbitros de la actualidad son muy diferentes a los del pasado. Hasta el punto de que antes podían ejercer normalmente hasta los 45 años, salvo algunas excepciones con internacionales que superaban exigentes pruebas (como Urizar, que dirigió hasta los 47) y desde julio de 2021 nadie tiene esa limitación como muestra del progreso en el gremio.

Para ello tienen que seguir superando los exámenes físicos y las evaluaciones a las que siempre son sometidos como el resto de sus compañeros. De esta medida se beneficiaron, por ejemplo, Mateu Lahoz (nacido en marzo de 1977, alargó una temporada hasta junio de 2023) y Del Cerro Grande (de abril de 1974, pitó dos años más y pasó al VAR). El convenio, que todos aplauden, será revisado en 2026, cuando finaliza el acuerdo. De momento se mantienen dos normas, según el Reglamento de la RFEF: si el colegiado tiene 41 años o más, ya no puede ascender a Primera; y el límite de la edad en el resto de categorías es de 39 en Segunda, 44 en Primera Femenina, 34 en Primera Federación y 30 en Segunda Federación.

Con esta evolución, en la actualidad no sólo no necesitan tener otra profesión para vivir, sino que el reglamento se lo prohíbe. Antes, era una constante que compaginasen su oficio con los hobbies. "Cobrábamos en el estadio. Llevábamos un recibo expedido por la Federación y el club nos lo abonaba al término del encuentro. Ahí iban los derechos, las dietas y el kilometraje. En el año 92 yo cobraba unas 100.000 pesetas de media por partido en Primera [600 euros]. Ahora hay bonus internacionales. Entonces, nada de nada. Lo hacías por el honor de representar a tu país. Nos daban 250 francos suizos al día, y solíamos estar tres fuera de casa. En los países del Este nos pagaban en dólares. No teníamos jubilación ni cotizábamos. El arbitraje sólo nos daba para conocer mundo", recuerda Soriano Aladrén. Por eso, hasta los colegiados más top hacían doblete. Díaz Vega dirigía una sucursal bancaria, López Nieto administraba una empresa de alquiler de coches, Esquinas Torres estaba en RENFE, Núñez Manrique era funcionario del Ministerio de Defensa, Fernández Marín era psicólogo... Había muchos, una gran mayoría, que hacían de comerciales de concesionarios, porque tenían libertad de horarios para entrenar y viajar los fines de semana. También había, e incluso los hay aún, que se ligaron a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. Martínez Munera, en excedencia en la Policía, llegó a proponer regresar al cuerpo en la pandemia para echar una mano en mitad de la catástrofe.

Urizar Azpitarte (Bilbao, 1943) comparte mil curiosidades de cómo se las tenían que apañar los de su quinta: "El arbitraje no daba para comer ni ahorrar, pero sí para vivir mejor la vida. Nos permitía viajar, que es lo más bonito del mundo, y estar en los mejores hoteles, aunque algunos se iban a hostales más baratos para ahorrar parte de la dieta... Estando en Tercera, con 27 años, ya creé mi primera empresa: Reprissss, que era de correspondencia y le hacía la competencia a Correos. Luego, según fui ascendiendo, tuve Uritrans, de transportes y mensajería, hacía valijas de todos los bancos, y Grupo V, de ensobrados y manipulados de correspondencia. Y también me dedicaba a cosas de imprenta para las campañas electorales. En el arbitraje era básicamente lo comido por lo servido y había que hacer otras cosas. Urío Velázquez creo que era representante de marcas deportivas. Pes Pérez vendía electrodomésticos a grandes superficies… Y así cada uno de nosotros".

Urizar Azpitarte, en el centro, en un Sporting-Real Madrid.  AGENCIAS
Urizar Azpitarte, en el centro, en un Sporting-Real Madrid. AGENCIAS

Como la mayoría estaba en esa sacrificada situación de pluriempleo, había camaradería y se ayudaba. Por eso Urizar atiende la llamada a punto de verse con otros excompañeros para comer: "Yo intentaba hacer cosas que me permitieran tener libertad de movimientos. Viajábamos como las cuadrillas de toreros y nos turnábamos al volante. Dormíamos como podíamos. Dando cabezadas. Teníamos mucha responsabilidad [es el árbitro que ha pitado más Real Madrid-Barça]. Recuerdo que la primera vez antes de empezar un Clásico fui 20 veces a orinar al váter, de los nervios. Luego, al cuarto ya era yo el que daba ánimos a los jugadores en los momentos más calientes del juego. Estos duelos son más importante que una final de Champions y mira cómo eran nuestras vidas antes y después de esos partidos...".

Cuando los árbitros necesitaban otro oficio para comer: “Dormíamos en carretera y nuestros hijos sólo nos veían el pelo por la tele”

Por eso ahora, en vez de ver los toros desde la barrera, Urizar ha puesto en marcha junto a otros ex como García Aranda, González González y Modesto Vázquez ANJADE-Dignidad Deportiva, la Asociación Nacional de Jueces y Árbitros del Deporte Español (no sólo del fútbol) que ya se han presentado al CSD, al COE, a LaLiga y a las distintas federaciones con su primer éxito: Alejandro Blanco les prometió hacer un primer congreso en el que estén representados todas las disciplinas.

"Soy el que pitó más Clásicos y al principio iba 20 veces a orinar al váter de los nervios antes de empezar. Un Clásico es más que una final de Champions y mira cómo eran nuestras vidas...".

Urizar Azpitarte Excolegiado internacional con más Madrid-Barça

Lo primero es lo primero

Tan importante era tener un oficio más allá del fútbol, que cuando ambas vidas se solapaban y había que elegir, las obligaciones siempre estaban por encima del resto. La necesidad de trabajar para los miembros del cuerpo arbitral hacía que las carambolas fueran muy comunes. La carrera del asistente Ignacio Fernández Hinojosa (Madrid, 1964) comenzó gracias a una de ellas, firmada por Rafael Moreda Alejandre, y le permitió dirigir 146 partidos en Segunda y ser Trofeo Guruceta en 2004 y 2005. "Moreda Alejandre fue asignado para dirigir un Ceuta-Algeciras de 2ªB hace más de 30 años y su equipo de asistentes habitual no podía acompañarle al completo. Tenían que salir un viernes y regresar tres días después. Había que ir en tren desde Madrid a Málaga, donde debían coger un coche de alquiler hasta Algeciras y luego un barco a Ceuta. Y vuelta. Como todos trabajaban, el colegiado tuvo que empezar a tirar de otros asistentes antes las bajas, hasta que dio conmigo...". Iñaki era una de las promesas más destacadas entonces en la Comunidad de Madrid y luego también fue uno de los más críticos con la Federación. "Con 17 años, acepté encantado la propuesta de dar el salto desde la Regional al fútbol de élite. Fue por orden de Sixto Montero San Frutos, del CTA. Tuve que pedirle una autorización a mi padre para poder hacer ese desplazamiento, ya que era menor. Fue un sueño para mí. Esa casualidad me hizo debutar siendo un crío", recuerda el linier a Relevo.

Los asistentes también tenían lo suyo, aunque fueran menos conocidos hasta la irrupción en escena de Rafa Guerrero (Trobajo del Camino, León, 1963). El hoy experto arbitral de El Chiringuito de Jugones, donde compartió análisis en pantalla con el recientemente fallecido Joaquín Ramos Marcos, fue asistente en la élite desde 1990 hasta 2008, con 174 internacionalidades, y aún sigue siendo desde hace 34 años conserje en el Colegio Trepalio. Mantiene la retranca de siempre: "¿Que si sigo? Te hablo desde la misma conserjería... El arbitraje era un hobby. Estuve 14 temporadas en Primera y 10 de ellas siendo internacional. Y durante siete años seguidos, sin vacaciones para cuadrar todo. ¡Tengo cinco hijos! Tuve que pedir permisos y me quedaba sin sueldo y hasta me dieron de baja y de alta cuando tuve que ir a la Copa de África en representación de Europa… Había que buscarse la vida, pedir días de asuntos propios… Iba a entrenar dos o tres veces por semana, porque un preparador ya nos mandaba un plan, y tenía que hacerlo solito, porque el árbitro nace y muere solo. Lo hacía por la noche y a -3º; aquí en León se inventó el frío".

Rafa, al que Mejuto González hizo famoso con aquel '¡No me jodas!' en La Romareda, reivindica la figura de aquellos valientes que no eran profesionales. "Para que los árbitros estén ahora como están, algo de lo que me alegro, algunos tuvimos que hacer muchas cosas antes. Como ir a una huelga que se saltaron los esquiroles de 2ºB, que pitaron nuestros partidos presionados por la Federación. Un árbitro siempre cobrará poco. Es un trabajo muy complicado. Me gusta que ahora puedan vivir sin tener la obligación de tener otro trabajo. ¿Que si yo he ahorrado? No sé qué significa ahorrar. ¿Se escribe con hache o sin ella? [risas]. No sé que es eso. Cuando me retiré aún debía algún plazo de un coche. Porque me hacía 100.000 kilómetros al año; en León no había aeropuerto. No tenía nada de nada en el banco. Trabajábamos en otra cosa por necesidad. Sólo algunos árbitros no trabajaban. Igual Puentes Leira. No era lo habitual... Ahora le doy las gracias a Josep Pedrerol por haberme devuelto a la vida. Me lo paso fenomenal. Le estaré eternamente agradecido por haberme podido enganchar de nuevo al fútbol. Me mantiene vivo".

"¿Que si yo he ahorrado? No sé que es eso. Cuando me retiré aún debía algún plazo de un coche. Hacía 100.000 kilómetros al año. No tenía nada en el banco"

Rafa Guerrero El asistente más conocido del fútbol español

Para Rafa, participar de corto en el partido del Plus, el último que se emitía los domingos, era un regalo al ser el duelo de la jornada. Pero también era un incordio que compartían sus camaradas. "Recuerdo cuando me tocaban esos encuentros. Llegaba a mi casa a veces a las 7h, tras cruzarnos el país por carretera porque ya no había vuelos. Aunque teníamos hotel, había que volver nada más acabar para llegar a trabajar en hora. Al entrar en casa me daba otra ducha rápida y a las 8h estaba en el colegio como un clavo. Dormir ya al otro día". Un peligro ese, el de exponerse a tantas horas de coche, con el cansancio a cuestas, que ha dejado huella a todos los colegiados y que se llevó por delante a más de uno. Emilio Guruceta, el ídolo de algunos un generación, protagonizó la tragedia más conocida tras un choque en Fraga (Huesca) en 1987 en la que también perdió la vida el línea Eduardo Vidal Torres y en la que resultó herido el otro asistente Antonio Coyes Antón.

El trío se dirigía a pitar el Osasuna-Real Madrid de Copa. La RFEF llamó a Urizar para sustituir a Guruceta pero éste se negó y pidió la suspensión. Nada de nada. Llamaron a Pes Pérez, sin darle detalles de lo que había sucedido, y cuando éste llegó a Pamplona se encontró el pastel. Se jugó. Guruceta estaba casado y tenía dos hijos y no dejó más que parte de la recaudación de dos partidos benéficos que se realizaron en su honor. El primero y más importante, disputado en Alicante entre una selección y el Real Madrid y donde se ingresaron 27 millones de pesetas, fue dirigido por su amigo Urizar. La viuda de Guruceta, como consecuencia del estado del arbitraje, no percibió pensión alguna. Su hijo Gabriel, aún hoy, lleva su silbato colgado en el pecho.

Rafa Guerrero.
Rafa Guerrero.

"Ahora, el arbitraje es casi una oposición que a muchos sí les merece la pena", resalta Rafa Guerrero. Aunque el insulto sigue estando ahí y pone en duda demasiadas veces esta versión: "Es complicado convivir con eso. ¡A mí me tiraron una dentadura en Zaragoza! Yo no volvería a ser linier, sufrí demasiado. Pese a que he sido feliz y he disfrutado mucho al tener fuerza de voluntad. La familia lo pasó mal. Nosotros nunca podíamos celebrar nada. Ni dedicar un gol a la mujer embarazada. Es difícil de digerir. No volvería a serlo. Así de claro. No merece la pena si comparas lo que te da y lo que te quita. No disfruté de mis hijos. Es es lo más ingrato. Era muy duro. Nuestros hijos nos veían el pelo por la tele. Por no decir cuando en el descanso me tenía que cambiar la camiseta porque tenía toda la espalda blanca llena de escupitajos. Era peor ser asistente que colegiado. Siempre me acordaba de todos aquellos árbitros de Regional, donde yo también he pitado, de lo mal que se pasaba. Al menos, cuando llegaba al cole, la gente me hablaba y trataba con mucho respeto y cariño".

La familia paga todo

José Luis Prados Torres, hijo del mítico árbitro de los 90' Prados García (Jaén, 1957) del que heredó el nombre, el apellido principal y su afición por el arbitraje, fue uno de esos familiares que tuvieron que crecer con la hiperactividad de sus mentores y, lo peor de todo, con la ausencia diaria. "Mi padre era funcionario del Servicio Andaluz de Salud. En concreto era jefe de contabilidad del hospital de Jaén. Solía trabajar a diario de 8 a 15h y recuerdo que las tardes las dedicaba a entrenarse. Y que como los fines de semana no estaba en casa, yo era de esos que casi le veía más por la tele que en el salón de casa", confirma el hoy periodista de 'Eurosport'.

Relata ese sacrificio como si fuera ayer: "Era brutal lo que hacían. En un Compostela-Real Madrid de la temporada 1995-96 (3-3), mi padre cogió el coche desde Santiago a Jaén para estar a la hora en su puesto de trabajo. Había llegado a Primera en 1995, con la Liga de las Estrellas de 22 equipos, y aquello ya era semiprofesional. Vamos, para mí eran auténticos profesionales. Cobraban poco a poco más, empezaron a lucir publicidad y se llevaban algo a final de año por este concepto [en 2019 ingresaban 12.000 euros que pasaron a 6.000, y los asistentes, la mitad]. Además, había cuarto árbitro y ya iban por Europa como internacionales… Aun así, firmaban sus licencias por un año y había peligros: si descendían a cierta edad ya no podían dirigir en Segunda… Tenían que seguir trabajando sí o sí. Y sin tiempo para nada. Tanta actividad le absorbía por completo. Y ya ni te digo en los cierres de ejercicio. A los demás les pagaban las horas extra. Mi padre, sin embargo, cuando hacía de más, lo canjeaba por días libres. Así compensaba y podía ir a arbitrar".

José María García Aranda (Madrid, 1956), en Primera desde 1989 e internacional de 1993 a 2001, sabe bien de lo que habla Prados. Él también tenía que hacer encaje de bolillos como profesor en el INEF de Madrid: "Compatibilizar todo era muy complicado. Y más si eras internacional y debías viajar entre semana. Tenía que pedir favores a los compañeros para que me sustituyeran. Recuerdo que en mi época, Emilio Butragueño estaba en el CSD llevando la relación con los deportistas y le tuve que contar mi caso. Siempre nos ayudaba. Yo entrenaba cuando podía. Normalmente a la hora de comer. Por eso éramos más que profesionales, porque teníamos nuestro trabajo y el arbitraje. Es difícil explicarle a tus hijos que los fines de semana, cuando realmente podías verles, tenías que coger los bártulos e irte de viaje para arbitrar. Y, sobre todo, porque muchas veces nos costaba dinero ser colegiados. No se cobraba demasiado y más de una vez hasta teníamos que poner de nuestro bolsillo. Es difícil de explicar en casa: te vas, no estás con ellos, te insultan y no traes ni dinero… Lo haces porque no lo piensas. Es que era injustificable". Aun así, conviene huir de victimismos: "La mayor justificación y motivación para soportar todas las dificultades que teníamos y esperar con anhelo la siguiente designación era nuestro gran amor, romántico, por el fútbol. Luego mejoraron las condiciones. Nos sentimos parte de este proceso en el que se ha logrado la profesionalización y fuimos claves en la reivindicación para que se considerara al árbitro como a un deportista".

"Es difícil de explicar en casa eso: te vas, no estás con ellos, te insultan y no traes ni dinero… Lo haces porque no lo piensas. Es que era injustificable"

José María García Aranda Exárbitro internacional de 1993 a 2001
García Aranda, en un Italia-Bélgica de la Eurocopa 2000.
García Aranda, en un Italia-Bélgica de la Eurocopa 2000.

Tres trabajos por si acaso

En esa permanente lucha, donde no todos los colegiados de la época se mojaron de la misma forma, el ya desaparecido Jacinto de Sosa Martín (Madrid, 1940-2020) fue especial dentro de ese mundo donde imperaba la pluriactividad. A veces ni te dejaban. Al madrileño le frenaron a menudo por su beligerancia y le prohibieron dar rienda suelta a su perfil como periodista, título que elevó al de doctor en la Universidad Complutense mientras era árbitro, y donde luego llegó a dar clase de Redacción Periodística. Fue uno de los árbitros más reconocidos en los años 70 y 80 por su fuerte carácter, debutó en Primera en el 77 y entre sus hitos tiene el de haber sido el único capaz de expulsar a la leyenda Quini.

Su inconformidad le llevó a plantar batalla al todopoderoso José Plaza, el jefe de los árbitros en el Comité Nacional (ahora CTA), mientras otros colegas le peloteaban —como también sucedería con Villar, Sánchez Arminio, Rubiales y compañía— e intentó presentar sin éxito su candidatura fundando ANAFE, la Asociación Nacional de Árbitros de Fútbol en 1981. Este colectivo, formado por 26 colegiados y que se fue deshaciendo en tiempos de Vicente Acevedo según varios de sus integrantes, conformó su unión en una iglesia donde el párroco era Damián, el cura del Atleti.

Sosa primero acabó siendo designado cada vez para menos partidos hasta el punto de que fue descendido de Primera (donde ya no volvió y arbitró 37 veces) a Segunda, teniendo ayuda después del Comité Superior de Disciplina Deportiva (actual TAD), que dictaminó que esa decisión fue "injusta, nula e innecesaria". Así que mientras entraba en batalla judicial con Plaza, siguió como plumilla. Hasta que fue expedientado y suspendido, entre otras cosas, por escribir una columna semanal en el diario Pueblo, donde hacía pedagogía aportando explicaciones del reglamento.

La RFEF empujó lo suyo para poner en marcha una ley de incompatibilidades a la que Sosa se enfrentó y no permitía a los árbitros hablar antes ni después de los partidos ("en boca cerrada no entran moscas"), una costumbre que se mantuvo después hasta que en los últimos años ha habido idas y venidas en ese intento de aperturismo infructuoso al que hizo referencia Gil Manzano en Arabia. Sosa, según un interesante reportaje en Cuadernos de Fútbol, no necesitaba para vivir el dinero del fútbol ni del periodismo, que luego ejerció ya retirado al lado de José María García. No sólo aglutinaba dos trabajos sino tres al tener, además, un buen cargo en Phillips. Dada la situación tan precaria, había que ser previsor. Con la comida y la hipoteca no se juega.