Conviene decir que el problema de Alcaraz no es que juegue demasiados partidos de tenis
Parece haber cierto consenso en la élite de la ATP -Jannik Sinner es la excepción y por eso es el número uno- en que se juegan demasiados torneos y demasiados partidos. Es una percepción tan extendida que está causando un verdadero problema en el circuito: los grandes jugadores cada vez juegan menos encuentros, se presentan a menos torneos y acumulan más lesiones. En consecuencia, los cuadros se resienten, los patrocinadores se enfadan y los jornaleros del tenis, es decir, los que no cobran un millón de dólares (o seis) por una exhibición en Qatar o en Riad, ven cómo se pone en peligro su fuente de ingresos.
Tras el primer partido de las ATP Finals, Daniil Medvedev declaró que no podía más, que su cuerpo estaba al límite y que el calendario era exagerado y había que modificarlo. El segundo partido se lo ganó al australiano Alex de Miñaur por 6-2, 6-4, así que igual no era para tanto. Carlos Alcaraz se ha pronunciado en términos muy parecidos en los últimos meses. En medio de la Laver Cup -un torneo muy bien pagado, pero que no deja de ser una exhibición-, salió a rueda de prensa a quejarse de que la ATP "les estaba matando" con tantos partidos. A las ATP Finals ha llegado, efectivamente, tan hecho polvo que un virus estomacal parece que le puede arruinar la competición.
Ahora bien, ¿se corresponde esa percepción con los hechos? En 1972, Guillermo Vilas jugó 146 partidos oficiales. Cinco años después, llegó a 144, la mayoría en tierra batida, donde el esfuerzo físico es aún mayor. Ivan Lendl se quedó cerca del récord en 1980, con 137 partidos (solo perdió ocho) y antes del principio de la Era Open y la instauración de la ATP, no era raro ver a jugadores irse a los 150 partidos o quedarse muy cerca. Obviamente, la competencia era muy escasa y muchos de esos partidos eran poco más que entrenamientos con más o menos público.
Ni siquiera hay que remontarse tan lejos para ver temporadas realmente cargadas: Rafa Nadal jugó 93 partidos en 2008, Djokovic jugó 97 en 2009 y Federer se fue también hasta los 97 en 2006. Aunque hubo alguna protesta puntual, sobre todo por parte de Nadal, en general los tres asumieron bastante bien el desgaste. De hecho, Djokovic y Federer apenas han arrastrado lesiones a lo largo de sus carreras. Obviamente, algo ha cambiado desde entonces y, ya digo, no ha pasado tanto tiempo…
Condiciones más sencillas
Volviendo a 2024, nos encontramos con que Medvedev ha jugado 64 partidos (puede acabar el año con 67) y Alcaraz ha disputado 63 (podría llegar a 66). Es más, si los cambios se le piden a la ATP, hay que incidir en que el murciano ha jugado solo diez torneos que dependan de la asociación de tenistas profesionales para un total de 32 partidos. No se incluye ni la Laver Cup (la organiza la empresa de Federer), ni la Copa Davis (competición ITF) ni los Juegos Olímpicos, que dependen también de la ITF y del COI. Tampoco se incluyen los Grand Slams, pues tienen un estatus particular y cada uno tiene la máxima responsabilidad sobre sí mismo.
Cuesta pensar que "obligar" a alguien a jugar 32 partidos sea "matarlo". Lo pongo entre comillas porque los grandes jugadores pueden permitirse perfectamente faltar a torneos y lo único que pierden son puntos. Siempre que avisen con tiempo y tengan una justificación médica -todos la tienen porque, insistimos, todos están de verdad al límite-, se pueden ausentar de cualquier torneo con el único inconveniente de que no pueden avanzar puestos en el ranking, claro. Es como querer ser campeón de Fórmula Uno disputando la mitad de los grandes premios.
¿De dónde viene todo esto, entonces? Del número de partidos ya vemos que es imposible, así que habrá que buscar otras razones y la más plausible me resulta la intensidad de los mismos. No es que sean más largos, que tampoco lo son -en los últimos años se han reducido las finales a cinco sets, que quedan solo para los Grand Slams y se ha instaurado el super tie-break en el quinto set para evitar maratones del tipo Isner contra Mahut-, pero sí consumen más energías. Y no es un problema que estemos viendo solo en el tenis.
La velocidad creciente del deporte profesional
Las lesiones se han multiplicado en el mundo del deporte profesional desde el momento en el que el deporte profesional se ha vuelto más exigente en el aspecto físico. La NBA lo está viviendo este año de primera mano, con multitud de estrellas perdiéndose partidos, y en el fútbol -donde, ojo, sí es cierto que se ha saturado el calendario- lo vemos con aún mayor claridad. Si el deporte profesional no ha sido nunca sano, menos lo es ahora. Si Vilas volviera con su raqueta de madera y se propusiera competir como un loco de enero a diciembre, probablemente no aguantaría ni tres meses a este ritmo.
En el tenis, en particular, como decía Álex de Miñaur el pasado martes, la velocidad de la bola es cada vez mayor. La potencia se multiplica y eso exige más velocidad, mayores frenadas, arrancadas más explosivas y muchísimo tiempo de gimnasio para estar a la altura. La técnica cada vez cuenta menos en un deporte en el que siempre ha sido lo más importante. Ahora hay cien tipos preparados a la perfección para hacerte sufrir de lo lindo. Les ganarás, sí, incluso con una apariencia de comodidad en el marcador, pero desgastándote al máximo.
Es un poco lo que decía hace unos meses Taylor Fritz en sus redes sociales, al hilo de las críticas a los tenistas top por jugar exhibiciones mientras se quejan de la exigencia del calendario. El estadounidense defendía que el ritmo de unos partidos no tenía nada que ver con el de los otros y que, claro, él, como todos, prefería ganar más dinero esforzándose menos que al contrario. El asunto aquí es si eso es posible, es decir, si podemos limitar el circuito a catorce torneos de dos semanas (los cuatro grand slams, los nueve Masters 1000 y las ATP Finals) sin que eso repercuta en las clases medias y bajas.
Da la sensación de que no. Si reducimos el número de torneos y de partidos que juegan los grandes, reducimos el número de torneos y de partidos que interesan a los patrocinadores y al público. En consecuencia, los torneos empiezan a desaparecer y no hay manera de que un Martín Landaluce consiga puntos suficientes para llegar a los puestos de arriba y empezar a participar en las competiciones exclusivas. Como se ve, el problema tiene difícil solución. Hace quince años se jugaban cien partidos sin apenas rechistar. Hoy, se juegan treinta menos y, menos Sinner, todos andan con la lengua fuera. La competencia es lo que obliga a multiplicar el esfuerzo, no exactamente la competición o el número de competiciones. Y mientras esa competencia siga aumentando, aumentarán el cansancio, las lesiones y la frustración.