La desigual historia de las estrellas que han vestido el rojo oficial Ducati
Casey Stoner, Valentino Rossi y Jorge Lorenzo han sido otros de los pilotos que han defendido a la estructura oficial italiana.

Hay cinco pilotos que han marcado el motociclismo de la última época, la era MotoGP. Un grupo de cuatro a los que algunos denominaba como 'Los Cuatro Fantásticos', formado por Valentino Rossi, el rey absoluto en el inicio de esta nueva era de la clase reina (tras la desaparición de las 500cc en 2001), Casey Stoner, Jorge Lorenzo y Dani Pedrosa, aunque este último nunca logró ser campeón. A este cuarteto se sumó, a partir de 2013, y en lucha con Rossi, Lorenzo y Pedrosa, Marc Márquez, que es el que aún se mantiene en estos momentos, y al máximo nivel.
Y de este grupo cuatro van a terminar sabiendo lo que es lucir el color rojo del equipo oficial Ducati, fábrica que regresó al Mundial en 2003. Porque, eso sí, todos han defendido en su carrera el naranja Repsol de la antaño todopoderosa Honda. Un hecho, el de que pasen por Ducati, que corrobora el poderío y la ambición de la casa de Bolonia. El primero de estos que corrió con la Desmosedici es el primero que les dio uno de sus tres coronas, Stoner, en 2007, en un momento en el que su éxito sorprendió, aunque ya empezaron a hacer valer un factor diferencial: su electrónica era mejor, y en ese momento de competencia entre constructores de neumáticos, los Bridgestone se mostraron como más efectivos que los Michelin.
Sea como fuere, en aquel curso el australiano se mostró como un piloto casi invencible. Comenzó esa temporada ganando en Catar, y se impuso en 10 de las 18 carreras, con otros cuatro podios y firmando cinco poles, para proclamarse campeón con tres grandes premios de antelación. Aunque a partir de ahí la moto pegó un bajón de competitividad, y Stoner decidió emigrar al Repsol Honda en 2011, año en que logró su segundo título. Aunque los acontecimientos se cuadraron para que los italianos encontrasen a un sustituto de ensueño: Rossi, que por entonces estaba sufriendo el poderío de Lorenzo en Yamaha.
Un movimiento que en aquel momento se vio como el gran sueño italiano, una experiencia de dos años (2011 y 2012) que, sin embargo, terminó en un fracaso absoluto. De hecho, supuso el fin de un periodo en el que la Desmosedici se preciaba de no usar un chasis al uso, sino que la moto iba construida alrededor de su poderoso propulsor, y a esa seña de identidad tuvieron que renunciar por Valentino, un cambio muy grande que requería de un tiempo largo de trabajo, algo que el 46 no tenía en esos momentos de su carrera. Porque nunca llegó a ser rápido con la Ducati, una moto con la que sólo logró tres podios y que terminaría obligándole a volver a Yamaha, como se suele decir, con el rabo entre las piernas.
El descalabro terminaría por llevarse por delante al ingeniero jefe de entonces, Filippo Preziosi, y terminó con la llegada de su actual guía, Gigi Dall'Igna. Dall'Igna le dio la vuelta a todo el proyecto como a un calcetín, y empezó a destacar por su capacidad de innovación, por ser capaz de encontrar los recovecos al reglamento técnico para ir comiendo terreno a la competencia. Una estrategia agresiva de un hombre que siempre ha confiado en lo que la información le da, más que en lo que sus pilotos le explican. Sí, se tiene en cuenta, pero son los datos los que corroboran los problemas. Ya con la moto en pleno crecimiento, Ducati fue a por su segundo grande.
En 2017 llegó Lorenzo, con uno de los salarios más altos que se recuerdan en MotoGP (las cifras nunca son oficiales, pero se dieron por buenos doce millones y medio de euros por año). Una aventura con la que el mallorquín no logró cumplir su sueño de ganar un nuevo título pero con otra moto. Le costó al principio, y cuando ya se sabía que no iba a continuar empezó a demostrar que sí que tenía el potencial para triunfar. Pero ya había firmado con el Repsol Honda para 2019, en la que sería su última experiencia en MotoGP. En su primer año apenas logró tres podios, y en el segundo no subió al cajón hasta el sexto gran premio, aunque lo hizo a lo grande, ganando en Mugello. De hecho, el sábado antes, los italianos habían firmado a Danilo Petrucci para sustituirle, porque el jueves Lorenzo lo había hecho con Honda, viendo que ahí no tenía futuro.
Tras ganar en Italia volvió a hacerlo en el siguiente gran premio, en Montmeló. Después fue segundo en la República Checa, volvió a vencer en Austria una semana después, e hizo la pole en la siguiente cita, en Misano, cayéndose en la penúltima vuelta cuando era segundo. Un gran premio después, en Aragón, fue el más rápido en los oficiales, pero en carrera se cayó y se lesionó. En el siguiente, en Tailandia, se fue al suelo en los entrenamientos libres y se rompió el radio de su mano izquierda, una lesión que le dejó prácticamente en fuera de juego hasta el final de ese curso, en el momento en el que parecía volar con la moto roja.
Stoner llegó a Ducati como apuesta, y salió como estrella. Rossi y Lorenzo lo hicieron como estrellas, y no se cumplieron, por unas razones o por otras, las expectativas de sus fichajes. Ahora va a ser el turno de Márquez, que llega de una manera muy diferente, porque ya sabe lo que es una Desmosedici tras la apuesta que le llevó a abandonar Honda. Un suelo sólido para lograr lo que no lograron dos de los mayores rivales que ha tenido en su carrera deportiva (con Stoner no llegó a coincidir en MotoGP). En su caso también para intentar alcanzar en títulos a su némesis, Rossi, y ser capaz, como él, de ser campeón del mundo con más de una fábrica. La principal oposición debería llegarle del otro lado del box, de un bicampeón, Pecco Bagnaia, que cumple con aquello que quiso imponer Ducati de apostar por jóvenes sin necesidad de estrellas, y que ahora ha decidido aparcar por el brillo que desprende el español dentro y fuera de las pistas.