JUEGOS PARALÍMPICOS

Un adivino predijo que competiría en los Juegos cuando estaba en la UCI y ha roto el récord del mundo en París

Alexa Leary se marcha de estos Juegos Paralímpicos con dos oros. Mientras combatía a la muerte tras un accidente de bicicleta, un vidente leyó su futuro: iba a ser deportista paralímpica.

La nadadora paralímpica Alexa Leary./REUTERS
La nadadora paralímpica Alexa Leary. REUTERS
Andrea Robles

Andrea Robles

París.- La nadadora australiana Alexa Leary se marcha de los Juegos Paralímpicos de París con dos medallas de oro: el relevo mixto y los 100 metros libres S9, que incluye nadadores con debilidad severa en una pierna. Su oro individual lo logró tras detener el crono de París La Défense Arena en 59'93 segundos y fijar con el récord mundial.

La historia de esta nadadora de 23 años de Sunshine Coast parece un guion de película. Era una triatleta destacaba que soñaba con competir en los Juegos Olímpicos. Hace tres años sufrió un terrible accidente practicando ciclismo en ruta que le provocó lesiones permanentes en el cerebro y las piernas, además de un pulmón perforado y numerosos huesos rotos.

Mientras se debatía entre la vida y la muerte en la Unidad de Cuidados Intensivos con un pronóstico complicado, sus padres recurrieron a un vidente.

"Cuando estaba en UCI mi papá consiguió un adivino y el adivino leyó que iría a los Juegos Paralímpicos y estoy aquí", contó a la agencia Reuters, tras colgarse su segundo metal en los Juegos de París. "Oh Dios mío. Lo hice", dijo al tomar constancia de lo ocurrido.

La campeona paralímpica quiso brindarle la victoria a esos padres, Russell y Belinda, que, desesperados por los malos pronósticos de los doctores que asistían a su hija, quisieron encontrar un rayo de esperanza al que aferrarse y recurrieron a un pitoniso.

"No estaría aquí sin mi mamá y mi papá. Cuando tuve el accidente, dejaron de trabajar y estuvieron en el hospital conmigo durante seis meses. Papá estaba constantemente de rodillas en ese hospital todos los días, junto a mi cama", recordó.

Atrás quedan aquellas lágrimas y la desesperación ante un futuro incierto. Sus padres pudieron asistir con orgullo a la victoria de su hija, quien confió en el futuro que vieron para ella, siguió sus pasos, e incluso lo mejoró.