OPINIÓN

Las lágrimas de Eurosport Italia por Carolina Marín evidencian un lujo al que le quedan dos telediarios

Carolina Marín se lamenta tras lesionarse en las semifinales de bádminton en los JJOO/Reuters
Carolina Marín se lamenta tras lesionarse en las semifinales de bádminton en los JJOO Reuters

"Ay, ay, ay, ay, ay", con esta serie de onomatopeyas, que imitaban a las de Carolina Marín, anticipaba el narrador de Eurosport Italia la grave lesión de la onubense. Hasta ahí, nada fuera de lo normal. Lo extraño sucedió después, cuando Carolina intentó continuar el partido, disputó dos puntos a medio gas con la rodilla destrozada y se echó en el suelo a llorar. El comentarista, a cuyo país no le iba nada en el empeño, no pudo evitar romperse también y acompañar a la española en las lágrimas. Algo imposible de imaginar en otro contexto.

Por supuesto, somos suficientemente mayores como para poner entre paréntesis todo tipo de apelación al "espíritu olímpico" y al romanticismo dentro del deporte profesional. Eso no quiere decir que esos detalles no emocionen o que no se pueda reconocer que, durante los Juegos, como durante la Navidad en las películas de Frank Capra, suceden cosas prodigiosas. Cosas como quenuestro país pueda llegar a pasar a un segundo plano en lo que no deja de ser una guerra mundial deportiva. Cosas como que la pasión por el deporte y por el talento eclipsen otras cuestiones más pasionales e instintivas.

Sigamos con el ejemplo de Eurosport Italia: Simone Biles está en la barra de equilibrio y decide hacer unos cuantos mortales hacia atrás, el último de los cuales acaba con una mala colocación de los pies y la consiguiente caída. Se hace un silencio de consternación. La narradora se limita a comentar, con voz grave: "Se ha caído Simone Biles. Es increíble. ¿Cómo ha podido suceder esto?". Cualquiera que recuerde la final estará de acuerdo en que más allá del infortunio de Biles lo sorprendente fue que hasta cuatro gimnastas se cayeran en ese ejercicio. Pero ahí no está lo importante.

Lo importante es que la caída de Biles daba la medalla de oro… a una italiana. En concreto, a la fabulosa Alice D´Amato, cuya actuación en los Juegos ha recibido mucha menos atención mediática de la que probablemente mereciera. Riesgos colaterales de competir con dos superestrellas como Biles y Andrade. A lo que íbamos: la comentarista italiana no se deja ir, no celebra, no hay un "esto acerca a nuestra gimnasta al oro". Hay pura consternación por la desgracia ajena. Un lujo que solo nos permitimos cada cuatro años.

El entusiasmo de la natación

Porque, afortunadamente, esto no es algo que suceda solo en Italia. Pongamos los ejemplos de Lourdes García Campos celebrando extasiada el récord mundial de Holanda en los 4x400 mixtos con esa última recta espectacular de Femke Bol… o de la pareja Julia Luna-Javier Soriano en la natación, un tándem que funciona desde hace años y que, a los que nos gusta el deporte más allá del color del bañador, no deja de alegrarnos cada gran cita.

En Luna y Soriano quería pararme porque merece la pena. Soy consciente de que a algunos les molesta el exceso del griterío y que incluso ellos tienden a prestar una atención excesiva a nadadores españoles que en esta edición olímpica no han demostrado merecerla. Aun así, su contagiosa pasión es de admirar. A Soriano se le va la garganta a menudo, pero consigue que la final de 200 braza te acabe importando, que vivas el desenlace como si toda tu vida la hubieras dedicado al estudio de la especialidad.

Soriano y Luna se emocionan especialmente cuando hay españoles de por medio -algo que, no seamos puristas, tampoco tiene nada de malo -, pero el nivel de adrenalina lo mantienen con cualquiera que destaque en la piscina, sea Summer McIntosh, sea Leon Marchand o sea la eterna Katie Ledecki. Supieron transmitir el gusto por su deporte aunque naufragaran ligeramente en cuestiones tan fáciles de solucionar como la pronunciación del apellido Popovici, que no solo está en la app oficial de los Juegos sino que el propio speaker de La Defense repitió en innumerables ocasiones.

No sé si García Campos o la pareja de la natación llegarían al punto italiano -se repitió en los 1500 metros libres, cuando el legendario Gregorio Paltrinieri consiguió la plata, pero los comentaristas solo gritaron "Dios mío, Dios mío" cuando vieron que el estadounidense Bobby Finke batía el récord del mundo-, es decir, no sé si llegarían a darle más importancia a un oro ajeno que a una plata propia. No sucedió en los comentarios de la marcha olímpica, desde luego, donde pocos halagos se oyeron hacia los ganadores y toda la fanfarria se reservó para los medallistas españoles.

No eres tú, soy yo

En cualquier caso, conviene preguntarnos por qué pasa esto. En primer lugar, por qué los narradores se sienten más libres y, en segundo lugar, por qué los espectadores festejamos la libertad. Me temo que ambas cuestiones tienen una misma respuesta: en realidad, a la mayoría de los que ven los Juegos, les dan un poco igual. En el mejor de los casos, es un rito que seguimos los fanáticos del deporte y no vamos a buscarle tres pies al gato televisivo. En el peor, es música de fondo. Nadie va a enfadarse por una mala narración o por un comentario que se pueda malinterpretar.

En otras palabras, todo lo contrario de lo que sucede en el día a día de nuestros clubes y nuestras selecciones. Ahí, amigos, la cosa cambia aunque los comentaristas sean los mismos.Todo lo que se dice, automáticamente, se toma como una ofensa. Podrías tener a tres José Ángel de la Casa comentando que aun así se llenaría Twitter de comentarios ofensivos, la mitad acusándole de ser claramente "merengón" y la otra mitad de ser demasiado "culé".

El problema, por tanto, no está en ellos, está en nosotros. Llega el verano y nos relajamos. Y admiramos la belleza del triunfo ajeno, la plasticidad del artista extranjero y el coraje del enemigo. Eso es lo que lleva a los narradores a dar ese paso adelante y disfrutar con nosotros. Nos retroalimentamos, para bien y para mal. Habrá que disfrutar estos días que quedan porque en nada, ya se sabe, vuelve el fútbol y lo que eso implica. La "tregua olímpica" empieza a tocar a su fin y ya se respira, poco a poco, la hostilidad en el ambiente.