Gavi no sufre al meter la cabeza donde explotan las bombas
Me gustaría saber qué propósitos para 2025 pidió Gavi. Escrutar en los deseos y miedos de quien parece carecer de todo temor. Sabemos que Gavi sufre cuando no juega, en ese rostro que esconde siempre un gesto contrariado, como si el mundo le debiese algo permanentemente. Pero aunque lo parezca, Gavi no sufre cuando mete la cabeza allí donde explotan las bombas. Me gustaría saber qué siente el único jugador capaz de transformar aquella frase manida y falsa de "volver más fuerte" tras un puñetazo en realidad. No sabemos el porqué, pero cada gol de Gavi sabe distinto, mejor, como si fuese el primero de nuestras vidas.
Hay realidades incontestables y una de ellas es que el Barça es un equipo infinitamente mejor con Lamine Yamal en el verde. El canterano será siempre la mejor excusa de todas, porque siempre habrá verdad cuando un técnico se queje cuando no lo tenga disponible para justificar que, efectivamente, el juego es peor. Bastaron dos minutos para ver dos asistencias que los compañeros no materializaron para darse cuenta de que no todos los pases son igual. El de Pedri a Raphinha, en diagonal, es uno. El de Pedri a Lamine, que es en esencia el mismo, es otro. No todas las frases suenan igual. Y nadie las dice con la misma sonoridad que Lamine Yamal.
Mientras el ruido estaba en la previa, con el CSD dando la cautelar para que Olmo y Pau Víctor puedan ser inscritos y un Joan Laporta celebrando la jugada como el Iniestazo, Flick y sus jugadores se encargaron de llevar la atención de nuevo al césped, de donde nunca debió irse. Y para marcarle al rival dónde y cómo fijarse, recordar que tienes a Pedri es un poco como cuando vuelves a casa de un viaje largo y te das una ducha; no por normalizado deja de ser la mejor sensación del mundo.
A Pedri lo puedes usar en la base cuando te presionan, como hizo Flick ante el siempre insistente Athletic, o más arriba si quieres el último pase, como hizo ante el Atlético de Madrid. Pedri es el mejor centrocampista de base del planeta y lo es en el último tercio. Lo único que le reprocho es que no sean dos, porque si está en la base no puede estar arriba, y eso es una patada al disfrute de este deporte.
Pase lo que pase, el Barça de Hansi Flick tiene relieve, profundidad. Es un equipo creíble, y eso es lo que más se puede decir de cualquier conjunto: que tenga argumentos para aguantar un debate y no sea todo un paisaje de cartón y piedra. Más allá de la inspiración individual y de la forma de procesar las distintas ventajas, el equipo nunca le pierde la cara a los encuentros, incluso en aquellos en los que fallas pases sencillos u ocasiones claras. Los partidos en los que te impones a tus propios fallos son siempre señal de equipo grande, y el Barça de Flick lo es. Ante el Atlético de Madrid jugó infinitamente mejor que hoy y perdió, y fue por eso por lo que está legitimado para creer.
Me gustaría saber los propósitos de año nuevo de Frenkie De Jong. Quien llegase a ser un noble bien valorado en el arte de la conducción, con personalidad y motor para movilizar a todo un equipo es ahora un juguete marchito, ese puzle que le regalan al niño, que solo lo mira con cierta gracia los primeros segundos para terminar después abandonado en un rincón. Y Frenkie se lo ha ganado a pulso porque su nihilismo contagia al resto, jugando como si ya se hubiese pasado el juego cuando en realidad sigue en la primera pantalla. El Barça va a un ritmo y Frenkie a otro. A veces darse cuenta te salva de algo todavía peor.