OPINIÓN

El Athletic sabe lo que quiere, el Madrid se lo imagina

Bellingham, durante el partido ante el Athletic. /REUTERS
Bellingham, durante el partido ante el Athletic. REUTERS

Históricamente, desde la Vieja Catedral de San Mamés, desde que el fútbol se vestía de blanco y negro y desde que Athletic y Real Madrid comenzaron a plantearse batallas sin escudo, sin casco y sin armaduras, que los rojiblancos ganaran a los blancos entraba dentro de lo posible. No debe ser éste un estadio donde a los blancos la derrota deba atormentarlos más de la cuenta, sobre todo en este presente donde los de Valverde tienen argumentos futbolísticos y físicos sobrados para pelearle a la cara a los de Ancelotti sin que en el Bernabéu se puedan lamentar más de la cuenta. Pero una realidad es poder perder y otra no hacer todo lo posible para ganar.

El problema es que, lo mismo que ahora casi todos pensamos que el Athletic, a su manera, se dejó todo lo que tenía sobre el césped de San Mamés, sin embargo, no podemos decir lo mismo del Real Madrid. La sensación es que este equipo blanco, últimamente, se deja en sus alforjas frutos que podía sembrar sobre el campo porque la sensación es que los lleva dentro. A lo peor no se trata simplemente de esos valores que sacamos a pasear cuando hablamos de un equipo de fútbol: pundonor, orgullo, entrega, honor, honra... Sino de algo más. Todo lo anterior se sobreentiende, como el valor, en los tiempos en los que existía el servicio militar. Ahora, se trata de hablar más de palabras y términos relacionados con el juego. Ataque, defensa. Elaboración, recuperación.

A este Madrid que sacó Ancelotti en San Mamés hay que exigirle más. Bastante más. A estas alturas del campeonato y tras recuperar tantos puntos perdidos en relación al liderato, posiblemente había llegado el momento de dar un paso más al frente. De no salir a defender en espera de que aparezca el Mbappé de turno. A lo mejor se trataba de salir a tener el balón, a ocupar el campo contrario y atacar desde el principio. Sin prisas, pero con alma. Al Madrid de la primera parte hay que exigirle además de juego, carácter. Como mínimo lo que mostró tras ponerse por detrás en el marcador.

Allá el aficionado madridista que se quiera quedar solo en el bloqueo mental de Mbappé y el fallo de su segundo penalti consecutivo. Allá, más lejos todavía, quien solo quiera apuntar con el arco lleno de flechas a un Tchouameni metido en el once titular con calzador, cuando a lo mejor necesitaba un periodo de adaptación. El francés está tan bloqueado como su compatriota. Sobre todo cuando se le coloca ahí, en el medio de la plaza, y se le da el peso y la responsabilidad de volver a llevar el peso del equipo. No. No está para ello. Quedó explícitamente demostrado después de sus 90 minutos. Para eso, casi hubiera sido más positivo haber seguido con Valverde de organizador y que, de paso, continúe forjándose en ese lugar para un futuro donde puede acabar jugando.

Al Athletic no se le puede pedir más. No porque ganara, sino porque sabe cómo llegar a la victoria. Sus dos goles son el mejor ejemplo. El primero fue fruto de un centro lateral y dos jugadores que llegaron al área como depredadores del gol. Marcó Berenguer, pero por delante vivía Sancet. El segundo tanto es producto de una recuperación alta, que se dice ahora. Eso es lo que tiene la presión al borde del área rival, que cuando 'robas' te llevas el gol a casa. Guruzeta solo tuvo que orientarse el balón para el remate.

Este Athletic se deja ver. Gusta. Es reconocible. Vivian es cada vez mejor central. Una garantía. Jaureguizar y Prados están capacitados para ordenar el juego de su equipo. A veces con el orden basta. No hace falta ser Busquets, ni Xabi Alonso. Tocar, cortar y jugar. Así de fácil. Hacer lo que se les pide, que no se compliquen la vida. Que para empresas mayores están los de arriba: los Williams, Sancet y los dos delanteros, un gol de cada uno de ellos.