OPINIÓN

En vilo por Luis Enrique y en vela por Ansu Fati

Luis Enrique y Ansu, con el resto del staff de la Selección./GETTY
Luis Enrique y Ansu, con el resto del staff de la Selección. GETTY

Siempre queremos ir por delante. La impaciencia es la pana de los ochenta. Llevamos 11 días de Mundial, un par de partidos de la fase de grupos, y ya queremos saber, adivinar y hasta dirigir el futuro de Luis Enrique. A diario me lo preguntan. Si se queda en la Selección o lo deja tras cuatro años al mando con 'paradinha' incluida. Antes notaba la curiosidad por hartazgo y ahora por devoción. Así es el fútbol.

Al menos coincidimos en descartar que le vayan a echar, que no es poco tal y cómo estaba hace nada el patio. Los brillantes partidos ante Costa Rica y Alemania le han disparado merecidamente en los sondeos de popularidad. Algunos deslizan detalles de su porvenir con supuesta información, de oídas o copiada. Ya saben: pase lo que pase habrán dado la exclusiva. Otros, convierten sus deseos y obsesiones en oración y a estas horas se están quedando sin fieles en misa. Y la mayoría, afortunadamente, estamos en el barco de Sócrates y su honrado "sólo sé que no sé nada". Únicamente Lucho sabe dónde estará en enero.

Otra cosa es si, cual barra de bar, nos preguntáramos qué creemos que sucederá y qué nos gustaría que pasara. Para el tema de la creencia, soy bastante resultadista en este caso. Si España no pasa de cuartos en Catar, le veo renovando sus votos en Las Rozas. Su vida sólo se entiende desde la pelea, el éxito, la rebelión y el afán de superarse. Ya lo dijo él: es así de "gilipollas". No le pega dejarnos tirados en la desgracia. Si llega a semifinales, es finalista o, sobre todo, si acaba con una rúa por Cibeles, otro gallo cantará: estaría más fuera que dentro. Su experiencia en el Barça, de donde supo bajarse de la ola en plena cresta, da una buena pista. Para el otro tema, el del deseo, no soy objetivo ni quiero serlo: no hay mejor seleccionador para una generación a la que tiene en el bolsillo y a la que, en su mayoría, le queda dos y hasta tres mundiales en plena forma. Si no llega ahora la segunda estrella, nos la colgaremos luego.

Hasta que haya fumata blanca existen mil formas de consumir la espera. Todas son respetables, pero algunas las estoy viendo un poco agotadoras. Una, muy común en estos días, es seguir los partidos de la Selección suplicando que tropiece para ajustar cuentas personales, por el hecho de algún jugador preferido se haya quedado fuera de la lista o simplemente para que Luis Enrique pueda dedicarse a stremear a tiempo completo y dé paso a Marcelino (debería prescindir de su 4-4-2), Valverde (tiene equipo y es feliz) o a De la Fuente (ojito). Otra, justo la contraria, consiste en poner velas para ganar a toda costa, para reforzar que uno llevaba razón en cada debate y para dar un empujón más hacia la ansiada renovación. La mejor y la más sana manera de aguardar es disfrutar del camino, en esta Selección hay más futuro que pasado, y no caer todos los días en la misma trampa...

Luis Enrique ha organizado todo al detalle en esta cita para que sólo hablemos de él y alejar así de la presión a sus futbolistas. Una estrategia perfectamente ejecutada que podrá estudiarse como una lección de liderazgo en las universidades. Pero el cuerpo pide dejar de acudir a su entretenida homilía en Twitch como un canto de sirena y de centralizar en uno solo los méritos de muchos. Lucho ha hecho lo más complicado y ahora llega lo más importante. Es el turno de los jugadores. Toca hablar seriamente del papel decisivo de Olmo, de la personalidad de Pedri y de que lo mejor aún está por venir. Tengo un sueño recurrente en el que Ansu sale a hombros del Mundial como un día hizo Pelé. Ojalá que esa instantánea, por todo lo que significaría, emocione sin debates a toda España.