La suerte, sólo a veces, no se busca

Soy un fiel defensor del destino. Seguramente, sea lo más fácil. No te preocupes por lo que pase, que todo está escrito. Mejor dedícale horas a afrontar lo que llegue. Más sencillo, menos complejo. Pero también confío en la suerte. Aquella condición de la vida tan importante como necesaria, tan real como, sólo a veces, cruel. Porque pocas cosas justas hay en este mundo.
Pero cuando llega la injusticia... cosa del destino. También, como muchos, soy un loco del fútbol. Sentarse a ver un partido es vibrante. Intenso. Incluso hasta cuando no hay nada en juego, siempre pasa algo que te hace levantarte de la silla. Siempre. Es el deporte más imprevisible e irracional que hay. Lo pienso de verdad. Tan loco que lo mismo ves a un aficionado celebrar la séptima Europa League de su club, que llorar aliviado por amarrar una permanencia menos de dos años después. La suerte, la buena y la mala, se busca. Como la vida misma, donde tan normal es ver a una persona celebrar el proyecto más romántico y fiel a sus principios (periodismo) que llorar la pérdida de un trozo de pastel que se empeñan en caducar apenas nueve meses después. Ante la injusticia, echémosle la culpa al destino. Será que siempre hay un Relevo más.
Todo tiene un principio y un final. Depende del receptor que ese mensaje que emite alguien sin pensar en las consecuencias se transforme en oportunidad. "Cuando se cierra una puerta, se abre una ventana". La típica frase de los finales. Pero mientras llegas a la ventana, debes andar por la casa. Y del oxígeno del enfermo depende el camino. Algunos podrán permitirse dar un rodeo mayor. Con tranquilidad y paciencia. Hay colchón. Otros, necesitan esa bocanada de aire típica de aquel que se muere, del que no tiene vuelta atrás. De la urgencia. Está en ti mirarte al espejo y reconocer qué tipo eres.
Seguramente este verano sea trascendental. Esa ventana la debe encontrar el Sevilla. Aunque las patas sobre las que se sustenta (presidencia y dirección deportiva) tiemblan como nunca. Es un enfermo moribundo. Se le ha cerrado la puerta de la temporada cuando la bestia ya le golpeaba el timbre. Casi se lo revienta. Ahora debe salir. Buscar esa forma de volver a los pisos altos de la casa. Pero la suerte, la buena y la mala, se busca.
Y el Sevilla se ha empeñado en que todo le caiga en contra. Hasta las renovaciones en portería le dan la espalda, mientras la ilusión de aquel que empuja desde abajo, llamado Alberto y apellidado Flores, cae en saco roto. Eso es frustrante para aquellos que de verdad no eligen y que a la vez son más conscientes de lo que ven. Sus aficionados. Aquellos eternos olvidados en el deporte más especial del mundo. Han dicho basta. No quieren aguantar más.
Pero se enfrentan a un verano repleto de incógnitas. El plan sigue siendo improvisar. Aunque el objetivo es no volver a cometer los errores (tantos) del pasado. La receta es sencilla. O, al menos, lo parece. La suerte se gana a base de profesionales. No hay más secreto. El fútbol lo domina el talento y el trabajo. Todo está inventado, aunque el PC de algunos se empeñe en justificar con una estadística recóndita aquello que el resto no aprueba.
El futuro de este enfermo depende de su médico. De aquel que se siente en el banquillo y le palpe el corazón. Debe ser alguien sincero y sin tapujos, pero que a la vez trate de lograr lo imposible. Que lo borde y le dé alas de nuevo. Ya me entienden. Pero es duro reconocer tus manchas cuando, además, el vecino luce reluciente por haberse pegado todo el año cuidándose. Las finales también se trabajan de septiembre a mayo.
Aunque eso lo dictará el verano. Esta temporada ya se ha ido. La puerta ya se ha cerrado. Que cada cual asuma su responsabilidad correspondiente. Que la suerte, la buena y la mala, se busca. Para aquellos que les cae la noticia encima sin poder hacer demasiado, cabeza alta. Que el destino arrasa hasta con el proyecto más romántico y especial. Hasta con el periodismo. Aquellos... aquellos deben cerrar la puerta con el orgullo intacto. No llores porque se acaba, sonríe porque sucedió. Y a andar por casa.