El Rayo está en Europa gracias a que el estadio no es el chalet de La Moraleja que tanto quieren

Un partido con aroma a despedidas. Como muchos sabréis, esto se acaba. No hablo solo de la temporada, que también. Puede que haya sido mi última vez en el Estadio de Vallecas con una acreditación al cuello. Siempre que pueda seguiré yendo a la grada, un saludo a mi amiga Marta. Aunque no será lo mismo. Cubrir al Rayo Vallecano es encontrarte charcos enormes con los que es imposible avanzar en la explanada que da acceso a la tribuna en un día lluvioso. Cubrir al Rayo Vallecano es tener el pupitre lleno de excrementos de pájaro. O el asiento de la zona de prensa. También es pasar un frío infernal por el aire que entra desde uno de los miradores más privilegiados de Madrid. Cubrir al Rayo Vallecano es ver un estadio que se cae a cachos, pero pensar: 'Joder, es que es mi estadio'. Cubrir al Rayo Vallecano es cubrir al Rayo Vallecano, vivir la fe de un barrio, el espíritu que tienen sus calles y descubrir su día a día. Cubrir al Rayo Vallecano es saber por qué el Estadio de Vallecas es infinitamente mejor que el nuevo que construirán con millones de euros, en un descampado propio de urbanización de lujo de nueva construcción y pista de pádel, rodeado de calles sin vida, piscinas propias y una identidad inexistente.
Si algo tiene Vallecas es que es Vallecas. Quizás esta frase salga en Marca Scroll, pero no lo merece. Quien la lee en idioma vallecano, que diría Míchel, sabe de lo que estoy hablando. Los corteos desde Buenos Aires. Las previas en el Mercado de Numancia. Los pinchos de La Brasa. Los discursos en La Albufera. El mural de la niña a los hombros de su padre. Los tercios tirados de precio. Es un lugar que tiene un lenguaje propio. Raúl Martín Presa siempre reclama, aparte de los innegables desperfectos de la instalación, que llena el campo, que miles de personas se quedan con las ganas de ir y no pueden. Veremos a ver si cuando puedan ir miles más hay un sistema informático que lo permita, sin necesidad de hacer colas kilométricas en un barrio de Madrid, como ocurría allá para cuando la persona que escribe esto ni siquiera había nacido. Pero eso es otra historia.
En Vallecas no están todos los que son, pero sí son todos los que están. En Vallecas apenas hay turistas. En Vallecas no se suben stories de Instagram con el lema "the place to be". En Vallecas todo el mundo se sabe la de "todos los fachas, fuera de mi barrio". En Vallecas se canta la 'Vida Pirata', aunque casi todos seamos conscientes de que hay alguna estrofa a la que habría que dar una vuelta. En Vallecas no se graban los cánticos en la grada y, quien lo intente, quizás hasta se lleva reprimenda. Hay que vivir el momento.
Aún recuerdo como si fuera ayer el día que se silbó a Aridane. No descubro América al exponer que el central, que ha acabado el año en un gran estado de forma, ha podido tener días mejores. Tampoco que no es un alumno aventajado en Primera División. Sus errores han podido costar algún que otro punto al Rayo, pero desde la grada no se tolera que se ponga en duda a uno de los suyos. La grada de Vallecas es la grada del barrio. No se entiende el Rayo sin Vallecas. Ni tampoco Vallecas sin el Rayo. Han sido tantas pancartas en recuerdo a gente caída. En defensa de las casas desalojadas. De los mayores que lo están pasando mal. Aquel que se deja la vida por defender la camiseta y sus calles tiene todo el derecho del mundo a equivocarse. Y cuando lo haga, siempre tendrá una mano a la que agarrarse.
Ahora que el trabajo escasea, las dudas crecen y el futuro es una incógnita, se me hace imposible no pensar en Vallecas. Allí empecé como turista hace ya unos cinco años. De esos que incluso dan rabia. Qué hace un chico como tú en un sitio como este. Ahora, Vallecas es mi segunda casa. Y podría ser la primera, si Idealista aflojara un poco. Como hogar, Vallecas siempre me ha recibido con los brazos abiertos. Sin saberlo, me ha dejado su hombro para llorar en los malos momentos y me ha hecho mirar a los ojos a los problemas sociales que siempre se magnifican en un barrio de gente humilde. Un día, el fondo me removió: "La ansiedad es epidemia en nuestros barrios. Habla. Aquí nadie está solo".
El Rayo Vallecano se ha clasificado para Europa. Impresionante. Quien pueda, viajará por el continente llevando con orgullo la franja. Un regalo. El dulce que a nadie amarga. Pero no tengo duda alguna de que una goleada en contra contra el Mallorca hubiera acabado de la misma forma. Ovación, Vida Pirata y orgullo absoluto por lo que Iñigo Pérez y los suyos han conseguido en base al esfuerzo y la absoluta dedicación por la camiseta.
Un ejemplo de que esa mentira que se pronuncia al lado de las cuatro torres y en algún que otro barrio céntrico de Madrid a veces se cumple: "Todo esfuerzo tiene su recompensa", "quien quiere puede" y alguna que otra frase hecha de mierda promocionada por Mr. Wonderful y sueldos astronómicos de despacho y corbata. El Rayo lo ha logrado, pero quizás tú no, y a la vista está que yo tampoco. Hoy es uno de los últimos días de esta vida de tres años de duración, que dará paso a una nueva, quién sabe si mejor o peor. Por el camino, años de dedicación, entrega y orgullo que acabaron en descenso de categoría. O, mejor dicho, en desaparición. Lo que sí tengo claro es una cosa: allá donde coja un balón y chute a portería, tendré a Vallecas detrás gritándome que no estoy solo y que de todo se sale. Por eso, no dudaré en agarrar un nuevo balón y volver a tirar.
Uno tampoco es de piedra. ¿Y si bajo los brazos y no lo hago? Sé que ahí seguiría su hombro para sostenerme. Por eso puedo decir, aunque se me caiga encima, que el Estadio de Vallecas es mi casa y la prefiero mil veces a un chalet de lujo de La Moraleja. Porque en el Estadio de Vallecas se viene a animar al Rayo, no a ver ganar al Rayo.