OPINIÓN

Ni plan B, ni nuevo orden ni el doble pivote: el Sevilla sigue en el laberinto

Diego Alonso, en el partido ante el Celta./EFE
Diego Alonso, en el partido ante el Celta. EFE

Si ante el Cádiz ya más de un sevillista torció el gesto, la afortunada igualada en Balaídos ha vuelto a encender las alarmas en el Sevilla. Apenas cinco partidos acumula Diego Alonso como entrenador en Nervión, pero tampoco parece que el charrúa haya llegado con las llaves del laberinto en el que se encuentra inmerso el equipo. Esa modernidad que se vendía en respuesta a su antecesor apenas se ha quedado en la sala de prensa y sobre el terreno de juego el Sevilla ofrece las mismas carencias -o más- que antaño.

La libreta de Diego Alonso fue recibida con aplausos. Por fin se coloca a Soumaré como titular; ¡qué bien que juega Sergio Ramos siempre de titular!; Mariano las revienta en los entrenamientos... Unos lugares comunes que han ido perdiendo fuerza con el paso de los partidos. Ni colocar al francés como mediocentro era la panacea, que Sergio jugase tres partidos en una semana acabó en una lesión en el sóleo y Mariano... Repasen el partido de Balaídos para comprobar que no era una cuestión de doble pivote o de quién es el delantero.

Cuando cuatro entrenadores en un año no hallan las soluciones, quizá el problema se radica en otro lugar. Con Lopetegui se vició el ambiente tras tres años de éxitos; el aire de Sampaoli apenas se tradujo en resultados y sí en críticas a su estilo; Mendilibar fue Mendilovers para ganar la Europa League pero luego pasó a ser un entrenador antiguo; y ahora Diego Alonso llegó como adalid de un nuevo orden que ha pasado por colocar sobre el campo a la vieja guardia y a los fichajes de Víctor Orta.

Aseguraban los dirigentes del Sevilla que el despido de Mendilibar se produjo por la falta de resultados. Apenas un mes después, el equipo acumula tres empates seguidos en LaLiga y una derrota en la Champions, un balance que apenas le sirve para escalar en la tabla, más una obligatoria victoria en la Copa del Rey. El foco se deposita tanto en el nuevo entrenador como en el propio puesto de mando, que ya quemó esa bala del cambio de técnico ante esa voracidad que muestra la entidad en los últimos tiempos. La paciencia desapareció del vocabulario del sevillismo, ante esa grandeza exhibida en el siglo XXI, pero la virtud siempre se encuentra en el término medio y no en los excesos de vinagre o azúcar.

La ansiedad que desprende la entidad se traslada a la grada. Lo excelente se olvida con celeridad, lo bueno apenas sirve y lo malo se lleva al extremo hasta convertirse en caricatura. Nada sirve en este Sevilla, que vende un periodo de transición económica -como así se refleja en sus cuentas- pero que pretende seguir viviendo deprisa en la mesa de los más grandes. Arsenal y Betis se asoman en el horizonte inmediato y más le vale a Diego Alonso encontrarse con Dédalo para hallar la salida correcta de este laberinto del Sevilla.