OPINIÓN

Movistar debe codificar cuanto antes al Real Madrid

Mbappé, Vinicius, Bellingham y Rodrygo celebran su primer trofeo juntos. /GETTY
Mbappé, Vinicius, Bellingham y Rodrygo celebran su primer trofeo juntos. GETTY

Que si Courtois notará la lesión de rodilla... Que si echan de menos a Kroos... Que si hay atasco, falta físico y Mbappé está sobrevalorado... El antimadridismo, pese a estar sólo en agosto, se arremolina junto a la televisión desde esta Supercopa de Europa con la esperanza de que algo falle en mitad de la perfección con el objetivo desesperado de que sus rivales directos -que son dos en España y otros pocos en Europa- tengan algunas opciones remotas de triunfo en esta próxima década.

Pero ese ejercicio de desear un verdadero milagro, aunque suponga el mal del prójimo y pese a que obligue a rezar en mitad de un descanso con 0-0 en el marcador, debe ser tan frustrante como esperar a que una noche Raphael suelte un gallo. Un día puede salir algo mal, estamos hablando de humanos, pero con un portero que parece un pulpo con alas, tanto atleta y un arsenal ofensivo va a haber codazos por encontrar una butaca libre en el Bernabéu y da cosica pensar cuando aparezcan por allí equipos que hoy están escuchimizados y en los huesos.

Lo mejor para aquellos aficionados que no son del Madrid es relajarse desde ya, como recomienda el médico ante la cercanía de un supositorio, y disfrutar del espectáculo que se avecina. Siempre queda el consuelo, para disimular, de que el verdadero club que siempre ama uno en la clandestinidad es el del pueblo. Aunque esté en Regional. Y si aún continúan las pesadillas y los retortijones, bastaría con probar a pensar que los de blanco son el Leeds o el Dínamo de Kiev y que sus éxitos son ajenos y lejanos. Si Messi se fue a Miami viendo lo que se olía, no descarto que Laporta elija pronto Singapur.

El Real Madrid va a ganar esta temporada unos 40 partidos por más de tres goles de diferencia y convendría que en Valdebebas vayan encargando más estanterías para su vitrina. Hay que asimilarlo: se atisba una lluvia incesante de copas (otra más), de Balones de Oro, de escarapelas de mejor club del planeta, de chicles y puros de Ancelotti y de bailecitos de todo tipo en cada celebración. O hay un lío de los gordos en ese vestuario, en forma de peleas con machetes o infidelidades, y llegan los millones de Arabia Saudí para deshacer tan buen rollo, o los partidos del Madrid habrá que codificarlos en aquellas casas que no dispongan de desfibrilador. En la de mis padres, justo a la hora en la que la Atalanta sucumbía como hicieron otros antes, creo que estaban viendo la reposición de 'La que se avecina'.

Los más jóvenes seguramente no saben ni de qué hablo con este consejo de encriptar los encuentros del equipo de Ancelotti en medio país para que el personal no sufra demasiado. Pero hubo un tiempo en el que los partidos de Canal Plus, y las películas para adultos o el cine Premium -que no es lo mismo-, no se podían ver en abierto al ser de pago y la imagen de pronto se distorsionaba. Y en ese nublado de pantalla siempre había un lugar para la seguridad de los más precavidos de que seguía en pie nuestro prohibitivo Muro de Berlín en los 90 y también para la esperanza de los más optimistas de ver un gol o un abrazo.

Aquella medida, sucesora del Código de Regulación de Contenidos por Rombos, que comenzó oficialmente en TVE el 1 de mayo de 1963, podría evitar ahora muchos disgustos. Entonces, cualquier contenido en la televisión pública era susceptible de llevar uno o dos rombos en la esquina superior derecha de la tele. Uno, indicaba que no era apto para los menores de 14 años y dos, para los menores de 18. Y esos rombos iban acompañados de un tono para alertar a los padres. Puede que haya quien no crea lo que digo o que incluso le haga gracia. Pero más divertido sería, en caso de restaurarse el orden de antaño, cuando avisen a Xavi y Piqué de que dejen de acercarse a la pantalla a hurtadillas y guiñar los ojos para poder cotejar entre ese mar de rayas codificadas cómo va el Madrid, si se acaba ya el angustioso descuento con empate y lo peor de todo, si el imponente 9 ha vuelto a consumar.