La Feria de la mediocridad del Sevilla... y mirando a Las Palmas
La cúpula de la entidad desaparece de la fiesta sevillana ante la delicada situación deportiva. La tensión se palpa en el ambiente.

El Sevilla no vive la Feria. Sí lo hacen los sevillistas, aunque por dentro lleven ese entripado por lo que desprende su equipo. La igualada ante el Leganés dejó más dudas aún en el ambiente y todos miran al fin de semana, que empieza el viernes en Las Palmas. Una victoria del equipo de Diego Martínez elevaría la tensión del Sevilla de cara al duelo en Vigo o a ese enfrentamiento intersemanal ante los canarios. Dos finales en mayo, pero bien distintas a otras primaveras.
Es una Feria amarga. Sin la recepción habitual que el Sevilla venía realizando desde hace años. Ni la situación deportiva ni la económica -tras el reciente despido de empleados- lo hacía conveniente. Tampoco la posición personal del presidente, José María del Nido Carrasco, o el director deportivo, Víctor Orta, señalados por los aficionados como los máximos responsables de otro fracaso. Y ya son dos años seguidos, un mundo en el fútbol, para seguir culpando al pasado.
Nadie en el club esconde que la 24-25 es otro año de mediocridad. Los atenuantes que se utilizaban recientemente quedan en el olvido. Ni bajar la masa salarial ni rejuvenecer la plantilla son excusas que justifiquen otro año de penurias para el sevillismo. Sólo la huida hacia delante de los actuales rectores invita a pensar que puedan seguir planificando la próxima campaña. Con más recortes hasta sellando esa ansiada permanencia que parecía asegurada y que ahora se jugará en estos cuatro últimos partidos.
Sacar de la ecuación a Xavier García Pimienta tampoco ha dado resultado. El catalán, con sus defectos, había evitado la zozobra durante buena parte de la temporada, pero no resistió las dudas de la planta noble. Los silencios de los dirigentes lo pusieron en el foco y los futbolistas, siempre tan ventajistas, lo acabaron rematando. La llegada de Joaquín Caparrós, símbolo del sevillismo, ha apaciguado en parte los ánimos de la afición, pero también se requieren más puntos. Asegurar la salvación y que el utrerano pueda salir con la cabeza alta tras otro plan de emergencia.
La reflexión de los dirigentes debería ser más profunda. Ya no sólo se trata de salvar la temporada, sino de contar con un proyecto que ilusione al sevillismo. Las dudas sobre el futuro más inmediato acechan al aficionado, que quiere la permanencia, sí, pero sobre todo que su Sevilla vuelva a codearse con la élite. Un proyecto austero no implica mediocridad si los criterios se fijan con sentido común. Equilibrando una plantilla que se adecúe al banquillo y no disparando en busca de ese acierto individual con el que se pretende justificar el trabajo. Arropando al entrenador cuando asoman las dudas y no dejándolo tirado a las primeras de cambio. Que saltar del barco no sea la especialidad de la casa y sí la asunción de la responsabilidad.
Los últimos malos resultados han convertido en sospechoso a cualquiera que aparece por Nervión. Una búsqueda de culpables para cambiar algo y que todo siga igual. Una desconfianza interna que inquieta a todos los empleados, que ya desconocen qué rumbo tomar. Un Sevilla a la deriva que obliga a un paso adelante a todos aquellos que sientan el sevillismo, dentro y fuera del club. Una Feria tan mustia no se recordaba en Nervión y eso debe acelerar la necesaria catarsis. El fútbol es ilusión y el sevillista hace tiempo que la perdió en este proyecto si es que alguna vez apareció.