Hay que despedir (con honores) a Ancelotti
"Cuando uno dice que se va, es que ya se ha ido". La frase es de Julio Cortázar, pero se la he escuchado decir tanto a Jorge Valdano que prefiero compartir los méritos a la hora de la cita. Uno por su exquisita precisión y al otro por promocionarla con ese acento argentino.
Hoy, la sentencia tiene más fuerza que nunca sabiendo que Carlo Ancelotti ya se ha comprometido oficialmente con Brasil para dirigir a la Canarinha a partir de 2024. Se espera que en junio, cuando finalice su contrato en el Bernabéu, pero veremos si los resultados no adelantan la mudanza a enero. Una decisión que, pese a tratarse de un caballero que lo ha conseguido todo con tacto y sin hacer ruido, y que se ha ganado el derecho a decidir, traerá muchas y variadas consecuencias. En concreto, para el Real Madrid, para su relación con Florentino Pérez y también en su día a día con los jugadores y cada uno de los aficionados.
Imaginen sus vidas, hagan lo que hagan y se dediquen a lo que se dediquen, y simulen un caso como éste en su empresa. No hablamos del mandamás. Ése va por libre y lo que hace, lo que piensa y lo que decide donde de verdad tiene efectos inmediatos es en la Bolsa y en su cuenta corriente. Ni tampoco me refiero a un oficial de primera. Esta clase, desgraciadamente, va a rebufo desde que se levanta hasta que se acuesta y ya no importa ni a los sindicatos de papel que nos rodean. El cargo del que hablo, lo más parecido a un entrenador, vendría a ser algo así como un jefe intermedio y cualificado con cierta responsabilidad. Alguien que tenga ascendencia sobre unos cuantos pero no sobre todos.
Piensen por un momento que esta persona, con la que comparten su rutina, anuncia que su mandato ya tiene fecha de caducidad y que, para colmo, el futuro que le espera lejos de su puesto habitual se centrará en tres pilares que en estos momentos son tres quimeras: cobrar más o menos lo mismo con un horario ampliamente reducido, entrenar cada varios meses -en vez de todos los días-, y todo a cambio de aspirar a unos extras que ahora no posee y que no todo el mundo tiene ni tendrá a su alcance (Copa América, Mundial...). Más allá de la envidia, la mayoría empezará a perderle el miedo ("para lo que le queda le voy a decir lo que pienso..."), cuestionará su autoridad ("mejor me reúno con quien te va a sustituir, para que se vaya acostumbrando...") y hasta el respeto ("con lo que le queda en el convento..."). Uno piensa que se irá dentro de un año, pero para el resto ese mismo día ya lo has hecho.
El Real Madrid, que ha cuestionado a Ancelotti en privado sin disimulo, tendrá que tragar con este nuevo escenario. Lo contrario sería confirmar que mintió en su día, o cambiar ahora de opinión a lo Pedro Sánchez o María Guardiola. Recuerden que el club se echó las manos a la cabeza por la furiosa respuesta de Rubiales con Lopetegui en el Mundial de Rusia cuando el míster dormía con la Selección y soñaba con el Real Madrid. Ahora, la deportividad no va reñida con la planificación. Desde esta misma semana el club ya trabaja oficialmente en el reemplazo del italiano. Oficiosamente lo lleva haciendo meses. Xabi Alonso es el que más consenso aglutina para comenzar desde pretemporada. Raúl, que continuará en el Castilla, estará al quite por si los acontecimientos se precipitan y hay que dar un relevo a la carrera. Y Arbeloa seguirá su mili, con la solapa repleta de condecoraciones por si algo se tuerce. Fuera ya no hay tanto que guste. Pochettino, lógicamente, se cansó de esperar y necesitaba pagar sus facturas.
La relación presidente-entrenador también será otra. No sabemos si mejor o peor, pero será diferente. Florentino podrá recortar su margen de paciencia. Echar a Ancelotti hace nada era enviarlo a la jubilación. Hacerlo este curso es permitirle vivir más tiempo un sueño. Lo que está garantizado es que le vigilará día y noche. Comprobar si consulta más Transfermarkt para ver jugadores potencialmente convocables con Brasil o si emplea sus ratos libres en ver cómo juega Arda Güler, algo que desconoce. La confianza es justo esto. No mirar el móvil del de al lado y esperar que cada uno obre con la lealtad y profesionalidad pactada.
Pero el técnico también se comportará de otra manera. Antes transigía con todo porque se debatía entre el Real Madrid o hacer crucigramas. Ahora es dejar la capital por las playas de Río de Janeiro. No es casualidad que haya ido acentuando su actitud beligerante con el paso de las semanas. Y eso que aún no ha regresado a Valdebebas. Bellingham vale, es una estrella mundial. Pero los fichajes de Fran García, Brahim, Joselu y Arda Güler, aunque los ve bien para complementar y asegurar el futuro, no quiere que confundan a nadie: no se olvida del 9 prometido. Si es Mbappé, maravilloso, pero si el francés no llega ya, no le valen parches. Bastante tiene con que el club lleve año y medio queriendo traspasar a Mendy cuando para él es el lateral izquierdo de más garantías. Brasil 2024 podría agitar el carácter de Carletto.
¿Y cómo responderán los jugadores y los aficionados?
En cuanto a los futbolistas, los que acaban contrato y sus más fieles le darán el máximo respaldo pase lo que pase. Le deben mucho. Pero no veo a Brahim preocupado si no empieza de inicio los primeros partidos o a Tchouameni haciendo huelga si no le alinean justo donde más brilla en el sistema. Ojo al conformismo y pasotismo que puede emanar de esa estrategia de esperar a que el tiempo pase. Y ojo también a la posibilidad de que el gallinero se revuelva si alguno empieza a percibir inestabilidad. Un entrenador en el alambre es como un Gobierno en minoría.
La reacción de los hinchas es más preocupante. Sobre todo si no se arranca bien (Clásico en verano, tres primeros partidos de Liga fuera de casa, sin delantero centro contrastado...) o reaparece el crítico más ácido que todos llevamos dentro a la primera curva seria que siempre hay. "Vete a Brasil, Carletto vete a Brasil, vete a Brasil...". Yo, puestos a aventurar, prefiero pensar en hacer lo mismo que con deportistas que han sido ejemplos. Tipo Iniesta. Una ovación en cada partido, un gesto de gratitud en cada campo. Ancelotti ha demostrado justo todo lo contrario que algunos que se sentaron en su misma silla: se puede ser el mejor sin necesidad de ser mala persona. Cuenten con mi aplauso. En el Bernabéu y en Maracaná.