Los caminos del Sánchez-Pizjuán son inescrutables

Anoche presencié historia. Con un final feliz, pero con un transcurso muy triste. Lo vivido en el Ramón Sánchez-Pizjuán fue de película. El Sevilla consiguió casi amarrar una permanencia que se intuía más que complicada. ¿Por qué? Preguntarán algunos. Tan sólo hace falta verse repetido el partido para entender el temor que había en el club: este equipo tiene nivel de Segunda División.
Pero en el fútbol, a veces, también existe la media. Muy sencillo. Si tu equipo es de Segunda División, pero te siguen casi 40.000 locos dispuestos a dejarse la garganta con nivel Champions... te queda una permanencia. Sí. La afición del Sevilla volvió a hacerlo. Una hinchada madura, que entendió los tiempos a la perfección. Durante los noventa -más de cien con el descuento- minutos tocaba animar como en las grandes noches. Nada más sonó el silbato del colegiado, protestar ante aquellos que han llevado al club hasta esta situación.
No he visto nada igual. Un ambiente de semifinal europea en la lucha por una permanencia. Y con un club que fue gigante de local, que siempre dificulta la tarea de reconocer la realidad por la que se lucha. Se me volvieron a erizar los pelos de los brazos a escuchar cómo aprieta ese estadio. En el fútbol está todo inventado. Y esos 'locos' se las saben todas. Todas. Los caminos del Sánchez-Pizjuán son inescrutables.
Aunque también se pudo ver la diferencia que existe en una plantilla que no sabe ni dónde está. Poca celebración pude apreciar yo en unos canteranos que se dejaron todo. Mucha de futbolistas que vienen de fuera y aún no se han enterado de la película. No es culpa de ellos, sino de los encargados en meterles en vereda. Anoche no había nada que celebrar. Primero, porque aún no es matemático. Segundo, porque queda mucho por reflexionar. Muchísimo. Tercero, porque el partido lo ganaron los 'locos' de la grada.
El Sevilla demostró ser, una vez más, un equipo blando, sin plan y con muchísima facilidad para ser atacado. Pero Las Palmas se empeñó en confirmar que es un equipo de Segunda División. Por nivel y trabajo. Las piernas temblaron. En los dos bandos. Como le pasó a Leandro Antonetti, jugador de más de medio millón de euros firmado por Víctor Orta el pasado verano. Pero, ojo, firmar con poco dinero es muy complicado. Otra más del director deportivo.
Al único que no le temblaron fue a Suso. El otro gran culpable de la permanencia del Sevilla. Me gustaría saber qué pensaría García Pimienta al ver el partido. Aquel que relegó al banquillo eterno por una queja sobre el trabajo que estaban realizando, lideró a su exequipo hacia la luz. Y no sólo sobre el césped. Era el único con crédito para enganchar a una afición deseosa de engancharse. Los 'locos' son 'yonkis' de la felicidad y la animación. Y normal que Suso sea el único, porque es el último campeón que queda en la plantilla.
O que quedaba. Se despedirá con honores, y dejará más huérfano de líderes aun a un vestuario sin capacidad ninguna de levantarse. Con dos Europa League's y un final de temporada que seguramente sea más importante que los dos anteriores. Porque un descenso para el Sevilla habría sido -o sería, que hasta que no sea matemático la tensión continúa- terrorífico. Una entidad que tendría que haber repartido cartas de despido, con jugadores imposibles de pagar y una alarma social de alerta roja. Pero lo de ayer... nada que celebrar. Y todo que agradecer. A aquellos que nunca fallan. Que siempre están. Que hasta fueron capaces de dejar a un lado sus más que justificadas críticas al palco para apoyar a un equipo que vaga moribundo por el césped.
Momento para reflexionar. Deben cambiar muchas cosas. Lo de esta temporada es vergonzoso, pero lo de la próxima, si ninguna 'pata' se mueve, puede ser incalificable. Esta vez se han salvado. Y por el bien del Sevilla, sobre todo del sevillismo, el próximo verano tendrán otra oportunidad para hacer las cosas de, al menos, aprobado. Quien venda una permanencia como objetivo de un club que fue tan, pero tan gigante, será el primero que deba picar puerta. Me despido con una frase de Joaquín Caparrós, un hincha más que, como cualquier otro, no podía darle la espalda a su equipo: "El sevillismo no se merece sufrir lo que está sufriendo".