OPINIÓN

Ansu Fati y la 'Kings League': reír por no llorar

Ansu Fati se tapa la cara al ser sustituido frente al Valencia./GETTY
Ansu Fati se tapa la cara al ser sustituido frente al Valencia. GETTY

Podemos discutir y entretenernos con el manido tema de la posesión y el estilo. El Barça no es el gran el Barça que muchos añoran, y que algunos exigen ver de vuelta, desde que Xavi dejó de vestir de corto. Cuando antes lo asumamos y zanjemos, menos dolerá la herida y, sobre todo, menos tiempo perderemos. Ganar en el Bernabéu y liderar LaLiga con este equipo, y con tanto ruido alrededor, es para ser más justos con el personal que exquisitos.

El debate realmente interesante a estas horas, por su complejidad y trascendencia, gira en torno a la figura de Ansu Fati. La esperanza de la Masia, que pasó estratégicamente de mero revulsivo a lucir el diez para paliar la depresión post-Messi, es una sombra que vaga por el verde. Lo siente él, lo sufren sus compañeros y lo nota el rival. Como siempre nos movemos de un extremo a otro, quien iba a ser la reencarnación de Pelé hace nada ha pasado de repente, para algunos, a ser un bulto sospechoso con el nivel muy justo para competir en la 'Kings League'.

Respect. Ansu volverá. Que nadie lo dude. Y será en el Camp Nou y vestido de blaugrana. Bojan, Jeffren y otros juguetes rotos se aparecen en estos momentos como fantasmas, pero este chico es otra cosa. O al menos eso es lo que ya nos ha demostrado. Tiene fútbol, talento, descaro, amor propio, una relación íntima con la portería y todo el tiempo del mundo por delante. Sólo (con tilde) tiene 20 años. Y, más que nada, debido a que el club posee una fe ciega en que se rehaga. Ahora hay que ponerlo a entrenar. Una cosa no quita la otra. Ni un halago va reñido con asumir la realidad.

Forzar su regreso, acortar los plazos en su evolución y pedirle que lidere ya a este equipo colgado del larguero o a una Selección en construcción es una irresponsabilidad en toda regla que no hará más que frustrarle. Su trote es cansino, su aceleración anda gripada y su punto de mira sigue desajustado. Pero lo que le delata como nada es la cara. Eso que llaman el espejo del alma. El internacional ha dejado definitivamente de sonreír, que es la antesala de la samba. Cuando lo hace es de miedo porque no comprende nada.

Ante el Valencia aireó de nuevo esa angustia que le tiene maniatado. Su toma de decisiones no puede ser peor, haga lo que haga, esté en el área o en medio campo. De extremo no tiene las sensaciones para irse de nadie por fuera. Y su querencia a justificarse con diagonales hacia adentro también se ve frenada. Como nueve, anda más agobiado que Pocholo en una biblioteca. Le falta chispa para todo y, sin gasolina en las piernas, el liderazgo que se le presuponía brilla por su ausencia. Su cuerpo y su mente no van acompasadas. Y esa es la madre del cordero. Urge una precisa terapia. No es casualidad que sonría cuando falla un cabezazo a placer o que casi se eche a llorar cuando Ferran, que jefes como Araujo o Lewandowski, le arrebata un penalti.

No es una actitud única ni tan rara que no veamos a diario. Cuando uno no está al cien por cien, se deja guiar por la ansiedad y tiene la cabeza en otro lado, sus reacciones en ocasiones pasan a ser irracionales. Si alguna vez han visitado un tanatorio, por ejemplo, habrán vivido con incredulidad momentos en los que alguien rompe el luctuoso silencio con una carcajada inapropiada. Yo he llegado a observar a un colega, atenazado por la impotencia y los nervios, desear suerte al familiar de un difunto, como si fuera una enhorabuena o un sorteo de campos, en vez de ofrecer su más sentido pésame. Ansu, como el culé con el paladar más fino, sabe que lo de "reír por no llorar" cobra su sentido. Más que un frase sarcástica es, tantas y tantas veces, el resumen más exacto de la cruda realidad.