OPINIÓN

En cuanto hay una gota de sangre, la guerra PP - PSOE está por encima de la del Real Madrid - Barça

Dani Olmo, en el banquillo de Vallecas en el partido del Barça contra el Rayo Vallecano/Getty Images
Dani Olmo, en el banquillo de Vallecas en el partido del Barça contra el Rayo Vallecano Getty Images

Hubo un tiempo en el que el periodismo político miraba un poco por encima del hombro al deportivo. Demasiados gritos, demasiada pasión, demasiado trivial todo. Hasta que, no se sabe muy bien cómo, todo dio la vuelta. Puede que empezara con el auge de las tertulias televisivas, que prácticamente repetían los ataques personales y el enredo en los detalles nimios de las deportivas, o puede incluso que empezara mucho antes, allá por 1995, cuando la LFP decretó el descenso a Segunda B del Celta y el Sevilla y el gobierno de Felipe González, que ya tenía suficiente con lo suyo, tuvo que salir a arreglar el problema para no perder un voto.

También puede que tenga que ver con toda la generación de niños que crecieron con José María García como ídolo y que ahora están en sus cuarenta y muchos o cincuenta y pocos años, es decir, dominando el cotarro. Por cierto, no es casualidad que el propio García quisiera ser periodista político: se ve que él ya entendía que ese tipo de enfoque competitivo, polarizador y de blancos y negros lo mismo valía para el penalti que no se pitó el domingo que para la ley que se aprobó el martes. En otras palabras, que lo mismo que se hizo con Pablo, Pablito, Pablete se le podía hacer al político de turno para desestabilizarlo y lanzarle a la masa encima.

Porque aquí de lo que hablamos es precisamente de intentar controlar a la masa y para ello no hay nada mejor que un buen espectáculo que apele a los sentimientos. Es lo que ha sido el deporte -en concreto, el fútbol- desde la II Guerra Mundial y es lo que lleva siendo demasiado tiempo la política, no solo la española. Es lo que en su momento -y han pasado unos quince años- llamé la "roncerización del periodismo político". Lo importante no es lo que pite el árbitro, lo importante es convencer al aficionado de que el árbitro es un corrupto y que está comprado por el rival.

De Rubiales a Dani Olmo

Por eso no es de extrañar que cada vez que se mezcla lo peor de los dos mundos, esto es, cuando una polémica deportiva se transforma en una polémica política, se cree un ambiente irrespirable en las redacciones y en los platós. Sucedió hace poco más de un año con el "caso Rubiales", del que salió a opinar hasta el apuntador y que revolucionó el verano entre reproches de gobierno y oposición: ninguno, al parecer, "hacía lo suficiente" para solucionar el problema y forzar la dimisión.

Ha vuelto a pasar ahora con el caso Dani Olmo. En cuanto los políticos ven la posibilidad de meter la cabeza en una buena plataforma publicitaria, ahí que entran a saco. En cuanto los medios ven que hay políticos de por medio, ahí que se lanzan a la opinión desmedida. Sobre la decisión del CSD de conceder una prórroga cautelar de la licencia a Olmo y a Pau Víctor se pueden opinar muchas cosas… pero antes hay que saber de lo que se habla, conocer los detalles de la decisión y estudiarse el recurso. El resto es pataleo forofo: favorecen a mi equipo o lo perjudican, eso es todo lo que me importa. Todo el mundo sabe lo que va a opinar el periodista afín al Madrid y todo el mundo sabe lo que va a opinar el afín al Barcelona.

Del mismo modo, la decisión del CSD, dependiente del gobierno, se ha tomado entre la clase política como un acto de conciliación o de agravio sin atender a las razones jurídicas que pueda haber detrás. Yo no voy a entrar en si Olmo debería jugar o no, ni voy a entrar en si es justo el trato hacia el Barcelona por los "poderes fácticos" o no. Usted ya se ha hecho su idea y yo no se la voy a cambiar. Ni ganas que tengo. Lo que me choca es que entren determinados políticos con tanta facilidad.

Reparación histórica o ruptura de España

Por ejemplo, el pasado miércoles, nada más conocerse la decisión, el portavoz del PP, Borja Sémper, se lanzó sobre el teclado a afirmar, sin rodeos, que el gobierno estaba "adulterando la liga". Otros se han lanzado a acusar a Sánchez de venderse de nuevo a los independentistas. Inmediatamente, eso creó un problema a determinado periodismo: ya no se trataba solo de mostrar las filias y fobias hacia los dos grandes clubes, sino que había que ceñirse también al argumentario de los dos partidos. La buena noticia para estos medios es que, desafiando la normalidad de la calle, los de derecha han tendido a alinearse siempre con las tesis del Madrid y los de izquierda a simpatizar con el Barcelona, por aquello de la reparación histórica y no sé muy bien el qué.

En ese sentido, lo que ha provocado todo esto es que las posiciones se escoren aún más: el madridista de derechas ya tiene otro motivo para odiar a Pedro Sánchez, el barcelonista de izquierdas o nacionalista catalán, tiene otro motivo para admirarlo. Eso lo saben los medios y juegan a azuzarlo: si, por alguna razón, hubiera sido al revés y el gobierno hubiera sido de Feijoo, el grupo PRISA pondría el grito en el cielo mientras que El Debate o The Objective dirían aquello de "bien pitado, árbitro".

En cuanto hay el más mínimo tema que trasciende lo deportivo, las rapaces salen inmediatamente a ver qué cazan al vuelo. Obviamente, esto no ayuda al debate, sino al contrario. Más gente opinando, desgraciadamente, viene a ser más gente haciendo ruido. Cuando la opinión, además, se basa en los colores, sean de la bufanda o del partido, su valor tiende a cero. En medio, un montón de juristas y de leyes, con sus interpretaciones, pero ¿se las ha leído alguien? ¿Para qué? Al fin y al cabo, esto consiste tan solo en darle la razón a los tuyos y procurar que los otros no salgan a la calle y haya que montar otra liga de 22… o forzar plantillas de 35 jugadores. Convencer que la gestión de Laporta es culpa en realidad de Illa o de Ayuso. El espectáculo sobre el espectáculo. La broma infinita.