Gran pérdida con Gavi y gran gestión de De la Fuente

Cayó Gavi sobre el césped de Zorrilla, saltaron las alarmas, se acabaron las bromas en un partido con pinta de intrascendente y llovieron los palos al seleccionador. Todo junto. Sin tiempo para lamentar la desgraciada lesión ni para justificar las decisiones que toma cada cinco segundos De la Fuente. Fue causa-efecto. Una víctima con su culpable.
Nada nuevo. Como ha sucedido toda la vida cada vez que se pierde un soldado en combate y el afectado pertenece al Real Madrid o al Barcelona. Como si el resto de tocados fuera de segunda en nuestras vidas. Como si el hecho de que Gavi hubiera sido suplente y el averiado se llamara Mikel Merino, por poner un solo ejemplo, fuera más sanador y corriente.
A De la Fuente le perseguirá estos días sus alabanzas a Gavi en la previa del partido, donde algunos ya ven gafe donde lo que sobra es justicia. Porque Gavi, de corto o en muletas, es tal y como lo describió: "Es hiperactivo, no quiere parar nunca, solo hay que verlo entrenar, por eso juega tanto y tan bien. Los buenos jugadores no descansan nunca, siempre han tenido Eurocopas, Copas Américas, Mundiales, Juegos Olímpicos... Son especiales por esto, ese ritmo solo lo aguantan los que son muy buenos". El más dolido por no poder repetir ese mensaje mañana mismo es él. No lloró en rueda de prensa de milagro.
Ahora, cuando más de uno le atizaba hace meses cuando no encontraba hueco al centrocampista en su esquema, le colgarán el cartel de explotador. Confiar poco está mal visto. Confiar demasiado es lo peor. Pero la condición humana es así, obviando a la fortuna y los caprichos del destino, y siempre hay que buscar a cada paso un responsable. Zorrilla recordaba este fin de semana al Mundial 82, es inolvidable por la Eurocopa Sub-21 ganada en su hierba y debido a que en la última comparecencia nacional por allí la Selección remontó a Costa de Marfil en el debut de Cesc y con gol de Reyes. Emocionante. El nombre de Gavi, y por extensión el de De la Fuente, se unen desde ya sin quererlo al santoral.
Y qué quieren que les diga, es de lo más pueril e injusto que puede suceder. Al seleccionador se le puede condenar por mil cosas, desde las listas al planteamiento pasando por las soluciones aportadas al atasco que propuso Georgia durante todo el primer tiempo. Servidor llegó a pedir incluso hace nada su dimisión por esos aplausos dolorosos en la Asamblea de la vergüenza. Cuando falla, se dice y él lo acata. Pero se le va a crucificar desde hoy mismo por hacer su trabajo con criterio. El colmo del forofismo.
España, que no se olvide nadie, no había sido capaz de atar lo de ser cabeza de serie rumbo a Alemania 2024, lo que se disputaba en Valladolid era ni más ni menos que un partido oficial, y si hay alguien que pueda mantener las líneas prietas, ante la duda de la relajación, ése era Gavi con sus mil virtudes. Por no decir que venía de no participar con el Barça por las dichosa tarjetas y, sobre todo, que tiene 19 años. Recuerden lo que hacían a esa edad y entenderán que hay más riesgos a diario que patear y perseguir un balón.
El sábado Morata, a modo de denuncia, apeló a la lógica de que "cuantos más partidos y minutos, más riesgos de lesiones". Y ahí está el quid de la cuestión, reducir la exposición y ajustar el calendario. Los entrenadores de los clubes, con Ancelotti y Xavi a la cabeza, se frotarían las manos. A no ser que un compañero de gremio suyo, como un seleccionador que se juega el puesto, el porvenir de la Selección y las ilusiones de un país, les proponga que reserven ellos a sus mejores jugadores en un Clásico de LaLiga. O mejor, para no ser tan extremista, que lo hagan en la próxima Supercopa de España en Arabia en vez de ir a revienta calderas para ganar dos títulos: el que logran y el que no levanta el enemigo.