OPINIÓN

Correa + Memphis = Griezmann

Correa y Memphis celebran el gol del Atlético ante el Sevilla. /REUTERS
Correa y Memphis celebran el gol del Atlético ante el Sevilla. REUTERS

Simeone es Simeone. Trivial. Y sus decisiones son inescrutables. Nunca se sabe si sus determinaciones forman parte de la lógica y el juicio más puros o de la cábala más descabellada. El partido estaba más cerrado e igualado que nunca y con 25 minutos más la prolongación por delante y el empate sin goles en el marcador, sorprendió a todos con un cambio doble: Griezmann y Morata, fuera. Correa y Memphis, dentro. Tal cual. El francés, su niño de oro, el mejor jugador de su equipo, iba a vivir la sentencia del encuentro desde el banquillo. Posible prórroga y penaltis incluidos.

¿Un lujo? ¿Un órdago? ¿Una temeridad? ¿Una obligación porque Antoine no podía ni con el siete? Solo el técnico lo sabe. Además, no era la primera vez que lo hacía. Hasta en ocho partidos de la Liga y tres de la Champions ya había repetido la operación y en un par de casos incluso con más tiempo por delante y el partido por resolver. Posiblemente, en ninguno de esos ejemplos estaba en juego tanto como había en esta ocasión, pero se la jugó. La realidad es que, al final, al Cholo le salió bien la tirada. Entre los dos sustitutos fabricaron el gol del triunfo y, además, revitalizaron el juego de ataque del equipo que comenzaba a estar un poco atascado.

Hasta el momento del cambio, Griezmann había vuelto a ser el líder omnipresente de costumbre a pesar del penalti fallado por un resbalón inoportuno. Desde fuera, no daba la sensación de que el francés pudiera estar más cansado que otros compañeros, pero cierto es que se tomó el cambio con calma. Ni un gesto. Ni una palabra. Ni una mala mirada. Pensar ahora qué se estaría diciendo o escribiendo si el Atlético no se hubiera clasificado para las semifinales con Griezmann sentado en el banquillo entra dentro del terreno de la especulación, pero seguro que al Cholo no se le hubiera ido el dolor de oídos en todas la noche. O más.

Después del derbi de la semana pasada en el Metropolitano y del excelente Athletic-Barça de la noche anterior en San Mamés, la cotización de la Copa del Rey había alcanzado su máxima plenitud. Complicado era igualar el calibre futbolístico de esos dos partidos y, quizás por ello, Atlético y Sevilla ni siquiera lo intentaron. O lo intentaron a su manera. Con intensidad, pero con el miedo escrito en la cara. Cuando se enfrentan dos equipos que ponen sobre el campo la misma disposición táctica, la misma ocupación de los espacios, sobre todo si se trata de una defensa de tres centrales y dos laterales de mayor o menor recorrido por ambos bandos, los espacios se achican. Parecen desaparecer. Todo parece bajo control. Tanto en las fases ofensivas como defensivas. Todo depende de las acciones individuales. De un acierto. De un fallo. De una acción como la del escurridizo Correa que incluso pudo realizar su última genialidad vestido de rojiblanco y el oso y el madroño en el escudo.

En esa dicotomía que presenta el Atlético en los últimos tiempos, desafiante en casa; timorato fuera, se vio lógicamente la primera faceta, pero sin la fluidez suficiente como para romper el empate hasta bien entrada la segunda parte y, a continuación, como le suele pasar, terminó pidiendo la hora metido en su área y a expensas de un VAR con Hernández Hernández. ¡Qué peligro! aunque esa llamada en esta ocasión salvara del penalti a los rohiblancos.