Vinicius y Rodrygo se coronan y despiertan del sueño a un Osasuna que nunca se rindió
Las carreras de Vini y los dos goles de Rodry dieron la 20ª Copa del Rey al Real Madrid. Osasuna lo intentó hasta el final.
El Real Madrid vuelve a reinar porque ya estuvo allí antes y conocía el trayecto. Conquistó la Copa del Rey ante un Osasuna ejemplar y Ancelotti cerró el círculo con el sexto título en 16 meses. Lo que otros no ganan en una vida, como reivindicó hace semanas, lo ha ganado este equipo. Lo hizo sobre la grupa de Vinicius, para quien la derrota no entraba en sus planes, y con dos goles de Rodrygo. El futuro vino de Brasil y Sevilla fue Copacabana.
Lo del Madrid con los títulos empezó en un hábito y terminó en una obligación. Un hambre que fue creciendo a medida que el éxito se repetía. Aunque siempre le ha puesto mejores ojos a otros trofeos, esta Copa, tras superar a Villarreal, Atleti y Barça, se había convertido en una necesidad para calmar la sed. Nada enciende más a este equipo que un esprint. Y en La Cartuja demostró que quien está acostumbrado a ganar pisa el campo sabiendo que acabará venciendo.
Ese tiempo bajo el champán es lo que le falta a Osasuna, un conjunto que va sobrado de orgullo y que fue apasionante y modélico. Perdió una final pero ganó prestigio. Esta noche será recordada en Pamplona, igual que se hará con este grupo honorable en el que jugaron todos, que fue empujado por los cientos de miles de aficionados de ahora y por los millones que lloraron siempre, y que está dirigido por un hombre que ha sido un chupinazo de adrenalina y autoestima, Jagoba Arrasate.
Tsunami Vinicius
El entrenador vasco, sin Nacho Vidal, preparó un plan que pasó por elevar la guardia ante Vinicius, un jugador en plena inspiración, que no conoce la autorregulación y condiciona todos los sistemas defensivos de los rivales. En esta ocasión, para intentar apagarle, Jagoba preparó una política de ayudas que se tradujo en un doble lateral: Moncayola, que ya había bailado con el brasileño, y Rubén Peña.
Sólo duró un minuto. El '20' del Madrid rompió el tablero e hizo saltar por los aires la estrategia. Recibió un balón en la izquierda, borró a Moncayola con un quiebro, a Peña con otro, llegó a línea de fondo y alzó el periscopio para asistir a Rodrygo, que batió a Sergio Herrera. Su capacidad para invertir el cauce del río, para cambiar el curso de las cosas, impresiona.
Osasuna se encontró en 106 segundos ante el peor escenario posible. Ya no tenía que resistir sino remar, algo a lo que está acostumbrado. Así que si alguien se imaginó que el mazazo arrugaría a los rojillos, sólo tuvo que esperar cinco minutos para quitárselo de la cabeza. Aridane, Budimir y Aimar Oroz reaccionaron al sopapo con tres remates. Poco después lo intentó Torró. Esta subida la provocó en parte la poca capacidad del Madrid para sacar la pelota jugada por el centro.
Finalmente Modric se quedó en el banquillo. Ancelotti optó por la precaución. Prefirió darle cuidados de inicio con un ojo en la cumbre del City. Su lugar lo iba a ocupar Ceballos, relevo natural del croata, pero se lesionó en la previa y el turno corrió a un jugador con menos ingenio, Tchouameni. El francés necesitaba más que ninguno una gran noche para quitarse el plomo de la espalda y reclamar la atención que fue perdiendo paulatinamente. Volvió a estar discreto ante la presión.
Todo lo contrario que Vinicius. No era un jugador, era un tsunami que se llevaba por delante todo lo que pillaba a su paso. Él solo era un sistema. El Madrid se venció hacia él y el brasileño, imparable, arrasó a Moncayola. No es lateral y constantemente dejó al aire sus vergüenzas. Su rostro cada vez que era superado en carrera por la centella de Brasil se transformaba en la impotencia de quien intenta parar un diluvio con las manos. Más que solución, estaba siendo un problema para Arrasate. En el minuto 21 ya tenía una tarjeta amarilla.
Lo que le estaba dando al Madrid Vinicius (otro jugadón suyo acabó con un paradón de Sergio Herrera a Benzema), a punto estuvo de arrebatárselo Militao en una de sus frecuentes desconexiones. A pesar de que Ancelotti le instó públicamente a despertar, el central volvió a dormirse ante el jugador de Osasuna menos indicado, Abde. Se confió demasiado, el canterano del Barça se apoderó del balón y se lo picó a Courtois. El empate rojillo lo salvó Carvajal casi sobre la línea. Militao es un futbolista con una condiciones impresionantes. Sin embargo, sus excesos de confianza están emborronando su imagen.
Replicó Alaba desde Austria, con un lanzamiento de falta al larguero, Kroos desde la zona cerebral del campo, y de nuevo Vinicius con una rosca que le rasuró las patillas al poste. Esto fue antes de que le saliera de nuevo el lado oscuro. La chispa la encendió David García, acariciándole el pelo después de hacer por caerse en el área. Este gesto del capitán osasunista, entre la mofa y la provocación, encendió al brasileño, que ya no se apagó. Se desquició, se ganó la amarilla y hasta tuvo que ser calmado por Lucas Vázquez y Nacho, que le cogieron en la banda y le intentaron rebajar con una charla al oído. Ahí acabó la primera parte, pero no la bronca, que continuó en el túnel de vestuarios. La capacidad de Vini de pasar de la alegría a la crispación es inquietante.
Alegría de Osasuna y energía de Vinicius
El descanso le sentó mucho mejor a Osasuna. Salió como se sale de las duchas frías, hiperactivo. De pronto, comenzó a jugar y el Madrid, a mirar, acurrucado en el marcador. Los navarros se adueñaron de la pelota, la movieron a las bandas, comenzaron a buscar desmarques, a recuperar terreno y a fabricar centros. El equipo ya se reconocía: precisión, insistencia y determinación. Lo contrario le sucedía a Militao, que era la casa de los errores. Y de los horrores. Es inexplicable su apagón. Vinicius también regresó del vestuario con el volumen más bajo, tal vez condicionado por las consignas pacíficas de sus compañeros.
Con el mejor activo en cuarto menguante y Osasuna en plena crecida, llegó el empate. Un balón repelido por un cuerpo madridista le aterrizó a Lucas Torró en la frontal del área y fundió a Courtois con un potente derechazo. La Cartuja fue San Fermín. Quedarse en el recuerdo es mucho mejor que pasar al olvido.
El tanto hizo actuar a Ancelotti. Quitó a Tchouameni por Rüdiger y devolvió a Camavinga a su hábitat natural. A la vez, Arrasate, animado por el 1-1, desempolvó al Chimy Ávila para renovar el ánimo ofensivo. Un minuto después, de nuevo, el plan del vasco se desbarató. El responsable fue, quién si no, Vinicius. Le volvió la energía y se hizo la luz. Todo se reduce a él. Fue una jugada casi calcada a la del primer tanto, aunque se resolvió de otra manera. El brasileño exprimió de nuevo la izquierda, su centro lo despejó mal David García y el remate posterior de Kroos fue a parar a Rodrygo, que no falló. La fortuna también le sonríe y su relación con el gol es verdadera. Entre los dos cariocas estaban levantando al equipo. De Benzema nunca hubo noticias.
Arrasate agitó la pizarra con Barja y Rubén García en busca de la remontada. El segundo gol tampoco amilanó a Osasuna. Es encomiable su temporada. No es fruto de la casualidad, sino del trabajo sacrificado de un grupo que cree en su entrenador y su relato. Su intención no era otra que alargar lo más posible el encuentro, rastreando una prórroga en la que demostraron moverse con habilidad.
Para sostener las riendas del equipo, Ancelotti se abrazó a Modric, que reapareció milagrosamente en el 81' para recuperar sensaciones con vistas al City. Pero Osasuna siguió apretando, exprimido hasta los huesos. No extrañó tal derroche porque no hay equipo con tanta oposición a rendirse como él. Incluso llegó a anudar el cuello a los madridistas en el minuto 92, con una ocasión que desbarató la defensa. Todo acabó ahí. El Madrid ganó su 20º Copa del Rey; Vinicius y Rodrygo salieron por la puerta grande; Ancelotti, reforzado (por enésima vez) y Osasuna, con la cabeza muy alta y el pecho inflado.