'¡Gol en Las Gaunas!' El Logroñés de los 90, el equipo al que todo el mundo echa de menos: "Era un filón para Canal+, todas las semanas había algo"
Jugadores y técnicos recuerdan los días en que Las Gaunas fue un fortín en Primera, entre 1987 y 1997, y el equipo se convirtió en un icono con su mezcla de pasión, singularidad y grandes futbolistas.
Por lo general, el aficionado al fútbol recuerda a sus propios ídolos y a los equipos que marcan época a través de las victorias. Pero hay otro tipo de clubes capaces de trascender su historia y su propio tiempo, al punto de convocar una rara nostalgia colectiva y definir una época. El CD Logroñés tal vez sea el ejemplo más notorio de ese fenómeno, porque reúne todas las condiciones para haber quedado en la memoria como emblema del fútbol español de los años 90 (aunque llegó un poco antes a Primera): su personalidad de club modesto que alcanza la élite, una ciudad palpitante, un estadio icónico de un fútbol ya perdido, algunos de los más notables personajes que ha dado el balompié en España y, desde luego, una colección de entrenadores y futbolistas grabados en la memoria del seguidor de fútbol por su juego y su personalidad.
De Txutxi Aranguren, Irureta y Romero a Lotina, David Vidal, Carlos Aimar y Paunovic. De Quique Setién a Salenko, de Lopetegui e Islas al Tato Abadía, de Ruggeri a Santi Aragón, Maqueda, Rosagro y Albert Aguilá; de Raúl Ruiz a José Ignacio; de Manu Sarabia a Poyatos y Suso García Pitarch; del Abuelo Alzamendi a Cleber, el Polilla Da Silva y Toni Polster... Y esto sólo por nombrar a algunos de los más notables en los años centrales de aquel Logroñés, cuando rozó la clasificación para la extinta Copa de la UEFA. Y cuando compuso, bajo el mando del empresario bodeguero Marcos Eguizábal, una oda al fútbol modesto de toda la vida. Y después, claro, la lenta y dolorosa crónica de una desaparición culminada en 2009, cuya orfandad ha devenido con los años en dos secuelas paralelas: la SD Logroñés y la UD Logroñés, rival este sábado del AthleticClub en la Copa del Rey.
Ambos clubes comparten grupo ahora en 2ª RFEF. La UDL tocó la Segunda División en la temporada 2020/21, la liga jugada con los campos vacíos por el interminable coleo de la pandemia. Un dramático contraste en la escenografía del nuevo Las Gaunas con los días del viejo estadio. El recinto original había sido erigido en 1924 en unos terrenos al sur de la ciudad, propiedad de unas hermanas de apellido Gaona. La alteración de hiato a diptongo degeneró desde Las Gaonas a la denominación que con los años hizo fortuna radiofónica, al punto de convertirse en soniquete intemporal de los carruseles: "¡Gol en Las Gaunas!".
Albert Aguilá ha estado en los tres vértices de ese triángulo futbolero de Logroño: jugó en el CD Logroñés a principios de los 90 y, ya como técnico, ha dirigido en la última década a la SD Logroñés y a la UD Logroñés. Ilerdense captado para las categorías inferiores del Real Madrid con 14 años, fue uno de los varios canteranos blancos que pasaron por el CD Logroñés en los años dorados. "Llegué el segundo año de la tanda de cedidos desde el Madrid al Logroñés por el traspaso de Ruggeri. Para mí ese fichaje suponía poder tener continuidad en Primera División —recuerda Aguilá—. Además, en Logroño había un ambientazo increíble y el equipo estaba arriba. El año anterior a mi llegada habían rozado la UEFA".
Su definición de aquel Logroñés ayuda a entender hasta qué punto la combinación de factores determinó el éxito de aquel equipo. "Lo tenía todo: el ambiente, el club y muy buenos futbolistas —analiza Aguilá—. En esos años se hicieron las cosas muy bien. Había un grupo de veteranos muy buenos, que de verdad eran profesionales y marcaban el camino a los demás. Y gente joven con calidad, cedidos que pasamos por allí y aportamos lo nuestro", recuerda.
Es una perspectiva que comparten todos los entrevistados: aparte del pintoresquismo y los caracteres sublimes de varios técnicos, en Las Gaunas se juntó un gran número de estupendos jugadores. En el fútbol puede haber muchos secretos, pero ese es el fundamental. Por eso la breve pero intensa historia de aquel CD Logroñés reúne muchísimos nombres... y algunos son principales.
Entre ellos, desde luego, el de Miguel Ángel Lotina: jugador en el equipo que ascendió a Primera División en 1987, segundo entrenador a partir del año siguiente de manera sucesiva con Jabo Irureta, José Luis Romero y David Vidal. Interino en un par de partidos en 1992, cuando el gallego fue destituido. Y en la campaña 1996-97, la del último y definitivo descenso a Segunda División, de nuevo técnico en una temporada que culminaría con la segunda etapa de otro de los grandes personajes del banquillo riojano: el argentino Carlos Aimar, el del golpe en el pecho antes de la salida de los jugadores al campo.
"Yo jugaba en el Gernika en Tercera División y, cuando llegué al Logroñés, acababa de ascender a Segunda B. Estuvimos tres años en mitad de tabla, salí una temporada al Castellón y, a la vuelta, ese mismo año ascendimos a Segunda y fui máximo goleador con 23 goles", recuerda Lotina. Clásico de los banquillos españoles, ahora está sin equipo tras haber dirigido durante seis temporadas en Japón ("si vuelvo a entrenar, será en Japón, en ningún sitio más", apunta). Al tiempo, ha conformado una candidatura para presidir la Federación Riojana de Fútbol junto a Raúl Ruiz y otro nombre intemporal del Logroñés: Agustín Tato Abadía. De momento, el proceso quedó suspendido cautelarmente por un recurso.
Pero volvamos a la génesis de aquel Logroñés. En esas temporadas que condujeron al ascenso, Lotina había alcanzado los 30 años y su estilo de rematador clásico de área lo había convertido en favorito de la afición riojana. En la plantilla lo acompañaba Raúl, quien unos años después se iba a convertir, ya en el Numancia, en uno de los reporteros más fecundos e insospechados de la escuela Michael Robinson y El día después. "Yo era el único canterano que quedaba en aquella plantilla que subió —recuerda—. Y, cuando jugaba, hacía también de capitán porque era el que llevaba más tiempo en el club: nací en el barrio de Yagüe y empecé jugando en ese equipo hasta que me fichó para el Logroñés Antonio Hidalgo, que había sido jugador del Zaragoza en la etapa final de Los Magníficos".
Hidalgo fue también el responsable de que otro aragonés, Rafa Latapia, llegase cedido a aquel plantel logroñesista dirigido por Txutxi Aranguren: "Había debutado ya con el primer equipo del Zaragoza y pidieron mi cesión: aquel Logroñés era algo similar a lo del Mirandés ahora, con muchos buenos jóvenes cedidos de otras canteras que nos juntamos allí con gente veterana". Latapia anotó nada menos que 14 goles en la temporada del ascenso y su cotización creció en ese contexto, lo que acabaría por llevarlo al Hércules al año siguiente, mediante un traspaso y con un contrato muy jugoso en aquellos años: "En el Logroñés me revaloricé. Allí Lotina era el ídolo y la afición lo adoraba. Sustituirlo no era nada sencillo, pero me salió un gran año", recuerda Latapia.
Al frente del equipo estaba Txutxi Aranguren, "un tío de trato muy agradable, muy cachondo —lo define Raúl—. Tenía de preparador físico a Gelabert y, sobre todo, conformó un gran vestuario: ahí no había egos. El futbolista más querido era Loti y fíjate cómo es su carácter: eso lo explica todo". Ese mismo año habían llegado a Las Gaunas el Tato Abadía, otro aragonés de Binéfar para quien no hace falta presentación. Y la nota exótica la ponía el irlandés Alan Campbell, delantero surgido en el Shamrock Rovers y que antes había pasado por el Racing.
"Nadie pensaba que fuéramos a subir a Primera —admite Raúl—. Además, no se subía de forma directa: después de la Liga regular se jugó un playoff con un montón de equipos, acumulabas la diferencia de puntos, pero el Deportivo por ejemplo quedó por delante de nosotros y luego no ascendió". Los tres elegidos serían el Valencia, el Celta y el propio Logroñés: "El último partido le ganamos al Valencia en Las Gaunas (1-0). Lo dirigía Di Stefano. Nos habíamos pasado la temporada pensando que en algún momento caeríamos, pero no... Fue una sorpresa mayúscula".
"Hicimos una promesa: si ascendíamos, subiríamos en bici al monasterio de Valvanera. Nos ayudaron los hermanos Gorospe y otro chico joven que ni nos hacíamos fotos con él: era Miguel Induráin"
Ex jugador del CD LogroñésHan pasado casi 40 años. En este tiempo hemos visto en Primera a muchos equipos de historia modesta y localidades alejadas de las grandes capitales: pero, entonces, la proeza del Logroñés tuvo un impacto pionero. "Fue el primer equipo pequeño en subir a Primera, antes de que lo hicieran el Extremadura, el Mérida o el propio Villarreal: la primera vez que ascendía un club de una ciudad así de pequeña, por eso se hizo famoso", considera Raúl Ruiz. Miguel Ángel Lotina viviría ese año su última temporada en la plantilla: "En Primera División, Txutxi apenas contó conmigo, así que me retiré y pasé a entrenar primero al juvenil, luego al filial... hasta ser segundo entrenador en el primer equipo. Pero ese año, cuando nos mantuvimos en Primera, fue uno de los momentos decisivos en la historia de aquel Logroñés", pondera Lotina.
Lo corrobora Raúl, quien también vivió la temporada 1987-88 como la última en el club, su casa de toda la vida: "Mantenerse en Primera era casi más que un ascenso —valora el ex delantero riojano—. El primer partido que ganamos fue el 20 de diciembre: contra el Real Zaragoza, el día de mi cumpleaños y conmigo de capitán. En la foto del sorteo estábamos Juan Señor con el brazalete del Zaragoza, Pajares Paz de árbitro y yo de capitán: entre los tres no llegamos al 1,50", bromea Raúl.
Su anecdotario crece por momentos: "En diciembre nos daban por desahuciados, así que hicimos una promesa: si nos salvábamos, subiríamos en bicicleta al Monasterio de Valvanera: serán unos 70 kilómetros desde Logroño, pero los últimos son realmente fastidiados". Como apoyo, a la plantilla logroñesista se unieron tres ciclistas del Reynolds que hicieron de gregarios de lujo: "En algunas rampas nos agarraban del culo y nos empujaban —cuenta Raúl—. Vinieron Julián Gorospe, su hermano Rubén y otro jovencito que ni fotos nos hicimos con él porque no lo conocíamos: luego resultó que se llamaba Miguel Induráin".
Si la permanencia en Primera el año del debut marcó un punto de inflexión clave en lo que iba a suceder después, el otro hito ocurrió también en 1988: la entrada en el club de Marcos Eguizábal, empresario riojano de la construcción desde los años 60 y bodeguero a gran escala cuando en 1984, ya con 65 años, adquirió las centenarias Bodegas Franco-Españolas y Paternina: "Fue el momento del cambio de los clubes a sociedades anónimas y ahí apareció él —recuerda Lotina—. No era un hombre de fútbol, se cuenta que el primer partido que lo llevaron a Las Gaunas estuvo a punto de irse en el descanso porque no sabía que había segundo tiempo. Pero sí era muy bueno para los negocios".
El impulso de Eguizábal cambió la historia del CD Logroñés para siempre. "En esos tiempos había muchos jugadores libres y Eguizábal estuvo listo para incorporar a futbolistas españoles y extranjeros de muy buen nivel". La lista empieza en la temporada 1988/89, cuando el Logroñés reunió con su camiseta a cuatro nombres legendarios, cada uno con su estilo: el argentino Óscar Ruggeri, el uruguayo Antonio Alzamendi y dos de los españoles más finos que dieron los años ochenta, Manolo Sarabia y Quique Setién. "Eran ya veteranos de 30 años —sólo Ruggeri estaba por debajo, con 27—, pero todavía tenían mucho fútbol dentro y tuvimos unas temporadas buenísimas", recuerda Lotina.
Eguizábal y el Logroñés irían afinando ese modelo hasta convertirlo en un acierto permanente. En la 89/90 llegarían tras pasar por el Atlético el portero argentino Luis Islas y dos veteranos de la Selección y el Barça como Marcos Alonso y el central Salva. Además de un puñado de jóvenes cedidos por el Real Madrid (José María López, Rosagro, Vílchez, Maqueda y Aragón) y el FC Barcelona (Angoy, Cristóbal Parralo y David Linde). "Lo de los canteranos del Madrid fue a cambio del traspaso de Ruggeri —recuerda Lotina—. Yo mismo fui a verlos algún partido para elegir y recuerdo, por ejemplo, que rechazamos la posibilidad de traernos a Santi Cañizares porque en el partido que lo vi tuvo un error en un centro lateral... Luego, viendo la carrera de Santi, fíjate lo que pensé, pero en ese momento fue así", explica el entrenador vizcaíno.
La combinación, al mando ya del técnico José Luis Romero, fue espectacular: el Logroñés acabó séptimo la Liga en 1990, a sólo dos puntos de la clasificación para Europa (41 puntos por los 43 del Sevilla). "El ambiente era fantástico, Las Gaunas se llenaba y el campo era una fiesta cada partido", recuerdan Lotina y cualquiera que viviese aquello. La singularidad del estadio contribuía a una atmósfera de clasicismo realmente cautivadora: "Era el típico campo de fútbol inglés, cerrado, con vallas y la pared de la tribuna a dos metros de la raya del campo —describe Lotina—. Hablabas con la gente mientras calentabas y la grada general aún era de pie".
"Marcos Eguizábal era muy bueno en los negocios, pero de fútbol no sabía nada, se cuenta que el primer partido que vio se quería ir en el descanso, porque no sabía ni que había segundo tiempo"
Ex jugador y ex técnico del CD LogroñésUn feudo como ese se convirtió, claro, en aliado conveniente. "El Logroñés siempre había tenido muchos jugadores vascos. Y nos gustaba el campo mojadito... y un poco más si podía ser. El césped de Las Gaunas era muy bueno, decían que regaban con agua de un pozo y, como el agua no tenía cloro, el verde se mantenía de maravilla". Pero al Logroñés le interesaba esa cierta ventaja y aprovechaba el terreno para explotar todos los recursos del modesto: "Cuando venían a jugar los grandes pegábamos buen manguerazo, directamente. Y a veces entrenábamos toda la semana ahí para que estuviera todavía más pisado", se ríe al contarlo Lotina.
Al año siguiente, el Logroñés incorporó al meta rumano Silviu Lung (Steaua Bucarest), regresó Abadía tras un año en el Calderón, y llegó el ya mencionado Albert Aguilá desde el Castilla. Y en el verano de 1991, Eguizábal volvió a exprimir el mercado con otra retahíla de excelentes nombres: Toni Polster, Julen Lopetegui —el primer internacional que tuvo el Logroñés mientras vestía la camiseta del club—, Jesús García Pitarch, Iturrino, Antonio Poyatos, Rubén Polilla da Silva, David Linde y Cleber, central brasileño del Atletico Mineiro, entre otros. "No sé quién le recomendaría esos fichajes. Con David Vidal se llevaba muy bien, pero seguro que tendría alguien fuera del club porque Eguizábal tendía a fiarse más de lo que le decían que de lo que tenía dentro", subraya Miguel Ángel Lotina, quien también tuvo "una magnífica relación" con el que fuera su presidente.
Ese año 91 llegó también desde el Zaragoza otro defensa central, Isidro Villanova, quien vestiría la camiseta del Logroñés hasta 1995, cuando se produjo el primero de los dos descensos de esos años. "Mi último año con el Zaragoza fue el de la promoción contra el Murcia, ya con Víctor Fernández como debutante en el banquillo. Me fichó David Vidal, en marzo ya tenía un precontrato con el Logroñés para irme: era una buena oportunidad, el Logroñés casi había rozado la UEFA dos años antes". Durante un par de temporadas, el equipo se mantuvo en mitad de tabla. Después empezaron los problemas... aunque se agrandó el mito con nuevos personajes.
En la temporada 1992-93, David Vidal fue destituido y le relevó en el banco Lotina durante un par de encuentros. Cuando Relevo contactó con Vidal, el genial entrenador gallego se disculpó educadamente por no querer participar: "Perdóneme usted, pero soy un hombre jubilado y ya no concedo entrevistas", dijo con ese tono suyo, que uno no sabe si interpretar como ironía o seriedad. Pero lo decía de veras. "Eguizábal es el mejor presidente que he tenido", había recordado en un artículo periodístico en La Rioja, cuando en 2009 falleció el histórico presidente. "Cuando dejé de ser el entrenador seguí manteniendo una relación de amistad magnífica con él y vino a visitarme varias veces a Galicia y Cádiz".
Tras el ínterin de Lotina, al Logroñés llegaría otro técnico muy particular, que iba a marcar su propia época: el argentino Carlos Aimar. "Como Vidal, fue otro gran motivador. Lo ficharon en noviembre o diciembre. Nos hacía entrenar mañana y tarde y por las tardes nos tenía más de una hora haciendo movimientos tácticos. Exprimía todo, los saques de banda, los de esquina, las faltas... Cuando llegó estábamos los últimos con cinco puntos: teníamos que hacer una segunda vuelta de UEFA. Pero nos salvamos", recuerda Isidro Villanova.
El estilo de Aimar lo convirtió en un personaje inolvidable del fútbol español, favorecido por los frecuentes reportajes y escenas costumbristas de Las Gaunas en Canal+: "Es que el Logroñés era un filón, ya desde los días de David Vidal. Todas las semanas había algo", admite Raúl, quien por su propia experiencia aportaba un olfato diferencial para captar las historias laterales del gran fútbol.
Aimar, discípulo aventajado de una leyenda de los banquillos argentinos como Carlos Timoteo Griguol, era un digno sucesor de los histrionismos de Vidal: "En los partidos se vestía con el traje y botas de fútbol. En el vestuario nos daba paquetes de chicle, decía que calmaban la tensión. Tenía sus códigos, rituales: como eso de pegarnos la palmada en el pecho antes de salir al campo, que te sacaba el aire. Y, como se veía en aquel vídeo que hicieron los de Canal+ en un descanso, a los defensas nos pedía que la despejáramos pum pum, pum... a cualquier lado de primera", recuerda Villanova, que concluye con rotundidad: "Era efectivo pero para poco tiempo: acababas hasta los huevos de él".
La receta de Aimar para encontrar puntos en todas las esquinas residuales de los partidos ayudó al Logroñés. Y aún más la llegada de un goleador extraordinario: el ruso Oleg Salenko. "Era el típico jugador que te ganaba partidos él solo —recuerda Lotina—. Lo dejabas arriba descolgado y tenía tanta potencia que, con todos los demás metidos atrás, él inventaba el gol". Salenko metió siete tantos en 16 partidos en la temporada 92/93, tras incorporarse a mitad de campeonato. Y sumó 16 más el año siguiente. El Valencia se fijó en él y se lo llevó en el verano de 1994.
Fue una de las muchas bajas que el Logroñés dio ese año a futbolistas troncales en el equipo: Poyatos y Enrique Romero también se marcharon al Valencia, ambos libres; igual que Lopetegui al Barcelona, para que llegase Ochotorena. Y el año anterior había subido a la plantilla mayor José Ignacio Saenz, canterano que también iba a hacer carrera después en equipos como el propio Valencia y el Real Zaragoza. "Aimar me subió del filial y coincidimos un año y medio o así en el primer equipo, antes de aquel descenso de 1995 y de que yo me marchase al Valencia", cuenta el futbolista riojano.
"Con Carlos Aimar entrenábamos mañana y tarde y la segunda sesión era una hora de movimientos tácticos. Lo entrenaba todo porque sabía que nos podía dar puntos... Era muy efectivo, pero acababas hasta los huevos de él"
Ex jugador del CD LogroñésLa marcha de Salenko debilitó al CD Logroñés y abrió un periodo de incertidumbre que los protagonistas definen de acuerdo a varios factores: "El Logroñés había acertado con los fichajes año a año, pero cuando empezaron a caer los presupuestos tuvo problemas, no había suficiente músculo", recuerda José Ignacio. Miguel Ángel Lotina habla de un periodo bisagra en el fútbol español que pudo resultar decisivo: "Eguizábal estaba cansado y el mercado había empezado a cambiar. Cada vez había que pagar más traspasos, el Logroñés empezó a fichar peor y el equipo se quedó limitado".
La consecuencia fue el regreso a Segunda División como último clasificado en 1995, una temporada en la que tuvo cinco entrenadores: Paunovic (de la jornada 1 a la 11), Fabri (de la 12 a la 14), José Augusto (de la 15 a la 22), Antonio Ruiz (de la 23 a la 34) y Galilea (de la 35 a la 38). "Paunovic era muy amigo de Radomir Antic. No he pasado peor pretemporada que con aquel hombre —rememora Isidro Villanova—. No te puedes imaginar lo que nos hacía correr: hacíamos un ejercicio que consistía en poner un portero en cada portería y hacer dos contra dos a todo el campo. Marcaje al hombre. Amagabas al que te marcaba y el portero te la tiraba larga. Era diario, llegabas a casa muerto. Comías, descansabas la siesta y otra vez a entrenar. De locos".
El experimento no salió bien: "Como entrenábamos así, en pretemporada estábamos como aviones, mientras que los demás aún no habían cogido la forma: ganamos todos los partidos, se fiaron y les pareció que no había que fichar gran cosa, empezaron a dar bajas a jugadores importantes y... en diciembre estábamos descendidos", cuenta el hoy abogado zaragozano. "Fue un año muy complicado, con muchos chicos del filial". Como consuelo, si vale, Villanova fue elegido ese año por La Rioja como el mejor de la temporada. Al año siguiente se iría al Alavés donde, como hiciera en el Logroñés unos años antes, también Txutxi Aranguren había dirigido al equipo al ascenso.
Aunque el Logroñés regresó al año siguiente a la máxima categoría, ya nada sería lo mismo. "El fútbol español cambió a partir de que las televisiones comenzaron a meter mucho dinero. Hasta entonces los clubes vivían de las taquillas, sus socios y algo que llegaba de las quinielas —analiza Miguel Ángel Lotina—, pero Eguizábal no vio venir aquello. Había llegado a un acuerdo ya para vender el club y le pilló con el pie cambiado", explica el técnico. "Él quería construir un campo nuevo, pero no le dejaron —aporta José Ignacio—. Se empezó a cansar y ahí empezó a decaer la cosa. Pasamos de tener jugadores internacionales y grandes fichajes a empezar a generar deuda. Pasó por el club un montón de gente, algunos empresarios muy fuertes, pero la deuda lo devoró todo", cuenta José Ignacio.
Aún llegarían nombres como Cedrún, Voro, Rubén Sosa y Manel, que se convertiría en el segundo goleador histórico del club por detrás de Lotina... Pero Marcos Eguizábal salió del club en 1996 y ahí se abrió un profundo abismo. En 1997 el equipo volvió a descender. Hubo de nuevo cuatro entrenadores: otra vez Lotina, Ignacio Martín y el uruguayo Líber Arispe, antes del regreso de Carlos Aimar para una segunda etapa. El círculo había quedado completo, pero ya no tenía nada de virtuoso. El Logroñés ya nunca más regresó.
"Quizás una de las claves de la caída del CD Logroñés fue que en esos años no se hizo patrimonio: el presidente ponía todo el dinero. Y así cuando vienen las vacas flacas... no tienes pulmón para nada"
Ex jugador del CD LogroñésAl año siguiente en Segunda lo dirigiría Víctor Muñoz. Allí se retiró por ejemplo Nayim, tras dejar el Zaragoza, pero el recuerdo de esos años quedó más marcado por jugadores como Atila Kasas, que jugó poco y marcó nada. Los problemas se amontonaban. El club tuvo hasta ocho presidentes distintos entre 1996 y 2008: Emilio Ganuza, Julio Jiménez, Fernando Villamor, Juan Hortelano (en dos etapas), José Luis Martín Berrocal, José Ángel Zalba y Javier Sánchez). En 2000 bajó primero deportivamente a Segunda B y, a continuación, a Tercera División por impagos, situación que se repitió en 2004 y 2008. Finalmente, en 2009 su inscripción fue rechazada y el equipo desapareció.
Albert Aguilá, quien se casó en Logroño y aún reside allí, conoció de cerca aquella época y también el periodo posterior, cuando ha dirigido a las dos secuelas del fútbol riojano, la SD Logroñés y la UD Logroñés: "Quizás una de las claves estuvo en que, durante la época de Marcos Eguizábal, el club no creció en patrimonio —explica el ex jugador y hoy técnico catalán—. No había instalaciones propias, el club no tenía ni oficinas. Era el presidente el que tenía que poner todo el dinero. El club no hizo patrimonio y eso arrastró todo cuando vinieron las vacas flacas: el desenlace era inevitable".
Un grupo de seguidores creó la Sociedad Deportiva Logroñés bajo la fórmula de accionariado popular: aún hoy, este club es propietario de los derechos de imagen y el nombre del antiguo CD Logroñés. Por su parte, el empresario Félix Revuelta fundó la Unión Deportiva Logroñés. Ambos compiten en el mismo grupo de 2ª RFEF y disputan sus partidos en el nuevo estadio de Las Gaunas, de propiedad municipal. "Las dos apuestas son totalmente lícitas —define Aguilá—y antagónicas en cuanto a la gestión. Por un lado la SDL, un club popular muy bien gestionado y con gente muy seria; y, por otro, la UDL de Revuelta, con una estructura más profesional y los recursos que él aporta. Estuve en ambos y en los dos muy a gusto", reconoce.
"Que haya dos clubes no es bueno, se dividen recursos, fuerzas... pero es lo que hay. La visita del Athletic va a ser muy buena para Logroño. Cuando viene un Primera, la gente echa de menos al CD Logroñés"
Ex jugador del CD Logroñés"La unión nunca ha sido posible", afirma Aguilá, una opinión compartida por cualquiera de los que conocen la realidad del fútbol en Logroño, como Lotina, Raúl Ruiz o José Ignacio: "Para una ciudad como la nuestra no es lo mejor, está claro: divide fuerzas, recursos y tal... pero está así montado, pasa el tiempo y todo sigue en el mismo sitio", admite José Ignacio con tono de resignación. "A ver si alguno llega a la liga profesional y que la ciudad pueda disfrutar", desea.
Esa oportunidad se dio en la campaña 2020/21, cuando la UDL pisó la categoría de plata un año: "Fue una pena no aprovechar ese momento, que también fue difícil por la coincidencia de la pandemia", recuerda Albert Aguilá. Este sábado, con la visita del Athletic, el nuevo campo de Las Gaunas volverá a palpitar como en los días del fútbol grande. El partido se programó inicialmente para el 5 de enero, pero finalmente se jugará este sábado a las 21:30h. "La visita del Athletic, en términos de desplazamiento de gente, movimiento de aficionados, bares, etc. le viene muy bien a Logroño. Está todo vendido y va a haber un ambientazo", detalla José Ignacio. "Cuando viene un equipo de Primera, la gente echa de menos al CD Logroñés".