Los nómadas y modestos "vendedores de patatas" que se enfrentan este martes al Barça
En esta Copa de Europa, el Stade Brestois vive un sueño: jugar y triunfar en competición europea pese a no disponer siquiera de un estadio apto para la misma.
En el corazón de París, a apenas 200 metros de la pirámide del Louvre, el paseante se encuentra con un cartel que reza: 'Collection Pinault'. Se trata del edificio que antes acogía la Bolsa, convertido en un museo que expone la pinacoteca particular de la segunda familia más rica de Francia: los Pinault, dueños de firmas tan reputadas como Gucci, Balenciaga… o el Stade Rennes, club más grande de la capital de la región gala de Bretaña. Sí, la Bretaña de Astérix: remota y costera, con una población dispersa en pequeños núcleos que podrían ser aldeas, pero en realidad son 'lieu-dits' (pedanías) o pueblecitos.
En sus últimos 50 años de andadura, el Rennes sólo ha ganado una Copa de Francia. Su mayor momento de gloria llegó en 2020, cuando concluyó 3º de la Ligue 1 y con ello se clasificó para la Champions League. Por ella pasó sin pena ni gloria: cenicienta de su grupo, perdió cinco partidos y empató uno (1-1) en casa frente al Krasnodar. Un balance exiguo, jibarizado todavía más por la prestación de su rival histórico en su debut este año en la Copa de Europa. El Stade Brestois, club de la segunda ciudad más grande de Bretaña y gestionado por empresarios de una estirpe autodenominada como "vendedores de patatas", ha jugado cuatro partidos de esta remozada primera fase de la Champions y todavía no conoce la derrota gracias a tres victorias y un empate. De hecho, es 4º en la tabla y este martes, en el Olímpic de Montjuïc, se encuentra con el 6º: todo un FC Barcelona.
Los "vendedores de patatas" que han superado a los magnates del lujo en el duelo regional y se sientan en las mismas butacas que petromonarcas u oligarcas en los partidos nacionales y europeos son los hermanos Le Saint. Ellos, Gérard y Denis, son los herederos y principales responsables del Grupo Le Saint, una distribuidora de productos frescos que hoy día mueve casi 900 millones de euros anuales y cuenta en su plantilla con unos 3.000 empleados. Un pequeño imperio que comenzó con su padre, Louis, plantando tubérculos en un terreno de su familia y repartiéndolos con una furgoneta Citroën. Más francés, imposible.
Como los hermanos Roig en España a principios de siglo, los hermanos Le Saint se animaron a invertir en deporte la pasada década, una vez su negocio marchaba viento en popa y les permitía ejercer de mecenas para los clubes de la región. Gérard, el mayor, se hizo cargo del Brest Bretagne Handball: un club de balonmano femenino que ha llegado a ser subcampeón de Europa. Desde mayo de 2016, Denis es el presidente y máximo responsable del equipo de fútbol de Brest, que cogió en segunda división y ahora pasea por la máxima competición continental.
Bastante accesible para los medios de comunicación, Denis Le Saint es, sin embargo, una figura muy discreta en el día a día del club. Desde que confió las riendas de la dirección deportiva a su exjugador Gregory Lorenzi, sólo se ocupa de dar luz verde a los movimientos más onerosos. "En general, los presidentes suelen estar en contacto con el equipo y traban relaciones con los jugadores que pueden llegar a afectar la labor del entrenador", contó en L'Équipe el técnico que les llevó a Ligue 1, Jean-Marc Furlan. "Denis, en cambio, no viene a todos los partidos y, si me llama, no es para hablar de fútbol sino para invitarme al balonmano". Una costumbre que no ha cambiado con el éxito del equipo: "No es un presidente invasivo en absoluto", confirma el actual entrenador, Éric Roy. "A veces baja a saludar a los futbolistas antes de calentar, pero jamás entra en el vestuario tras el partido".
Cuando la temporada pasada el Brest consumaba su milagro deportivo, instalado en la zona noble de la Ligue 1, la UEFA mandó a sus inspectores a revisar su estadio, el Francis-Le Blé, en previsión de una posible clasificación para la Copa de Europa. Las instalaciones, construidas en 1922 y sitas en pleno centro de la ciudad, carecen de aparcamientos, espacios VIP o tribunas de prensa. El informe resultó demoledor: sólo una de las cuatro tribunas, la más moderna con capacidad para 5.000 espectadores, era digna de acoger la máxima competición europea; las otras 10.000 localidades presentaban carencias estructurales. Esto les ha obligado a exiliarse para disputar sus cuatro partidos como local de la fase regular en el vecino Stade du Roudourou, que habitualmente sólo ve fútbol de segunda división y está en la ciudad de Guingamp, a una hora y cuarto en coche de Brest. Si se clasificaran para las eliminatorias, los requisitos aumentarían y deberían buscar otra sede de mayor entidad. Se habla del parisino Stade de France… o del Roazhon Park, casa de sus rivales históricos de Rennes.
Los aficionados del Brest, sin embargo, aceptan este nomadismo con la alegría de quien se sabe ante una ocasión única. El suyo es uno de esos milagros improbables que, por suerte, siguen dándose en el deporte profesional: que el equipo con el tercer presupuesto más pequeño de su liga acabe la temporada tercero de la clasificación, y se gane con ello el derecho a jugar contra clubes de talla mundial como el Barça (este martes) y el Real Madrid (el próximo 29 de enero). El domingo por la mañana, Alexis volaba desde París (donde trabaja) hasta Barcelona acompañado de su pareja. "También estuve en Praga, e iré a Alemania para ver el partido contra el Shakhtar Donetsk", explica. "He visto todos los partidos de Guingamp, y espero poder ver al menos una eliminatoria en París". Como tantos otros bretones, invierte horas y euros en vivir este sueño.