DOPAJE

Cuando Eufemiano dopaba "por vocación" y Ullrich iba con flores a Pantani: ¿por qué creernos los récords actuales del ciclismo?

Jan Ullrich y Marco Pantani posan junto a Bobby Julich en el podio final del Tour de Francia de 1998/Getty Images
Jan Ullrich y Marco Pantani posan junto a Bobby Julich en el podio final del Tour de Francia de 1998 Getty Images

Un poco tarde, pero por fin he tenido la oportunidad de ver el documental de redención de Jan Ullrich en Movistar Plus +. Uno nunca sabe qué hacer ante estos descargos de conciencia. De entrada, porque todos sabemos lo mal que lo ha pasado Ullrich en los últimos años: sus borracheras, sus prostitutas, sus abusos con las drogas y sus intentos de suicidio. Obviamente, con todo ese bagaje, da gusto verle tan peinadito, tan en forma, como recién salido de un retiro que en realidad queda ya a casi veinte años de distancia.

Por otro lado, está la queja continua. Eso me agota. En libros, en documentales y en entrevistas. Ese lamentarse del deportista tramposo que es incapaz de asumir su culpa y se presenta como un juguete del destino, repitiendo una y otra vez: "es que los directores deportivos, es que los médicos, es que la exigencia…" Claro, claro. Solo al final, Ullrich parece darse cuenta de lo que implica el pérfido mensaje de "es que todos iban tan dopados como yo" y decide pedir perdón no ya al público (al público, se ha visto, le da igual), sino a todos los que no pasaron por el aro y vieron como sus carreras se iban al garete ante la incapacidad de competir contra la Generación EPO.

Sí que choca, por muchos años que pasen, la hipocresía y la ostentación de aquellos tiempos. Ullrich, en concreto, tiene mucho que contar: hijo de la República Democrática de Alemania y sus métodos de preparación, compañero de Riis en el Telekom cuando se pusieron a hacer dobletes con el hematocrito rondando el 60%, observador en primera persona del escándalo Festina de 1998, gran rival de Lance Armstrong y el US Postal a principios del siglo XXI y protagonista de la Operación Puerto en 2006, cuando Eufemiano Fuentes le guardaba las bolsas de sangre en su consulta.

En otras palabras, es difícil encontrar a alguien tan involucrado en la época más negra del ciclismo y que ponga tanto empeño en presentarse como víctima. La guinda ya es la entrega del ramo de flores en memoria de Marco Pantani (¡Marco Pantani!) y las declaraciones de Eufemiano Fuentes afirmando que él no pretendía hacer trampa. Al revés, según el médico canario, él "ayudaba" a los corredores "por vocación", para que cumplieran sus sueños. ¡Si es que no se puede ser más bueno que Eufe!

De ayer a hoy

Lo que pasa es que la verdad es otra, claro. Ya lo sabemos. Y en esto, centrarse en el ciclismo siempre me ha parecido demasiado inocente. Cuando hablamos de dopaje, no solo hablamos de trampas, hablamos de una industria multimillonaria. Y Eufemiano Fuentes lo sabe, claro, otra cosa es que lo pueda decir. Pensar que las ventajas competitivas indetectables se utilizaban solo en un deporte en el que la victoria o la derrota mueve relativamente poco dinero es un sinsentido.

Lo que sí tiene de distinto el ciclismo es la soledad del competidor. En esto se hace mucho énfasis durante el documental y me parece un gran acierto: la exigencia sobre el individuo, el recurso de ese individuo a las drogas para mejorar su rendimiento, la necesidad de estar todo el rato al cien por cien… puede llevar a una vida muy complicada una vez te bajas de la bicicleta. Le pasó a Pantani, le pasó al Chava, le pasó a Vandenbroucke y le pasó al propio Ullrich que al menos sobrevivió a sus coetáneos.

El problema de este tipo de documentales o de libros de arrepentidos es que te hacen preguntarte exactamente qué estás viendo ahora. Es inevitable. Por ejemplo, el tenista Janick Sinner viene de dar positivo en esteroides y ser exonerado por no sé qué de un spray que utilizaba su fisioterapeuta. Sinner, por supuesto, afirma que es inocente… pero también lo afirmaba Ullrich. De hecho, es en este documental, de 2022, donde por primera vez reconoce que, sí, claro, que a tope siempre.

¿Cómo hacemos para creer a Sinner? Alguien podría decir "bueno, porque le han declarado inocente". Sí, sí, como a Agassi en 1997. ¿Qué hacemos si el italiano publica dentro de veinte años unas memorias y reconoce que se veía tan débil físicamente, que notaba una desventaja tan obvia, que no le quedó más remedio que tomar un anabolizante? Pues comérnosla, como hacemos siempre. Registrarlo y olvidarlo hasta que vuelva a pasar.

¿Es “real” la época dorada del ciclismo?

En el ciclismo, esta duda ya es permanente. Es algo injusto y a la vez inevitable. En el momento en el que intuyes que todos tus héroes de los 90 y los 2000 se dopaban, tiendes a elevar la sospecha a cualquiera que haga algo fuera de lo normal. En los últimos quince años, más allá del positivo de Contador, hemos visto un dominio del equipo Sky que recordaba demasiado al del US Postal, con corredores de pista reconvertidos a campeones del Tour pasados los 30 años.

Hemos visto a un señor de 42 años levantarle la Vuelta a España a Vincenzo Nibali y desaparecer después sin que pasara nada. Hemos visto, especialmente tras la pandemia, a una generación única que nos hace disfrutar como pocas antes, pero que nos obliga a levantar la ceja cada vez que vemos que han batido tal récord de ascensión de Pantani, de Virenque, de Riis, de Armstrong, de Ullrich… de toda la Generación EPO. Y nos preguntamos, claro, cómo es eso posible.

Los más legalistas nos responden que ahora se come mejor, los entrenamientos son más científicos y el propio material está a otro nivel. Y todo eso es cierto. Pero, ¿cómo es posible que Nairo Quintana suba ahora más rápido que en su esplendor de hace diez años y aun así no opte ni a un top 20? ¿Qué nos hace pensar el hecho de que cada nueva edición de cada importante prueba sea la más rápida de la historia?

Sinceramente, estas cosas me importaban mucho hace un tiempo, cuando leía los libros de Bruno Roussel, de Willy Voet, de Tyler Hamilton, de Thomas Dekker, de Danilo di Luca… y creía entender algo. Ahora, lo veo pasar y punto. ¿Que un corredor sale de la nada y gana dos etapas de alta montaña? Lo celebro. ¿Que hay dos corredores que se turnan para sacarle siete minutos al segundo en un Tour de Francia a una velocidad imposible mientras apenas sudan? Aplaudo y punto.

¿Que Ullrich me quiere hacer creer que "todos corrieron en igualdad de oportunidades"? Pues, muy bien, hombre, si yo lo que quiero es que no sufras. La época dorada del ciclismo moderno está coincidiendo con una sospechosa ausencia de controles positivos, al menos entre los grandes del pelotón. Antes, al menos, pillaban a Mosquera; ahora, ni eso. ¿Es una buena noticia o una mala noticia? ¿Van todos más limpios que Pantani y compañía o simplemente la UCI ha dejado de vigilar? Cada uno tendrá su teoría y solo el tiempo la validará. Mientras tanto -no queda otra- que continúe el espectáculo.