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Los años italianos de Kobe Bryant: "Me dijo que jugaría en la NBA y le respondí que yo sería Cindy Crawford"

Se cumplen cinco años del fallecimiento del baloncestista estadounidense, un jugador diferente con una infancia muy diferente.

Kobe Bryant. /
Kobe Bryant.
Gonzalo Cabeza

Gonzalo Cabeza

"Me dijo que jugaría en la NBA y le respondí que yo sería Cindy Crawford. 'Vale, Kobe, lo que tú digas'. Nadie nos lo creíamos pero ¿quién no tiene sueños cuando es joven?". En el documental Kobe: una historia italiana, una amiga de la infancia del legendario jugador de la NBA, fallecido hace exactamente cinco años, recuerda esa conversación que alguna vez tuvo lugar mientras ambos tomaban un helado. Lo hace, por supuesto, en italiano, porque esa conversación no se dio en Filadelfia o en Los Ángeles, sino en una plaza de Reggio Emilia. El sueño de Bryant quedaba lejos, como muy lejos quedaba de aquella plaza cualquier cosa parecida a la NBA.

Para llegar hasta el ídolo es conveniente desenmarañar la madeja, entender qué le fue pasando hasta construir lo que después movió tantas emociones. Bryant nació en Estados Unidos, sí, pero sus recuerdos más vivos de la infancia no tienen como escenario los suburbs típicos de las películas, sino centros históricos fortificados en Reggio Emilia, Reggio de Calabria, Rieti o Pistoya. Su padre, jugador de baloncesto, agotó su tiempo en la NBA y decidió en 1983 coger un avión e irse a vivir a Italia. Le querían equipos que buscaban dar el salto con un buen americano que había hecho carrera en la mejor liga del mundo, que hoy está muy distanciada de cualquier otra, pero en aquel momento era otra cosa, una dimensión diferente.

"Estar en Italia me hizo más maduro, tuve que crecer más rápido y nos unió mucho como familia. No conocíamos la lengua, no conocíamos a nadie", recordaba años más tarde, en una de tantas entrevistas, el propio Kobe, recogida en el documental, disponible en Prime Video. Es difícil escapar del hecho de que su vida es mucho más distinta que la del resto. Suele pasar siempre con todos aquellos que se convierten en ídolos inalcanzables, y Bryant tiene una carrera que solo puede considerarse así, pero en su caso no solo es anómala su vida de baloncestista, sino también antes, cuando no era más que el hijo de Joe, al que usaban casi como mascota en pequeñas canchas de la Lega, por aquel entonces la mejor liga de baloncesto a este lado del océano.

"Empezó a llorar cuando su madre le dejó en clase. Se quedó y yo le ayudé a aprender italiano", cuenta una de las profesoras que le conoció cuando era un niño. Kobe hablaba el idioma sin fallo, con una voz grave y rasposa que también se le notaba cuando hablaba en inglés. Tampoco le quedó más remedio, su padre jugó siete años en una Italia en la que casi nadie hablaba inglés.

Eran otros tiempos, sus amigos del colegio explican como Kobe parecía llegar de otro planeta, uno en el que existía la Nintendo y en el que su madre, Pamela, se podía permitir una manicura francesa, algo por lo que se ve muy lejos de registro para la Italia de los finales de los 80.

Su madre, explican, era elegante y distinguida, tanto que al llegar a la pista para los partidos de su marido se solía llevar una gran ovación. Hoy suena algo extraño porque las distancias se han recortado drásticamente, existe internet y una diversidad inimaginable hace no tanto. Los dos americanos que podían tener cada equipo eran algo muy exótico, más todavía si se piensa que buena parte del baloncesto en Italia —y sin duda es así en todos los equipos de Joe— se asientan en ciudades de mediano tamaño en las que no es fácil pasar desapercibido.

Por supuesto, para Kobe Bryant la vida tenía mucho que ver con el baloncesto, y eso ya se notaba en Italia. Más allá del hecho de ser hijo de una estrella, que en Italia sin duda lo era, pronto se convirtió en una obsesión. "Kobe tiraba a canasta en el calentamiento del equipo de su padre y desafiaba a un uno contra uno a sus compañeros", explica uno de aquellos que se cruzó en el camino por Bryant. Era, por supuesto, un niño, pero desde muy pronto también demostró ser la bestia competitiva que sin duda fue.

"Al poco de empezar llevábamos diez puntos más que ellos. Tuve que quitarle porque los demás padres se empezaron a quejar. Estaba a un nivel muy superior", explica uno de sus técnicos de infancia. Por si había alguna duda, el chico se enfadó por esa concesión de su entrenador, como siguió enojándose siempre que las cosas no se hacían como él pensaba que tenían que ser en una pista de baloncesto.

Trabajar, trabajar y trabajar

Estar en Italia, por supuesto, le dejó también una pátina de fútbol que hubiese sido impensable en un High School americano. Kobe era del Milan, su padre del Inter y su hermana de la Juventus, por ponerlo fácil. Una bufanda de los rossoneri le acompañaba siempre en la taquilla de sus equipos. La infancia no se olvida.

"Io lavoro moltissimo, sei ore, otto ore". El Kobe que habla en italiano también explicaba lo que solía decir en todas las lenguas, que a él le podían ganar en muchas otras cosas, pero nunca en trabajar más que él. Una de sus amigas italianas, un grupo curioso, es hoy psicoterapeuta, y siguió manteniendo algún contacto con él mucho más tarde de su tiempo italiano. "Apenas le hablabas de la pelota naranja, él cambiaba. Me decía 'la diferencia entre uno que tiene 10 años menos y yo es que yo ya no soy tan potente físicamente, pero mi fuerza está en la cabeza, tú como psicóloga deberías saberlo", rememora Giada Maslovaric, que así se llama la amiga de Bryant.

"Si tuviese que decir si iba a ser el mejor jugador del mundo hubiese dicho que no, pero sí que era más valiente que el resto", explica uno de sus técnicos en el metraje. Esa negación, por descontado, no formaba parte de las opciones para Kobe. "Seremos famosos, seremos grandes jugadores", le decía a uno de sus amigos en Pistoya, otra de las paradas de su biografía.

Su vida italiana le hace diferente, él conoció otro mundo, se relacionó con familias que poco o nada tenían que ver con las que se estilan en el mundo de la NBA. Lo sabe Ettore Messina, histórico entrenador europeo que coincidió con él en los Lakers. "Su apego a Italia iba más de las palabras, a menudo durante el partido me hablaba en italiano y decía 'Menudo idiota, no me ha pasado la pelota, ese tipo no defiende ¿cómo voy a jugar con esta gente?' Una de esas pequeñas bromas que solo son posibles para alguien bilingüe.

"Era una persona determinada, siempre quería ganar". Son palabras del entrenador pero se repiten en el documental una y otra vez con distintas voces.

En 1997, cuando ya jugaba en la NBA pero todavía no era una estrella mundial, volvió a Italia y se dio una pequeña vuelta por los lugares en los que había sido feliz. Allí cenó en casa de unas amigas, se hizo fotos con los suyos, ejerció, quizá por última vez, como una persona normal con una vida normal. "Sois las últimas personas que han tomado un helado conmigo. Ya no sé quién está a mi lado por mí o porque soy Kobe Bryant", recuerda que les dijo una de sus amigas. Hay fotos y vídeos de esa visita, todavía son jovencitos, no llegan siquiera a los 21 años, y pronto va a cambiar todo para siempre en la vida del escolta.

Y después, todavía más tarde, cuando le preguntaron por su mejor recuerdo de su infancia italiana, Kobe no dudó: "Hicimos un espectáculo cuando tenía 12 años en el colegio, hicimos un baile. Menudo Baile… Es lo más divertido que recuerdo, pensarías que diría algo de baloncesto, pero no, recuerdo aquello, con mis hermanas y mis amigos. Ese es mi recuerdo favorito". A veces, incluso los que parecen destinados a pensar solo en una cosa, son capaces de sorprenderte.