BALONCESTO FEMENINO

El mundo del deporte no es ajeno a los abusos sexuales a menores pese al aumento de denuncias

Mario López, entrenador del Lointek Gernika durante dos décadas, se sentó el pasado martes en el banquillo de los acusados.

Algunas de las jugadoras del Lointek Gernika./X
Algunas de las jugadoras del Lointek Gernika. X
Íñigo Corral

Íñigo Corral

No resulta complicado a los depredadores sexuales embaucar a un adolescente para hacer algo que realmente no quiere si la persona que se lo pide es alguien cercano y que, además, considera un referente. El mundo del deporte no es ajeno a casos en los que personas adultas consiguen anular la voluntad del menor. Juegan con la ventaja añadida de que no se suelen denunciar este tipo de conductas hasta pasados varios años. Es lo que se conoce como delayed disclosure (denuncia demorada). Y es que, por distintos motivos, la mayoría de las víctimas solo son capaces de procesar, verbalizar y denunciar los abusos cuando ya son adultos. Así que, llegado el momento de señalar con el dedo al delincuente, el delito puede haber prescrito. Esa actitud silente es ya parte del pasado gracias a los protocolos de actuación existentes ante este tipo de situaciones. Aun así, cuesta mucho dar el primer paso. Urge un enfoque global que involucre a las instituciones deportivas, a la sociedad y al sistema judicial para proteger a los menores y garantizar que el que la hace, la paga.

Cuando el cazador sale a por la presa ya tiene diseñada en su mente enfermiza una adecuada planificación que sirva para atraer, derribar y capturar una nueva pieza. Solo desde esta perspectiva se entiende su modus operandi. La táctica se asemeja a la que utilizó un entrenador de voleibol con dos menores que estudiaban en un céntrico colegio madrileño. El hombre se ofreció llevar a casa en su coche a la primera víctima, que entonces tenía 15 años, pero se detuvo en un parking del distrito de Moncloa. Una vez aparcado el vehículo, y sin salir de su interior, le comentó que en el centro se habían confeccionado tres listas –una naranja, otra verde y otra roja-, para saber qué chicas iban a seguir al año siguiente en el club. Le insinuó que su nombre estaba en la roja escrito en mayúsculas dándole a entender que no iba a continuar la siguiente temporada.

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Por supuesto que su plan altruista incluía asegurar a la menor de que iba a hacer todo lo posible por revertir la situación. A continuación, tras comentarle lo bien que le sentaba el vestido que llevaba puesto, le propuso jugar a un absurdo juego. Él ponía un cronómetro en marcha durante un minuto y todo lo que sucediera en ese espacio de tiempo quedaría luego olvidado. Fue entonces cuando le dio un beso, al que siguieron unos cuantos más. La chica no dijo nada por miedo o por vergüenza. Como el adulto ya tenía la situación controlada gracias a su capacidad de seducir-engañar a una menor, le pidió que se pasara a los asientos traseros del coche para echarse encima de ella. Otra muesca en el revólver.

Este pasado jueves quedó visto para sentencia en la Audiencia Provincial de Bizkaia un juicio que, al descubrirse la identidad del acusado, sus vecinos de Gernika se quedaron perplejos. El hombre que el pasado martes se sentó en el banquillo de los acusados era Mario López, un entrenador que había dirigido al Lointek Gernika durante dos décadas y que también fue responsable técnico de las categorías inferiores de la selección española de baloncesto con las que logró cinco campeonatos europeos y dos subcampeonatos mundiales. En la villa se le consideraba una verdadera institución. Cogió a un equipo humilde que militaba en Primera Nacional para hacerlo debutar años después en la EuroCup. Su labor era reconocida -y hasta recompensada con varios premios- desde todos los ámbitos, tanto profesionales como personales. La denuncia pilló también con el paso cambiado a la Federación que, sin embargo, actuó con rapidez para apartarle de todos los cargos.

Lo que ocurrió a partir de julio de 1998 entre el entrenador y la niña de 13 años aparece reflejado en el escrito de acusación de la Fiscalía. La primera agresión es de manual. Un varón adulto, que saca 18 años a su víctima, y que se la lleva a casa con la excusa de ver un partido de baloncesto. El carácter dominante del hombre y el temor que le infundía a la joven confluían de tal modo que la niña permaneció inmóvil cuando comenzó a tocarle los pechos. Solo las lágrimas de la menor le hicieron desistir en aquella primera cita. Los encuentros se sucedieron a lo largo de tres años y, a medida que pasaba el tiempo, subieron de intensidad con la amenaza latente de las consecuencias que podría acarrear un posible chivatazo. El entrenador la buscaba y aprovechaba cualquier circunstancia para estar a solas con un solo objetivo: mantener relaciones sexuales. Nunca le importó la complicada situación familiar de la joven debido a la ausencia de cuidados y de control parental.

Durante la vista oral Mario López trató de rebajar lo que la joven definió como unos encuentros donde solo se practicaba sexo de una forma no consentida, a una relación "platónica" sin ningún tipo de contacto físico. Incluso habló de unas cartas de amor que le envió su víctima como prueba de que la menor nunca se vio forzada a hacer algo que no deseara. Un reciente estudio de la Comisión Europea refleja que dos tercios de las víctimas de abusos sexuales no revelan lo que les ha ocurrido hasta que se hacen adultas, mientras que el otro tercio no llega a confesárselo a nadie. Aquella menor, que en la actualidad tiene 39 años de edad, pertenece al primer grupo. Tardó 23 años en formular la denuncia. Y lo hizo animada por la psicóloga a la que acudía con cierta frecuencia a su consulta de Bilbao. La persona a la que denunció se enfrenta a una petición de 14 años de prisión por un delito continuado de agresión sexual.

Este tipo de confesiones tardías pueden provocar cierta incredulidad si se atribuyen a intereses espurios como la venganza o la reclamación de una deuda económica. Sin embargo, obedecen a un sentido psicológico profundo. Ocultar bajo llave determinados recuerdos dolorosos de la adolescencia provoca que, al final, a la víctima le asalten las dudas. Lo tiempos psicológicos y los tiempos judiciales no siempre van de la mano. Esa tardanza puede acarrear a veces la prescripción de una conducta delictiva, otra cosa bien distinta es el sufrimiento de la víctima o su derecho a conocer la verdad donde el tiempo es ilimitado.

Ese delayed disclosure afectó incluso a medallistas olímpicos "Llevo toda mi vida acudiendo a terapia. A partir de un momento de mi vida a los ventitantos años, me di cuenta de que algo no funcionaba bien, tenía que gestionar sentimientos de aislamiento, soledad o indefensión que no sabía de dónde venían", relató Antonio Peñalver en el juicio contra su agresor. Él no era la víctima porque en su caso los hechos ya habían prescrito, era el testigo de una causa abierta en 2016 por dos jóvenes que denunciaron al mismo entrenador. "Ya no son los años 80 o los 90, cuando se pensaba que callando se protegía a la víctima. Es todo lo contrario, lo mejor es airearlo desde el primer día y vencer el miedo", afirmó.

La Ley Orgánica de protección integral a la infancia y la adolescencia frente a la violencia (LOPIVI), que entró en vigor hace casi cuatro años, ya abordó esta cuestión de una manera bastante razonable. La norma prevé dejar en suspenso el inicio del cómputo del plazo de prescripción hasta que la víctima haya alcanzado los 35 años de edad. Es entonces cuando empieza a correr el tiempo que, según la pena de prisión impuesta en función de la gravedad del delito de abuso cometido, va desde los 5 a los 20 años. Esto es, los particularmente graves se podrían denunciar hasta los 55 años.

El legislador tiene ahora la posibilidad de que los delitos sexuales graves contra menores -más de cinco años- no prescriban. El pasado mes de noviembre el Congreso de los Diputados votó la toma en consideración la imprescriptibilidad de este tipo de delitos, aunque es cierto es que la idea se centraba más en los episodios de pederastia que en los abusos a menores dentro de las distintas actividades deportivas. La propuesta para reformar tres artículos del Código Penal fue ampliamente apoyada por 305 diputados. España se sumaba así a una amplia lista de países europeos como Reino Unido, Suecia, Noruega, Holanda, Bélgica o Dinamarca o americanos entre los que destacan Estados Unidos y Canadá.

No existe un registro oficial sobre abusos sexuales a menores en el mundo del deporte. La mayoría de los casos ni siquiera llegan a salir a la luz. Se echa tierra encima de ellos apartando al entrenador de forma disimulada. Tampoco se le denuncia por temor a posibles represalias que puedan perjudicar la carrera deportiva del menor. Esto, en la práctica, supone un doble castigo para la víctima. Los clubes de fútbol han servido como refugio a muchos depredadores sexuales y en menor medida los de baloncesto o natación. El denunciado siempre es un hombre. En este listado solo están contabilizadas cuatro mujeres pero por conductas relacionadas con el maltrato y las vejaciones (dos en gimnasia rítmica y otra en natación sincronizada). El otro caso afectó a una jugadora de fútbol que actuaba como cómplice del entrenador, su novio, para hacer fotos a escondidas a sus compañeras en el vestuario.

Hace dos años fue condenado a 140 años de prisión un entrenador de fútbol sala sevillano tras reconocer que había sido el autor de 103 delitos de índole sexual contra 54 menores de edad, la mayoría de ellos jugadores de distintos clubes de Sevilla y provincia, aunque la palma se la lleva un técnico de L´Horta, en Valencia que le cayó una condena de 223 años por abusar de 26 chicos. En realidad, la mayoría de las sentencias son de escasa entidad. El acusado no llega a entrar en prisión y satisface su conducta delictiva con multas que no superan los mil euros. Capítulo aparte son los reincidentes que no cumplen condenan porque los fallos judiciales no superan los dos años. Fue el caso de un entrenador de natación que entró en prisión tras cuatro resoluciones condenatorias para cumplir solo 16 meses. Hay algún que otro fetichista como un entrenador onubense al que la Policía encontró en su despacho 27 bragas y un conjunto de lencería o exjugadores internacionales de voleibol condenados a dos años de cárcel por abusos sexuales.