Michael Johnson recuerda el alimento 'envenenado' que le dejó sin medalla en Barcelona 92: "Todavía no sé qué pasó"
La leyenda estadounidense atiende a Relevo en el estadio de Vallehermoso, en Madrid, donde acude como embajador de Sanitas para promocionar los Juegos Inclusivos de 2024.
Un puñado, luego decenas y finalmente cientos. Son las fotografías que se toma Michael Johnson una tarde cualquiera en Madrid. Allí, entre el tartán verde de Vallehermoso y los nubarrones que oscurecen el cielo de la capital, el estadounidense, ídolo generacional tras cuatro oros olímpicos y dos plusmarcas que parecían inalcanzables, no logra encadenar más de diez pasos sin detenerse, levantar la mirada y sonreír ante el flash. "Es un placer estar de vuelta en España", asegura atrapado en un enjambre al que la lluvia no tarda en amenazar. "Aquí viví algunos de los momentos más brillantes de mi carrera".
Johnson, sin embargo, es incapaz de destacar uno por encima del resto. "Los picos de mi carrera, como los récords, son iguales que los hijos", se justifica. "Yo solo tengo uno, pero si tuviera cinco y me hicieras elegir, no sabría decir con cuál quedarme. Son todos especiales. Al final, en Atlanta hice historia delante de mi gente y en los Juegos Olímpicos. Luego, tres años después, en Sevilla, conseguí el récord mundial en los 400 metros, algo que llevaba años persiguiendo con todas mis fuerzas".
El tejano, retirado ahora hace 23 años, justo tras lograr un nuevo oro en los Juegos Olímpicos de Sídney, regresa a España como embajador de Sanitas de cara a los Juegos Inclusivos de 2024. No le es extraño nuestro país, pues además de volar en Sevilla a finales de siglo, Johnson disfrutó de su debut olímpico en el estadio de Montjuic, en Barcelona. Aunque aquello bien cerca estuvo de no ocurrir nunca.
Con 25 años, Johnson, que se había erigido como la gran esperanza del 200, llegaba a los Juegos con la mejor marca de la temporada y unas sensaciones que le convertían en el claro favorito al oro. Sin embargo, semanas antes de llegar a la Ciudad Condal, el norteamericano ingirió un alimento contaminado en Salamanca, donde disputaba el Gran Premio Diputación.
"No soy muy fan de las teorías de la conspiración, pero no sé qué pudo pasar realmente", reconoce más de dos décadas después del incidente, que le costó caer en semifinales de los 200 metros. "Fue algo muy decepcionante porque como atleta no sabes si vas a volver a otros Juegos... Podía haber sido mi única oportunidad. Afortunadamente, no lo fue, pude volver, participar en más ediciones y ganar varias medallas".
Allí mismo, en Barcelona, Johnson logró rehacerse del varapalo individual y rescató el oro para Estados Unidos en el 4×400 (2:55,74; récord del mundo). Cuatro años más tarde, en Atlanta '96, el tejano voló hacia la eternidad y, con un doblete histórico —oro en 200, con récord de 19,32; y oro en 400—, se consagró como World's Fastest Man ("El hombre más rápido del planeta"). Tres años después, en La Cartuja, sacudió por completo el orden establecido para romper también la barrera del 400, donde estableció un nuevo récord del mundo (43,18).
Las zapatillas mágicas, los récords y Usain Bolt
Tras la retirada, Johnson se unió al equipo de comentaristas de la BBC durante Mundiales y Juegos Olímpicos, tarea que, unida a su pasión inherente por el atletismo, le permite seguir muy de cerca la evolución de un deporte marcado ahora por la irrupción de las zapatillas 'mágicas'. "Son un avance importante", asegura. "Pero no creo que reste ningún mérito a los deportistas. Al final, un par de zapatillas no me van a hacer correr más rápido que otro atleta que también goza de la misma tecnología en sus pies".
Ataviado con una chupa negra y luciendo más canas de las deseadas en la barba, Johnson tiene claro que, como antaño, quienes ganan siguen siendo los mejores. "Si te digo la verdad, no creo que las nuevas herramientas importen tanto como la gente cree", advierte, desinteresado en imaginar hasta dónde podrían haber llegado sus piernas con el calzado actual. "Corrí lo suficientemente rápido como para hacer lo que quería hacer, que era vencer a los demás y batir récords. Más allá de eso, no pienso en esas comparativas o en si podría haber batido a Usain Bolt".
Tras superar un ictus que amenazó con dejarle paralítico en 2018, Johnson disfruta ahora, sin secuelas, de su condición de comentarista, labor en la que ya ha vivido algunos de los hitos más relevantes de la historia del deporte. El micrófono, eso sí, también le ha supuesto algún que otro sobresalto, como el que vivió hace justo un año, cuando fue acusado de racista tras cuestionar la medición de los tiempos en los 110 metros vallas el día que la nigeriana Tobi Amusan batió el récord del mundo en la semifinal de los Mundiales de Eugene. "Como comentarista, mi deber es comentar lo que veo y lo que opino", sentenció entonces "Estoy leyendo muchas idioteces respecto a mi apreciación".
Algo más de un año después, bajo las primeras gotas que humedecen la pista de Vallehermoso, lejos ya de aquella tormenta de agravios inesperados, el hombre que corrió más rápido que nadie y levantó, por el camino, a toda una generación de sus asientos, prefiere guardar silencio. "Estoy muy orgulloso de mi legado en este deporte". No es tiempo ahora, sugiere, de poder estropearlo.